Washington, Estados Unidos

La increíble victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos representa una cruel bofetada para Barack Obama, que llegó a la Casa Blanca enarbolando un mensaje de esperanza y la promesa de un país reconciliado.

Obama había puesto todo el peso de su carisma -y también el de su esposa, Michelle- para impulsar la candidatura de su exsecretaria de Estado, Hillary Clinton.

Más allá del choque clásico entre demócratas y republicanos, el éxito del polémico millonario de 70 años es un hecho doloroso para Obama.

Porque el resultado sugiere que este gobernante intelectual, sereno y lógico, que esgrime sin descanso un optimismo contagioso y llamaba a no ceder al cinismo, no supo leer a una parte enorme de la población estadounidense, sus miedos, sus angustias.

Se trata de la población fundamentalmente blanca que quedó a un costado de la ruta, abandonada por el torbellino de la globalización y por una sociedad que evoluciona demasiado rápido para ella.

Dos figuras opuestas

En este escenario, Obama terminará su presidencia con la popularidad por todo lo alto, pero la derrota de Clinton abre la puerta a interrogantes concretos sobre el balance de su gobierno.

Durante la campaña, Obama había clasificado a Trump como un peligro para la democracia, y a partir del 20 de enero tendrá que dejarle las llaves de la Casa Blanca.

«Es la democracia misma que está en juego (…) La tolerancia está en juego. La cortesía está en juego, así como la honestidad y la igualdad», dijo el mandatario en la contienda electoral.

A su vez, Trump ya adelantó que pretende eliminar de un plumazo los logros más emblemáticos del gobierno de Obama: el nuevo sistema público de salud (Obamacare), los acuerdos contra el cambio climático y la asociación con países del Pacífico.

Más allá de las diferencias políticas, es difícil imaginar dos personas públicas más diferentes que Obama y Trump.

Obama es hijo de un keniano y una estadounidense, y se abrió camino hasta las prestigiosas universidades de Harvard y Yale. Trump heredó los millones de su padre y creó un imperio apoyado en hoteles, casinos y beneficios fiscales.

Obama tiene la oratoria ejercitada como profesor universitario de Derecho Constitucional y se inclina por los razonamientos largos. Trump es impulsivo y tiene la retórica del empresario, con frases cortas, contundentes, muchas veces agresivas y vulgares.

Diferencias en el terreno personal

En 2011, Trump no era candidato a la Casa Blanca pero ya era conocido por disfrutar de las atenciones, las polémicas y las teorías de complot.

Durante meses Trump alimentó una campaña que cuestionaba la nacionalidad de Obama, sugiriendo que el primer presidente negro en la historia del país pudo haber nacido fuera de las fronteras.

Harto de esa campaña Obama dijo: «No tenemos tiempo para ese tipo de estupideces», y terminó por convocar una conferencia de prensa para mostrar su certificado de nacimiento.

Pocos días más tarde, durante una cena de la Asociación de los Corresponsales ante la Casa Blanca, Obama percibió la presencia de Trump entre los comensales y no dejó pasar la ocasión.

«Donald podría interesarse en problemas reales. Por ejemplo, ¿hemos fingido la llegada del hombre a la Luna?», dijo el presidente, en medio a una carcajada generalizada.

Cinco años más tarde, Obama se apresta a la ceremonia en que cederá el famoso Salón Oval a un empresario que durante años movió una campaña de rumores de corte racista en su contra.

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