El 17 se cocinó, esta vez, en un tiempo anómalo, transfigurado por la crisis sanitaria, pero también por un debate desigual: cómo manifestarse en un contexto de pandemia, y cómo narrar, con herramientas transparentes, la ocupación del espacio público. Ensoberbecida, sin competidores en avenidas desiertas por las medidas de aislamiento, la derecha –antiderechos, anticuarentena, antipolítica– organizó una marcha tras otra, que capitalizó a través del relato sesgado de sus medios de comunicación. Convocatorias modestas, menguantes, los “banderazos” de alta gama coparon efectivamente la calle, y fueron construyendo una realidad equívoca, que varias veces forzó al gobierno nacional a desacelerar, posponer, recalcular sus iniciativas más audaces.

Ese combate de unos pocos contra nadie se saldó ayer con una considerable demostración de fuerza. Como correspondía, desde el gobierno nacional se pidió no movilizar. Pero los usuarios de a millones, que rápidamente colapsaron (si no fue hackeado) el sitio web en el que se desarrollaría la movilización virtual, dispararon otro escenario: a los camiones de Moyano, que más temprano había elegido encarnar esa disputa por el espacio público, se sumaron decenas de caravanas espontáneas, miles de personas que dejaron el avatar en casa y salieron.

Acaso los medios concentrados ignoren la magnitud de este 17 inédito, del mismo modo que exageraron la del #12O del lunes pasado. Esa disputa, la de la información, es mucho más peliaguda.

El 17 de Octubre es un espacio-tiempo ritual del peronismo, pone en acto su potencia, su capacidad de movilización, pero es una liturgia partidaria, una fecha anclada en lo simbólico que siempre se disputó hacia adentro del movimiento –aunque fue casi monolítica ayer, apenas divergente entre el acto online y la calle, si se desecha la exigua ceremonia que adelantó al viernes un puñado de dirigentes desclasados– pero que no suele derramar hacia otros sectores de la sociedad. Una celebración que solo interpela a los propios, que prescinde del resto de la representación política, un culto para iniciados que rara vez opera sobre el universo posible de las adhesiones.

¿Quiénes se manifestaron ayer? Los peronistas, desde luego. Y acaso también hubo espacio para el desahogo de sectores progresistas de cuño diverso dispuestos a acompañar a los gobiernos populares –siempre que obren en consecuencia– sin dejar de contarles las costillas. No hubo este año un 24 de marzo, el campo popular no se reencontró en las calles. Este 17 extraño, atravesado por el distanciamiento, pero festivo detrás del barbijo, fue, sobre todo, una válvula de escape, quizás no solo para el peronismo. Si el del ‘45 visibilizó a los oprimidos, a los “no narrados” por el relato hegemónico, este le permitió a muchos salir a recuperar, frente a los argumentos desatinados de una derecha irracional, algo de sentido común.