Hace más de dos meses que la tierra no tiembla en los alrededores de Vaca Muerta. Tanto la localidad de Añelo como el paraje Sauzal Bonito, que en junio se sacudieron durante una semana seguida, por estos días disfrutan de una desacostumbrada quietud. El dato coincide con la baja actividad de fracturas para la extracción no convencional de hidrocarburos, consecuencia de la crisis de demanda por la pandemia mundial de Covid-19. La conclusión parece inequívoca: sin fracking tampoco hay sismos.

“Desde que el registro del Instituto Nacional de Prevención Sísmica (INPRES) instaló los sismógrafos en el área de Vaca Muerta no se había registrado una pausa tan extendida”, afirma Javier Grosso, geógrafo de la Universidad del Comahue e integrante del Grupo Interdisciplinario de Estudios Ambientales, del que participan investigadores del Conicet y la Universidad Nacional de la Patagonia Austral.

El sábado 6 de junio, la empresa Shell informó, mediante un escueto comunicado, que frenaba de manera preventiva sus actividades en el Pad 22 del bloque Bajada de Añelo, en Neuquén, “para dar prioridad a la salud de sus empleados y comunidades cercanas”.

La decisión se tomó luego de que el mismo sábado, alrededor de las cuatro de la mañana, se produjera el último de una seguidilla de al menos 20 temblores que había comenzado el lunes primero. Según el monitoreo del INPRES, el sismo que precipitó la decisión de la petrolera fue de 3.8 de magnitud con una profundidad de cuatro kilómetros y alcanzó a las localidades de Añelo y Sauzal Bonito.

Un detalle revelador es que Vaca Muerta había paralizado todas sus operaciones en el marco del aislamiento obligatorio decretado por la pandemia de Covid-19, pero al reiniciar las actividades de fractura, también volvieron los sismos.

“La novedad es la quietud del subsuelo. Desde el 30 de junio, es decir, hace más de 60 días, la tierra no volvió a temblar ni en cercanía de Añelo ni de Sauzal Bonito, lo cual va de la mano con la muy baja cantidad de fracturas. El fracking está casi paralizado”, destaca Grosso.

Relación directa

El fracking o fractura hidráulica es una técnica que busca extraer el petróleo y el gas «atrapados» en la roca madre. Para lograrlo se perfora la tierra y se inyectan millones de litros de agua junto a cantidades industriales de arena y aditivos químicos.  



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(Foto: Gentileza Martin Katz/Greenpeace)


Los expertos aclaran que la generación de un sismo inducido por la actividad de extracción no es lineal e inmediata, sino que pueden pasar días hasta que el efecto de las fracturas se manifieste, incluso puede no manifestarse a través de un sismo registrable. Sin embargo, la zona de Vaca Muerta no tuvo antecedentes de focos sísmicos hasta fines de 2018 y principios de 2019, cuando se intensificó la explotación por fracking, aumentando el número de pozos al tiempo que crecía la presión de los equipos y la cantidad de agua, arena y químicos inyectados.

La caída en la demanda de combustibles provocada por la crisis sanitaria mundial obligó a Vaca Muerta a cerrar julio con, apenas, 44 etapas de fractura; las 98 realizadas en agosto significó un leve repunte, todavía demasiado lejos de las 430 que hubo en marzo y de las más de 500 que, en promedio, se realizaron en 2019, cuando alcanzó su nivel histórico más alto.

“Tanto se objetaba –concluye Grosso– la posible relación entre sismos y las operaciones de fractura, pero resulta que cuando no hay fracking no hay sismos, lo cual para nosotros es un dato muy fuerte. El spoiler es que, cuando se reactiven las operaciones, seguramente van a volver los sismos”.