El sistema educativo argentino vive un momento particular, con el cierre de todas sus instituciones educativas por el “aislamiento social” para reducir el contagio en el marco de la pandemia. El caso local no es una excepción, ya que buena parte del mundo tomó la misma medida. Según el monitoreo realizado por la UNESCO, más de 180 países han implementado el cierre total de sus instituciones educativas, mientras que otros países lo han hecho de manera localizada. «Esto impacta en más del 89% de la población estudiantil mundial, es decir más de mil millones y medio de personas»

En Argentina, la decisión de suspender las clases trajo aparejada como definición del gobierno nacional y de las jurisdicciones provinciales que “no son vacaciones”, sino que se sigue aprendiendo “desde casa”. Velozmente, desde el gobierno lanzaron el portal Seguimos educando a nivel nacional con una “colección de materiales y recursos educativos digitales organizados por nivel educativo y área temática”, además de una programación específica en la TV Pública, Canal Encuentro y PakaPaka. Las provincias también ajustaron distintos mecanismos para la continuidad pedagógica como portales y plataformas educativas propias.

Ahora bien, este momento de excepción puede ser de gran utilidad para reflexionar en torno a la función social de la escuela. Las propuestas “de continuidad pedagógica” buscan atender cuestiones fundamentales de lo educativo: los procesos de enseñanza-aprendizaje, la transmisión de la cultura y la construcción de conocimiento. Pero además, lo escolar en tanto espacio vincular es constructor de subjetividad, en términos de generar y fortalecer el entramado social. La escuela es lugar de encuentro y vínculos.

Como bien sabemos, la continuidad pedagógica propuesta no implica un reemplazo definitivo de lo presencial por lo virtual, sino una forma de garantizar cierto acceso a los contenidos curriculares y también una forma de estar cerca de estudiantes y familias. Con el correr de los días van apareciendo ciertas complejidades respecto de los y las docentes: por momentos grandes exigencias para preparar clases online en tiempo record, utilizar aplicaciones para hacer clases en vivo, enviar y corregir trabajos,responder consultas. Ante este escenario, se debe tener en cuenta que no todes les docentes han sido formados para trabajar virtualmente. 

Respecto a los y las estudiantes, “la desigualdad educativa” no desaparece en tiempos de cuarentena. Por un lado, para poder llevar a cabo las diversas tareas escolares, es necesario contar con dispositivos electrónicos, tener buena conectividad y un espacio relativamente tranquilo para desarrollarlas. Por otro lado, las tareas a realizar, se hacen más sencillas para quienes pueden recibir ayuda de sus familias (el capital cultural opera sin más). En este sentido, la no asistencia a las instituciones complejiza la desigualdad educativa.

En conclusión, en medio de la interrupción del tiempo escolar nos preguntamos qué “normalidad” vendrá después, sabiendo que no resulta posible —ni deseable— reemplazar lo presencial por lo virtual. El desafío ahora es lograr que los “encuentros virtuales” sean, justamente eso, encuentros donde recreemos los vínculos pedagógicos de un modo distinto. Para esto se torna primordial apelar a los lazos afectivos que se puedan generar desde la virtualidad y evocar allí una presencia de esa escuela a la que todes queremos volver. En definitiva y más allá de “los contenidos”, hablamos de construir una pedagogía del cuidado en tiempos de pandemia.