Rock, jazz, jazz-rock, rock-jazz, fusión, infusion –¿café, té, mate?–. Las etiquetas siempre existieron y seguirán presentes a lo largo del devenir del universo. Así como los músicos de género y los desgenerados: para que existan los otros se necesita de los unos. Y viceversa. Desde hace casi una década, La Mujer Barbuda viene construyendo un sendero expresivo y una obra que van creciendo desde la potencia y sonoridad de la cultura rock y la capacidad de improvisación y el lenguaje jazzístico. Demasiado ilustrados para el primero, muy ruidosos para el segundo, la banda comandada por Franco Fontanarrosa (bajo, composición) supo fundar una identidad propia con mucho trabajo y sin complejos. “Agridulce” es su tercer disco y lo presentarán este viernes en Roseti (Roseti 722).

Una forma de empezar a aproximarse a la música de La Mujer Barbuda –para todos aquellos que no tuvieron el gusto– es conocer su formación. Repasemos: Franco Fontanarrosa (bajo eléctrico), Nicolás Sánchez (guitarra), Lulo Isod (batería) y Martín Pantyrer (clarinete bajo y saxo barítono). Un contexto bien eléctrico que se articula con los pulmones acústicos pero no menos intensos de Pantyrer. Agridulce es el sucesor de Lagartos terribles (2011), una suerte de cruce entre King Crimson, Black Sabbath y free jazz. 

El flamante tercer disco de la banda incluye un cambio de formación –Sánchez remplazó a Sergio Álvarez– y novedades importantes en lo musical: las composiciones tienden a sostenerse en riffs más concretos, hay menos distorsión y la producción resuena mucho más cristalina. “Este es nuestro disco de canciones, entre muchas muchas muchas comillas”, explica Franco Fontanarrosa. Se trata de música instrumental y desafiante. Nada de tres acordes y una melodía a repetición. Pero siempre dentro de un recorrido abismal los resultados parecen más amigables.

–Agridulce es bastante diferente a los discos anteriores de la banda. ¿Cómo se gestaron los cambios?

–Tienen que ver con más de un factor. El ingreso de Nicolás Sánchez en lugar de Sergio Álvarez modificó parte del sonido del grupo. Pero me parece que lo más definitivo pasa por las composiciones. Las percibo mucho más concretas que en los discos anteriores. “Lagartos terribles”, sobre todo, tenía mucha improvisación libre y era bastante abstracto. Acá el mensaje es más directo, las composiciones tienen una melodía clara y sus correspondientes armonías. Podríamos decir que el formato estético es un poco más convencional. Pero no hay que olvidar que todo es instrumental y los desarrollos siguen siendo largos y nada lineales.

–¿Que La Mujer Barbuda no encaje exactamente en ningún género ayuda o hace todo más difícil?

–Es complejo de analizar. Es cierto que cuando haces una música que no encaja con un casillero puntual tiende a ser más difícil encontrarle un lugar. Con discos más fácilmente caracterizables los caminos se acortan. Sabemos que vamos contra la corriente, pero hacemos la música que nos interesa hacer. Se me ocurre una metáfora un poco curiosa que quizás aplique para este caso. En un gimnasio se gana mucho volumen muscular y bastante rápido. Los nadadores necesitan más tiempo, pero generan una masa muscular más duradera. Digamos que, en este caso, nosotros nos sentimos nadadores. A veces escucho que alguna gente dice que tal o cual cosa suena a La Mujer Barbuda. Significa que perciben una identidad, un camino. Eso me pone muy feliz.

–¿Siempre componés en partituras?

–Sí, siempre. Primero me siento solo con el bajo e improviso. Hasta que aparece una idea que me parece que es buena. Esa sería la columna vertebral del tema por venir. Después llega el turno del laboratorio mental. Analizar qué rítmica tiene, con que armonías puedo trabajar, etcétera. Ahí empiezo a escribir y lo sigo trabajando. Siempre pienso en los músicos que están conmigo. Todos tienen un peso específico importante y es muy bueno interactuar con eso. Igualmente, cuando les llevo las partituras se charla y se aceptan sugerencias.

–¿Cómo lograron articular instrumento acústicos como el clarinete bajo o el saxo barítono en un contexto tan eléctrico? 

–Con mucho trabajo. Por suerte tenemos a Martín (Pantyrer, Escalandrum, Liliana Herrero, etcétera), que es casi un ejemplar único en esto de venir del jazz y animarse a contextos y sonoridades tan diferentes. Creo que hace poco le encontramos la vuelta para que suene de la mejor manera en vivo. Porque una cosa es el estudio y otra cuando tocás en diferentes lugares sin la mega producción de una banda grande. La solución vino por la escritura, ahora pienso mucho en la dinámica y en como dejar lugar a que cada instrumento se escuche. Pero también nos dimos cuenta de que no se puede tocar a volumen heavy metal porque le quitamos peso y expresividad a Martín. Por eso decidimos sonar un poco más bajo, pero con más variantes. Mucha gente cree que la única forma de conseguir agresividad es el volumen, pero eso es una simplificación.

–¿Cómo surgió tu relación con el guitarrista suizo Christy Doran?

–Lo conocí hace unos cuantos años acá, casi de casualidad. Pero pegamos muy buena onda y desarrollamos un vínculo musical profundo. Parecía imposible ampliarlo en el tiempo porque él vive en Suiza y yo acá. Pero afortunadamente allá hay un programa muy valioso que estimula la cultura mediante subsidios. Eso nos permitió financiar giras. Ya hicimos tres y en la última me fui a Suiza y también puedo participar de su proyecto 144 Strings for a Broken Chord. Con el trío (que completa el baterista Lukas Mantel) grabamos el disco Belle Epoque. Es un proyecto muy saludable y la idea es retomar el año que viene.

–Siempre fuiste muy inquieto. ¿En qué otros proyectos estás trabajando?

–Toco en Resistencia Chaco, un grupo de metal bastante deforme. Y después voy y vengo con proyectos más intermitentes. Como Temporal, una aventura que compartimos con Wenchi Lazo; Mola Mola, un grupo de funk que tenemos con Lobi Meis; y Niño Envuelto, un dúo de improvisación con el que por ahora sólo toco en Rosario (n. del R.: su ciudad natal). Allá también toco y hago alguna breve intervención en una obra de teatro que se llama Rodajas de mí, basada en un texto de mi viejo (Roberto Fontanarrosa). 

–También dibujás y hacés animaciones. ¿Cómo encontrás tiempo?

–Como puedo (risas). Ahora no estoy dibujando mucho. Tuve una época en la que estaba muy enganchado. Iba a un taller de ilustración, hacía mucho modelos vivos… Pero ahora ese tema lo tengo un poco abandonado. Lo que si sigo haciendo es animación. Trabajo con stop motion, la técnica que Frank Zappa uso en «Baby Snakes» y Tim Burton en El extraño mundo de Jack, por citar un par de ejemplos. Es genial porque es económico y te permite hacer cosas muy copadas. Eso sí: hay que tener mucha paciencia para generar todas las imágenes necesarias para recrear la sensación de movimiento. Así armé un video de un tema del disco anterior de La Mujer Barbuda y en breve se viene otro para una de las composiciones de Agridulce. Es otra faceta expresiva que me interesa mucho.

La Mujer Barbuda presenta su nuevo disco Agridulce este viernes a las 21:30 en Roseti (Roseti 722).