El gobierno prefiere correr el peligro
de una fuga de votos de la gobernadora a otro
presidenciable con las colectoras, antes que perder la contienda bonaerense, que sería letal en su
estrategia electoral.
Lo que hoy era malo mañana será bueno y
viceversa. Las reglas de la competencia política no tienen un resultado
único en todos los contextos. El gobierno nacional dio en estos días una
muestra un tanto obscena de esta norma. Luego
de presentar el decreto que impedía las colectoras hacia arriba como
una muestra de “transparencia”, cambió de posición y el propio Marcos
Peña defendió la marcha atrás con esa medida. El objetivo explicitado
por el ministro es impedir el retorno del peronismo
al poder en la provincia de Buenos Aires, impulsando el ensayo, por
ahora fracasado, de una alquimia política de una singularidad casi
inexplicable: que candidatos presidenciales de la oposición lleven como
postulante a gobernación bonaerense a la principal
figura del oficialismo después de Mauricio Macri, la mandataria María
Eugenia Vidal.
¿Qué es lo que cambió? ¿Qué produjo el golpe de timón?
La primera lectura es que el oficialismo
concluyó que aquello que podía beneficiar al peronismo, cuando el
acuerdo entre Sergio Massa y el kirchnerismo recorría el sendero de
pactar una fórmula unificada en Provincia pero no compartir
un frente a nivel nacional, también podía servirle a Vidal para
expandirse.
Sin embargo, esto fue justamente lo que
Macri había querido impedir durante meses. La mesa política del
vidalismo hace bastante tiempo que pedía que se le permitiera a su jefa
desdoblar la elección bonaerense. La gobernadora conserva
mejor imagen y mayor intención de voto que el presidente entre los
bonaerenses porque los votantes no la responsabilizan por la crisis
económica provocada por las políticas del ejecutivo. Vidal podía
entonces provincializar su campaña, como han hecho la mayoría
de los mandatarios en sus terruños, y despegarse del “salvavidas de
plomo” en que se transformó su jefe político.
Marcos Peña, Carrió, y el propio Macri,
lanzaron la consiga: “Cambiemos no desdobla”. Se le dio tanta
importancia a esta regla-los socios radicales no la respetaron-que hasta
Horacio Rodríguez Larreta se vio obligado a modificar
la Ley Electoral de la Ciudad para unificar la contienda porteña con la
nacional. La meta buscada era la transferencia de votos de Vidal y
Rodríguez Larreta hacia Macri, una tracción de abajo hacia arriba.
Este objetivo-y aquí lo extraño de los
últimos días-choca de lleno con la decisión de habilitar las colectoras,
que justamente abrirían la puerta para que los electores que quieren
volver a respaldar a la gobernadora y no a Macri
tengan una opción fácil de resolver, sin tener que cortar boleta en el
cuarto oscuro.
Un primer análisis podría sugerir que el
PRO da por perdida la elección nacional. Que está pensando en un
repliegue estratégico. Una retirada en la que se queden gobernando la
CABA y la Provincia, juntas representan el 45% del
electorado nacional y tienen una enorme cantidad de recursos
financieros. Quedarse con esos bastiones para desde allí
volver a la pelea por la presidencia en 2023.
Sin embargo, no es esa la razón
predominante en una fuerza tan centrada en una sola figura como el
partido amarillo. El equipo de campaña de Macri tomó conciencia de que
una derrota bonaerense en octubre es una herida en el pecho
para el balotaje. ¿Cómo haría Vidal para respaldar a Macri en la
campaña para la segunda vuelta, si es que la hubiera, luego de perder su
distrito? Esta es la razón que se trasluce en las explicaciones de
la vuelta atrás. Parece preferible correr el riesgo de
bifurcar la transferencia de votos de abajo hacia arriba a que Vidal no
pueda acompañar en la campaña por la segunda vuelta con un triunfo al
hombro.
El dilema muestra las debilidades del
oficialismo para las elecciones de octubre, en especial en territorio
bonaerense. No hay soluciones que cierren en positivo la ecuación. Es
como un globo con poco aire, si se aprieta en un
lugar se infla en otro y viceversa.