¿Qué fue la Revolución Cubana de 1959 sino una continuidad de las guerras de liberación contra la Colonia española y luego contra la injerencia de Estados Unidos que intervino contra España para poder quedarse con Cuba, la «perla del Caribe»? De alguna manera así lo recordaba el comandante Fidel Castro Ruz, líder de la Revolución que llegó triunfante a La Habana en  enero de 1959.

«La revolución cubana es cubanísima», respondió Fidel en una larga  charla distendida donde se le preguntaba también cómo era posible la resistencia del pueblo cubano y su dirigencia revolucionaria, ante los duros y permanente ataques de EE UU. Respondía que la revolución era la continuidad de la lucha, que nunca se había cortado el hilo que unía a un pueblo rebelde y luchador a través de los tiempos, enriqueciendo cada proceso histórico.

Imaginar esta resistencia que continúa hasta hoy, 60 años después, es muy difícil. Se trata de resistir y enfrentar a la potencia imperial más grande del mundo, situada a sólo 90 millas de  la isla de Cuba. Una potencia que mantiene desde 1960 un bloqueo, un sitio del Medioevo, para intentar rendir a Cuba. Después de todo, es el único país que logró su independencia real, cuando es evidente que la dependencia es el mayor problema para el futuro de América Latina.

Además de la continuidad histórica, Fidel Castro hablaba de «las raíces profundas de una revolución» encarnadas como identidad profunda y regadas por el apóstol de la liberación en el siglo XIX, José Martí.

Castro lo había explicado ya ante el tribunal que lo juzgó en Santiago de Cuba, bajo el gobierno del dictador Fulgencio Batista, cuando estaba preso por el frustrado asalto a los cuarteles de Moncada en Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo, sucedido el 26 de julio de 1953, cuando nadie imaginaba que el fracaso militar se convertiría en una arrasante victoria política.

Sólo siete años después los sobrevivientes de aquella primera acción militar entrarían triunfantes en La Habana al comenzar 1959. No sólo habían vencido a Batista, sino a su creador, Estados Unidos, que había realizado una maniobra sorprendente, a fines del siglo XIX, cuando los cubanos ya estaban derrotando al poderoso ejército español en 1898.

La táctica del naciente imperio fue volar un buque propio, El Maine, que estaba en el puerto de La Habana para responsabilizar a España, entrar en guerra con ese país y quedarse con la estratégica isla, la mayor de las Antillas y la «joya» del imperio español.                                                  Es fácil ver la relación de los atentados terroristas de bandera falsa, a lo largo de la historia imperial y de estos tiempos, lo que no es coincidencia sino continuidad también de las estrategias de un imperio.

En el alegato de su defensa en 1953,  que él mismo asumió como abogado, Fidel Castro expuso ante el tribunal en Santiago, con una fuerza de huracán, el histórico texto «La Historia me absolverá», que trascendió al mundo, diseñando el programa revolucionario y mencionando las fuentes que inspiraron a los jóvenes, como fueron Martí y otros héroes del siglo XIX.

Ante el tribunal, Fidel recordó la prédica revolucionaria de Martí, al que llamó el autor intelectual del 26 de julio y cuyos libros le impidieron leer en la cárcel. Había escrito el alegato de su  propia defensa estando incomunicado en la prisión Provincial de Oriente, adonde fue llevado el 1 de agosto de 1953. Lo escribió con rigurosa minuciosidad en el papel que pudo conseguir  y lo memorizó, dejando el manuscrito cuando fue a declarar. Con esa pieza magistral, Fidel no sólo entró en la historia, sino que además de trazar el programa revolucionario que comenzaría en enero de 1959, se entendió que la fortaleza de principios y el respeto por la herencia de tantos años de lucha, tenían que ver con el «Manifiesto de Montecristi» escrito por José Martí con Máximo Gómez, como documento Oficial del Partido Revolucionario Cubano, en Montecristi, República Dominicana, demostrando la amistad y unidad de los revolucionarios de ambos países en el trazado organizador de la guerra de Independencia Cubana, en 1895. Fue la gran inspiración de la Revolución de 1959, manteniendo el espíritu de las guerras por la liberación y la cubanidad profunda que ha extendido sus raíces y perdura hasta hoy.

Vale recordar el entorno en que se desarrolló la lucha y los primeros tiempos de la revolución cuando estaban rodeados de dictaduras en países del Caribe y Centroamérica y en pleno desarrollo de la Guerra Fría, entre Estados Unidos y la Unión Soviética. En Haití estaba Francois Duvalier; en Dominicana, Rafael Leonidas Trujillo; en Centroamérica dictaduras temibles y en medio de los preparativos para la lucha revolucionaria, en 1954 se produciría la invasión de Estados Unidos en Guatemala, para derrocar el gobierno de Jacobo Arbenz Guzmán después de una corta primavera en ese castigado país, que había comenzado con Juan José Arévalo.

La dirigencia revolucionaria cubana que comenzó la guerra de liberación en 1956, sabía lo que sucedía a su alrededor, lo que fortaleció la necesidad de justicia y de entender que un triunfo significaría una forma de solidaridad con los pueblos sometidos a dictaduras y colonialismos. Y también que estarían solos y en la mira.

Vale para entender la capacidad de resistencia de ese pueblo y la luminosidad dialéctica que los inspiró y los inspira, para renacerlos y revivirlos siempre.