Ella es arquitecta. Él, escritor de ensayos. Son sólo Ella y Él, no tienen nombre propio, quizá porque quien los puso en escena, el escritor Patricio Pron, no quiso hablar de una pareja en particular, sino de las transformaciones que enfrenta «la pareja» en la era de Internet. Ella y Él son los protagonistas de Mañana tendremos otros nombres, novela con la que Pron ganó el Premio Alfaguara 2019.

Se trata de un texto que pone en evidencia hasta qué punto aquello que considermos «natural», como el amor de una pareja, es en realidad una construcción cultural que se transforma con el tiempo.

–No pude evitar relacionar tu novela con Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes. A su manera, vuelve sobre las «figuras» del amor, pero en la era de Internet. ¿Te parece una relación muy arbitraria?

–Las intenciones de un autor tienen escasa relevancia en relación con los usos que los lectores le dan al libro. En este sentido, ninguna lectura está totalmente equivocada. Mucho menos la tuya que  da con una de las claves de la novela. Una de las motivaciones para escribirla fue pensar en una posible actualización de la forma en que Barthes pensaba las relaciones.

–¿Y cuáles fueron las otras? –El hecho de no encontrar novelas que dieran cuenta de la forma en que las relaciones amorosas se están transformando hoy. Veía poco realismo en las novelas contemporáneas que, en general, apuntan a la forma considerada la más «natural» del amor: el encuentro de dos personas de diferente sexo que mantienen una relación monógama de larga duración cuya finalidad, implícita o explícita, es la reproducción. Creo que tienen en cuenta un solo final feliz y yo creo que hay tantos finales felices como relaciones. Quise escribir una novela que explorara uno de esos finales felices. Me interesaba también que los personajes tuvieran un conocimiento amoroso y, en este sentido, son barthesianos, son como semiólogos que viven las mismas experiencias que vivimos todos, pero ellos tienen la perspicacia de dar un paso atrás para ver un paisaje de las relaciones amorosas que ha cambiado mucho en los últimos años.

–¿Cuál creés que es la influencia de la tecnología en esos cambios?

–Hay una intromisión en el ámbito de lo privado. Nunca antes habíamos cedido algo tan relevante para nosotros como la gestión de nuestros afectos a un algoritmo del que no sabemos absolutamente nada. Nunca habíamos tenido tanta información, no de lo que la gente dice que hace, sino de lo que realmente hace, sobre todo cuando nadie la ve. Hay personas que comienzan a incursionar en el ámbito amoroso condicionados por este tipo de mecanismos que proponen la mercantilización absoluta del sujeto, de la experiencia amorosa, que buscan su optimización. Todos mis libros tienen un porcentaje importante de investigación que precede a la escritura. Las experiencias que he realizado para escribir este libro no están mencionadas explícitamente, pero las hubo.

¿Cuáles fueron?

–Abrí un perfil en distintas plataformas, tuve un contacto estrecho que parcialmente todavía conservo con algunas redes sociales y, sobre todo, conté con la solidaridad y el afecto de muchas personas que, a sabiendas del proyecto, durante meses me abrieron su intimidad, me contaron qué pasaba en ciertas plataformas mandándome capturas de pantalla, chats, fotografías. Todo esto pone de manifiesto una demanda de optimización que preside las relaciones económicas de la sociedad, pero que ha llegado también al ámbito de lo íntimo. Se pensaba que las variables sociales y económicas en este terreno no jugaban ningún papel, pero sí lo juegan. Hay tutoriales para optimizar las figuras que las personas construyen en las redes sociales y en plataformas de búsqueda de pareja como si esa figura fuese un producto mercantil. Se aconseja sobre qué fotografía se debe escoger, qué ángulo se debe privilegiar, qué actividad se debe realizar en la foto para resultar más atractivo. Lo que se estipula como ideal para un hombre es que se muestre de perfil haciendo algún deporte al aire libre. Si le gustan las mascotas, es recomendable que se saque una foto con ella si es un perro, pero no si es un gato.

–¿Por qué?

–Porque el gato es percibido en ese ámbito como un animal femenino. Por su parte, las mujeres no deben mostrarse haciendo un deporte al aire libre, pero sí pueden mostrarse haciendo yoga. Las personas, igual que en el ámbito laboral, se ofertan y ofertan sus prácticas amatorias y la gestión de sus afectos de una manera extremadamente novedosa. Cuando se produce un acercamiento entre dos personas, se abre una ventana en la que dialogan y se ponen de acuerdo sobre cuestiones tales como qué van a hacer, dónde lo van a hacer, si lo van a hacer de forma esporádica o con vistas a algo más duradero… Todas estas cosas constituyen parte de un contrato verbal del que la plataforma o red social es garante. Pero, a su vez, esta es una especie de negación de la experiencia amorosa en la que lo interesante no es lo que ya sabés que vas a hacer con el otro, sino lo que desconocías que ibas a hacer, lo que no sabías del otro y no sabías de ti mismo en relación con ese otro. Quizá por esta contradicción, la percepción de muchas personas que participan de esto es que es muy fácil encontrar una pareja circunstancial en estas aplicaciones pero no es fácil convertir esas relaciones casuales en una relación de largo aliento. Algunos estudios realizados sobre el tema indican que si bien nunca fue tan fácil tener sexo casual, los índices de soledad en la sociedad crecen de manera continuada. En el ámbito de la intimidad esas personas también sienten la presión de tener los resultados que presiden la vida económica y política.

¿Al abolir el amor romántico del siglo XIX hemos vuelto a la Edad Media, cuando las uniones se hacían en función de arreglos comerciales?

–Sí, hay una escisión entre la sexualidad y la afectividad que no es exclusiva de las nuevas tecnologías, pero a la que estas contribuyen. Es sospechosamente similar, en efecto, al período en que el matrimonio era un contrato entre dos familias que buscaban incrementar su patrimonio.

–En la novela también se marcan otros factores de modificación.

–El paisaje amoroso que plantea la novela no sólo tiene relación con las nuevas tecnologías, sino también con la lucha de las mujeres por la recuperación de su cuerpo. Por otra parte, hay condicionantes económicos y políticos que operan sobre la forma en que concebimos la subjetividad. Hay una suma de cosas que están produciendo transformaciones notables y, en algunos sentidos, muy positivas en aspectos tan esenciales como el consentimiento, la seducción, el ideal de pareja. En este momento de transición entre un régimen moral de los afectos y otro, nos encontramos, como en toda transición, con muchos accidentes y, sobre todo, con una enorme incertidumbre e incluso con angustia. Eso dificulta la escritura de novelas que hablen sobre el amor como se lo vive hoy. Esa dificultad fue mi aliciente. Detrás de esta incertidumbre hay algunas reacciones como la del movimiento antiabortista argentino que entiende que hay una forma «natural» de hacer las cosas. Pero lo que se considera natural está constituido históricamente. El ideal de amor romántico del siglo XIX en realidad se constituyó de forma plena después de la Segunda Guerra Mundial por dos factores: la reducción de la población masculina y el ingreso femenino al mercado del trabajo en reemplazo de los hombres.

–¿Es una novela pesimista?

–No, es optimista y no es moralista, porque no les dice a las personas cómo tienen que gestionar sus afectos. Lo que hace es poner de manifiesto que lo íntimo, tradicionalmente concebido como refugio, está atravesado por condicionantes sociales y es un buen sitio para pensarlo como una ampliación del campo de batalla, donde las luchas de las que participamos en nuestros días tengan su reflejo y sean discutidas y resueltas en el marco de la mínima sociedad que conforman dos personas.  «