El resultado de Bolivia es importante, trascendente, porque demuestra varias cosas. Primero, que a pesar del Covid-19, la participación popular puede ser alta si los gobiernos organizan los comicios con la responsabilidad que requiere el momento. En segundo lugar, que la democracia es una demanda de los pueblos y que el golpe de Estado que sufrió Evo Morales tenía que cicatrizar por la vía de más democracia. En tercer término, que los valores progresistas, los valores del cambio, de la justicia social vuelven a recuperar la confianza de los pueblos. Ya ocurrió en Argentina, también sucedió en Bolivia y lo mismo pasará en Chile este domingo ya que, no tengo dudas, triunfará el “apruebo” la reforma de la Constitución pinochetista. La duda es cuánta gente participará.

América Latina y el Caribe son las regiones más golpeadas en términos sanitarios y económicos por el Covid, y América del Sur la más golpeada dentro de América Latina y el Caribe. Entre medio de esa situación tenemos economías endeudadas, empobrecidas, hogares y familias con hambre, etcétera. Por ello, las políticas contracíclicas de protección a los hogares, a la economía doméstica, han tenido alguna capacidad de contener el virus. Algunos gobiernos han sido más proactivos, otros más ortodoxos, como es el caso de Chile. Con esas alternativas, el debate democrático se ha ido polarizando. El virus, lejos de unir, ha expresado también y develado los proyectos más ideológicos y quedó la derecha al descubierto.

Pero, además, tanto en la elección de la OEA, o la del BID, ante incluso la falta de valores y la hipocresía, y ante el fraude que cometió la misma OEA frente a la elección democrática de Bolivia de 2019.

Por tanto, estamos es un continente polarizado con un sector ideologizado, que es la derecha. En el progresismo hay pragmatismo, humanismo, lo que hay hoy día es una sensibilidad que a mi juicio representa de forma más contundente y con mayor empatía las demandas de los pueblos