Pocas son las cosas que, de verdad, cambian con los resultados de esta noche. Mañana Mauricio Macri seguirá siendo presidente. María Eugenia Vidal, gobernadora bonaerense. Rodríguez Larreta, jefe de gobierno porteño. Todos los mandatarios provinciales permanecerán en sus cargos. La Corte Suprema no variará su integración. Y, aunque se trata de la primaria de una elección parlamentaria, donde votan millones de argentinos, mañana el Parlamento tampoco verá modificada su composición. Visto así, desde una perspectiva no dramática, simplemente leyendo la letra fría del contrato electoral, sería difícil explicar el nerviosismo que domina a los precandidatos, a sus colaboradores, a todo el gobierno nacional, al provincial bonaerense, a los diarios del sistema, a los personajes mediáticos, a los encuestadores y a los empresarios.

Es cierto: nada de lo que realmente importa está en juego hoy, sino en octubre. Pero saber qué le queda del 51% de apoyo con el que asumió a Mauricio Macri, después de 20 meses de gobierno, no deja de ser un dato político clave para proyectar el futuro. En apenas horas, sabremos si su gestión entra en definitiva cuenta regresiva hacia 2019 o si mantiene alguna chance para revalidar hasta el 2023.

Porque la elección de hoy, sobre todas las cosas, plebiscita la gestión oficial. Dejará saber si el de Macri se convirtió en un gobierno popular o impopular, en virtud de las medidas que tomó en todo este tiempo. En definitiva, si la suma de los votos nacionales es mayor a la obtenida en 2015, cuando le ganó a Daniel Scioli por escasa diferencia. Cualquier otro eje de lectura de los comicios, por válido y legítimo que fuere, es menos relevante.

La intranquilidad en la Casa Rosada se explica por eso. Este es un examen para Cambiemos. La sociedad va a las urnas a ponerle una nota, que los funcionarios quieren que sea de aprobación, cosa poco probable según los sondeos. Esta no fue una campaña como la de hace dos años, en la que Macri podía prometer bajar la luna. Ahora la campaña son los hechos: cuánto de lo que dijo que iba a hacer, hizo de verdad.

Macri no tiene atenuantes. Recibió un país menos complicado que Alfonsín, Menem, Duhalde y Kirchner. Con menos deuda y con menos desocupados, para empezar. Tuvo dos años para hacer y deshacer a su antojo, con una oposición comprensiva que le votó las leyes que pidió y cuando no, le avaló los decretos presidenciales de necesidad y urgencia.

Su espacio político maneja los tres presupuestos públicos más importantes del país. Los bancos internacionales todavía se pelean para prestarle plata. Después de llevar la desocupación a dos dígitos, la CGT apenas le hizo un paro sin ganas. No hubo ripio ni baches para Cambiemos, hay que decirlo, todo fue por el carril rápido de la autopista.

Debería el gobierno haber hecho las cosas bien, como para no estar tan nervioso con los resultados de hoy. En estos 20 meses, enfrente tuvo, básicamente, su propia ineptitud o la impericia de sus cuadros gerenciales puestos a administrar el Estado. Lo único verdaderamente opositor a sus deseos fue un kirchnerismo en desbandada, judicialmente acosado y mediáticamente diabolizado. No mucho más.

Y, sin embargo, la sensación es que la suma de lo que obtengan todas las alternativas opositoras en esta PASO dejaría poco margen para que Cambiemos festeje algo. ¿Tan mal habrá hecho las cosas? Esta pregunta tiene respuesta esta noche. Será inapelable. Al menos durante dos meses y medio, cuando vuelva a votarse en octubre.

Pero algo intuyen en la Casa Rosada, donde trabajan para disimular un recuento desfavorable para sus aspiraciones. Una posibilidad es que disfracen el revés con los éxitos en algunos distritos que históricamente le resultaron esquivos, caso Santa Cruz o San Luis. Sin dudas, de llegar a darse como pronostican, serán rutilantes, pero insuficientes para tapar el volumen de una eventual derrota en territorio bonaerense. Para peor, a manos de Cristina Fernández de Kirchner, mujer que los obsesiona.

La provincia de Buenos Aires es comandada por María Eugenia Vidal, ancho de espada electoral del macrismo, obligada a hacer un raid por todos los canales y cargarse la campaña al hombro cuando las encuestas comenzaron a reflejar la trepada de la expresidenta. Cuidado, pocos lo advierten: la posible derrota de Cambiemos en el principal distrito del país no será la derrota de Durán Barba, de Esteban Bullrich o de Graciela Ocaña. Será nada menos que la de Vidal, figura eclipsante de Mauricio Macri y Elisa Carrió.

Están nerviosos. Motivos tienen. En 20 meses, esta es la verdad, es poco lo que Cambiemos puede mostrar en materia de gestión que enamore, salvo alimento simbólico –la prisión política de Milagro Sala, las respuestas pseudovidelistas de Macri y Bullrich ante la grave desaparición de Santiago Maldonado, los arranques inquisitoriales del juez Bonadio y otros magistrados amarillos– que fanatizan a su núcleo duro y más primitivo, pero que alejan a los menos brutales y más pensantes hacia otras opciones.

A la noche se sabrá, si Macri finalmente aprobó o hay aplazo. Para todo lo demás, habrá que llegar a octubre y no comerse la cena en el desayuno. Sepa, entonces, el pueblo votar en esta nueva jornada democrática. «