El último escándalo financiero que golpea en el Vaticano se cobró otra víctima: el comandante de la Gendarmería de la Santa Sede, virtual custodio privado del papa Francisco, quien lamentó haberlo tenido que separar del cargo en medio de una investigación clave para la salud moral de la iglesia católica. El caso se conoció hace dos semanas por una filtración a  la prensa, que mostró un documento firmado por Doménico Giani para impedir el ingreso a los edificios vaticanos de implicados en una maniobra fraudulenta con inversiones inmobiliarias en Londres de las que ni Jorge Bergoglio ni la cúpula eclesiástica estaban enterados.

El trasfondo de esta operación comprometedora para altos prelados y cuadros medios de la curia romana es la reforma de un edificio muy elegante del centro de la capital británica que fue construido por Harrod’s, la exclusiva tienda que en sus tiempos de oro tuvo su única sucursal fuera del Reino Unido en Buenos Aires, en un soberbio edificio semiabandonado desde hace décadas en la calle Florida, entre Paraguay y la avenida Córdoba.

El centro comercial londinense pasó en 1985 a manos del millonario egipcio Mohamed Al-Fayed, padre de Dodi Al-Fayed, el amigo íntimo de Diana Spencer, princesa de Gales. Ambos murieron en un accidente de tránsito el 31 de agosto de 1997 junto con el chofer del vehículo en que viajaban en el Túnel de l’Alma, bajo el río Sena, en París, cuando eran perseguidos por paparazzis que buscaban la gran toma de la pareja de Lady Di, recién separada del príncipe Carlos.

De modo que no se estaría demasiado lejos de la verdad si se dice que el escándalo Vaticano liga de alguna manera insólita al papa argentino que quizás en su juventud paseó por el Harrod’s porteño -cerrado tras divergencias con el dueño egipcio en 1998-  con la corona de los Windsor y repercute en este hombre de 57 años que fue espía italiano y desde hace 20 años guardaba las espaldas de los sucesivos obispos de Roma con un celo que Francisco no se cansó de reflejar en el texto de la aceptación de su renuncia.

El caso comenzó a ser investigado por orden del propio Francisco hace algunos meses, luego de un informe del Fiscal General Gian Piero Milano, el responsable de llevar adelante las pesquisas por el faltante de algunos fondos que habían percibido en el Instituto de Obra Religiosa (IOR), el banco del Vaticano.

El 1 de octubre Giani firmò una orden destinada a sus subordinados por la cual se impedía el ingreso a la Santa Sede de monseñor Mauro Carlino, de la oficina de información y documentación de la Secretaría de Estado; Tommaso Di Ruzza, director de la Autoridad de Información Financiera (AIF), Vincenzo Mauriello y Fabrizio Tirabassi y una funcionaria de la administración, Caterina Sansone.

El memo con la firma de Giani llegó a las manos del periodista Emiliano Fittipaldi, de la revista L´Espresso, un especialista que ya publicó varios libros sobre el lado oscuro del Vaticano.  La difusión enojó al papa tanto como el escándalo en si mismo. Según el comunicado oficial, no hubo dudas de que la filtración no salió de Giani pero si fue un subalterno, como en toda organización militarizada -y la Gendarmería del Vaticano lo es- la cabeza que debe rodar es la del comandante.

Independientemente de esta circunstancia, fueron apareciendo en medios británicos más precisiones sobre la maniobra que originó todo este episodio.  Según el Financial Times, las irregularidades en el manejo de fondos, en gran medida provenientes del Óbolo de San Pedro, se habrían empezado a descubrir desde 2014, unos meses después de que el ex arzobispo de Buenos Aires fuera ungido papa en reemplazo del renunciante Benedicto XVI.

Se trata de una inversión de unos 320 millones de libras esterlinas a través de un fondo de inversión, Athena Capital, con sede legal en Luxemburgo, para la reforma de edificios de alta gama en Londres. La operación sobre el edificio del barrio de Chelsea, en el 60 de Sloan Avenue, misteriosamente no aparecía en las cuentas vaticanas. El edificio sirvió como deposito de los almacenes Harrod’s y fue construido en 1906. Durante mucho tiempo se lo conoció como Harrods Motor Car Garage and Workshops.

De acuerdo a una investigación de Mediapart, un diario digital francés, el edificio fue transferido a Athena Capital pero el dinero nunca ingresó a las arcas de la Santa Sede. Las sospechas recayeron sobre monseñor Goivanni Becciu, subsecretario de Estado del Vaticano entre 2011 y 2018 y luego titular de la Congregación para las Causas de los Santos. Para el Corriere della Sera, Becciu fue clave desde 2016 para boicotear las reformas que en las cuentas de la Curia intentó el cardenal George Pell por orden de Francisco. Un año después de verse sometido a presión, Becciu forzó al despido del auditor general Libero Milone, quien finalmente fue absuelto tras una investigación interna en 2018.

El mismo periódico buscó al socio comercial del emprendimiento en el edificio de Harrod’s, Raffaele Mincione, quien afirmó que la operación había sido un éxito para la Iglesia. “En total invirtieron 320 millones de libras y ahora vale 390 millones”, declaró.

El descubrimiento de que ese dinero no estaba donde debería fue del arzobispo venezolano Edgar Peña Parra, quien reemplazó a Becciu e hizo un arqueo de caja ni bien tomó posesión de su cargo. Las explicaciones sobre ese “detalle” salieron de boca de Mincione, quien señaló que había una renta anual que debería ir apareciendo en los próximos años en las cuentas del IOR. Y dijo que serían mejores porque bajaron los precios de alquileres y por las expectativas que deja el Brexit.

Pero gran parte del caso permanece aún entre las brumas londinenses.Habrá que ver cómo sigue la historia, que suena apasionante como una serie de Netflix o HBO.