«La palabra de este libro es uno de los nombres de la tierra», dijo Juan Gelman de uno de los volúmenes de poesía de Vicente Muleiro. A lo largo de su vida y su producción, Muleiro ha cosechado múltiples reconocimientos. Ahora acaba acaba de publicar El maratonista (Ediciones En Danza), una antología personal de su poesía producida entre 1978 y 2016. Abarca Para alguien en el mundo estamos lejos (1978), Boleros (1982), Pimienta negra (1990), El árbol de los huérfanos (2000), Milongas de modo tal (2004), Ondulaciones (2008), Los goliardos (2014), y poemas que hasta el momento de la antología habían permanecido inéditos. Pero además de la poesía, su escritura aborda diversos géneros, desde la novela y el ensayo hasta el teatro.

En entrevista con Tiempo Argentino, habló de su último libro y de su entrañable relación con la literatura.

-El Maratonista es una selección de tus libros de poemas. Pero, además, vos ya habías publicado una antología con el mismo título, ¿no es así?

-Sí, había publicado una antología en Costa Rica en el marco del Festival de Poesía de San José de Costa Rica que tiene por costumbre publicar material de los invitados. Tienen diez o doce invitados internacionales y les publican lo que cada invitado proponga. En aquel entonces, en 2006, yo propuse una antología porque aún no tenía ninguna.

-¿Cuál es la diferencia entre una y otra?

-En esta hay diez años más de trabajo y, además, algunos poemas inéditos. Como el título lo indica, es una antología personal, es decir que yo hice mi propia selección.

-¿Cuáles fueron los criterios con que la realizaste?

-Trabajé en base a lo que más me conformaba, en la reacción que habían generado en algunos lectores que daban cuenta de que había textos más potentes que otros. Además, el capricho personal, que posiblemente sea equivocado, pero eso no lo podré comprobar.

-Una parte de esta antología se llama «Boleros». Me gustó porque el bolero es el exceso, lo cursi, pero quizá no haya una forma mejor para hablar del amor como ya lo dijo Fernando Pessoa.

-Sí, él dijo que todas las cartas de amor son ridículas y que si no fueran, no serían cartas de amor.

-Los poemas sobre los boleros significan, además de una unidad temática, trabajar sobre algo que ya está dado.

-Considero que la poesía siempre tiene algo de relación con la canción en el sentido que es el género del lenguaje que está más cercano a la música. En él hay una masa de sonido además de una masa de sentido. Eso me parece interesante. La poesía, por lo menos la que a mí me gusta, tiene algo de trovadoresco. Por otro lado, me interesaba tomar el nivel de lenguaje que tienen los boleros y trabajarlos con un nivel de lenguaje diferente. Me gustaba ver qué salía de ese experimento que me impuse como desafío. Como verás, hay un subir y bajar por los niveles del lenguaje que, por otra parte, es lo que hacemos todos. Yo no escucho a nadie hablando permanentemente en un registro alto ni cantando tampoco (risas).

-Es decir que vos no integrás el grupo de los que están en contra de que le hayan dado el Nobel de Literatura a Bob Dylan.

-La verdad es que sí tengo algún reparo en cuanto a la ritualidad de la literatura. Creo que la Academia Sueca debería crear un nuevo registro del mundo del espectáculo si le interesa. Sobre todo porque hay tan pocos ritos relacionados con la literatura. De modo que no me gustó demasiado cuando se lo dieron. Me hubiera gustado que se lo dieran a un escritor.

-¿Pero vos no acabás de decir que entre la poesía y la canción hay puntos de contacto?

-Sí, los hay, pero creo que son sistemas de elaboración diferentes, dos sistemas de prestigio distintos. Creo que el mundo del espectáculo debería tener su propio Nobel porque no estoy muy de acuerdo con la mezcla de sistemas. Creo que mezclarlos es acotar el terreno de lo literario que ya de por sí es bastante acotado.

-¿Considerás que la canción es en un estadio previo o menos importante que la poesía?

-No, para nada. Hace poco ha muerto Leonard Cohen que tenía excelentes canciones y que escribía poemas. Los cancioneros populares de todo el mundo tienen momentos letrísticos de alto vuelo. Homero Manzi trabaja con Lorca y con Neruda. El cancionero folklórico influido por Manuel J. Castilla también tiene momentos de alto vuelo poético. Y estoy hablando del país que más conozco, pero imagino que en todos los países debe suceder lo mismo. Yo ahí noto una vecindad y trabajé con ella, con otros ritmos porque tienen que ver con la historia de la poesía que a mí más me interesa más que con el registro puro de la canción.

-Tu libro Los goliardos tiene que ver con esto,porque los goliardos tienen algo trovadoresco.

-La verdad es que no lo había pensado, pero entre Los goliardos y Boleros hay un puente, por supuesto.

-¿Y cuáles serían las diferencias?

-Que en Los goliardos hay una autorreflexión que busca cierta musicalidad, algo de un filosofar cantando. Lo otro es un registro más directo. En Los goliardos hay algo más trabajoso, más oscuro. Muchas veces yo mismo me he preguntado «qué estamos diciendo acá» y tuve que decidir si lo dejaba o no.

-Además de poeta sos novelista y autor teatral. ¿De qué forma nace un poema, una narración o una obra de teatro?

-Primero quiero decir que esa es la parte más positiva de mi esquizofrenia, poder visitar distintos géneros (risas). Luego hay otra forma negativa que no la voy a contar.

-Qué lástima, me interesaba conocerla.

-Sí, pero no la puedo contar porque es privada (risas). Yo respeto los distintos registros, lo genérico, pero también hay zonas sin fronteras. Por eso tenés a un poeta como Enrique Molina escribiendo una excelente novela sobre Camila O’Gorman. Y también tenés novelistas como Saramago con una obra poética digna de ser leída.

-No es que lo cuestione, sólo me intriga ese poder de desdoblamiento.

-Son momentos diferentes en los que el autor puede identificar, en el caso de la narrativa, una mayor vigilancia de la razón, un mayor control sobre el arte combinatorio que suele ser una novela. La poesía, en cambio, es un sueño en el que la razón actúa después, en la corrección. Esto no quiere decir que no tengan continuidades, vecindades, contaminaciones. Hay prosas muy poéticas, por ejemplo. En lo personal, los percibo como momentos, como impulsos distintos. En uno está más presente la planificación, cierta vigilancia de lo sintáctico. En lo otro hay más bien una forma de derramarse en la escritura y después ver de qué se trata.

-En la poesía quizá la escritura es más anárquica.¿En tu caso te sentás específicamente a escribir poesía?

-Sistemáticamente no, a menos que esté con un proyecto de poesía. Lo sistemático pasa por hacerlo todos los días para que no se me escape el tono porque no me interesa trabajar diversos tonos. Quiero trabajar el que encontré a fondo para luego desecharlo e ir a la búsqueda de otro. Ahí hay continuidad cuando escribo poesía. También hay poemas sueltos que surgen cuando estoy haciendo un ensayo o una obra de teatro. En ese caso apunto algo o el poema me sale de un tirón y lo corrijo después. Pero en ciertas ocasiones me he tomado meses para trabajar en poesía. Hay libros que son proyectos temáticos como Boleros o Los goliardos y hay libros como La parte que nos queda, la segunda parte de Boleros que son poemas dominados más por un tono que por una temática. Por ejemplo, algún descubrimiento rítmico que quiero explorar o una batería de palabras de un lenguaje nuevo que quiero poner en marcha. En la poesía el contacto con el material tiene algo de sueño, algo del ensoñar despierto y también algo de vino tinto (risas).

-¿Te sentís más poeta o más narrador?

-No lo sé, pero lo que puedo decir es que la poesía es la madre de todos los géneros. En mi caso, la vinculación con la poesía es la vinculación con todas las otras tareas que tienen que ver con la palabra. Además, considero que en algún sentido todo lenguaje es poético. Lo que sorprende tiene que ver con la poesía y cuando encontrás un escritor que no tiene que ver con la poesía te das cuenta. La diferencia entre un narrador que lee poesía y otro que no la lee, es notable.

–¿En qué se nota?

-En darse cuenta de que el lenguaje tiene una cadencia, en la riqueza lingüística, en el sentido de la sorpresa.

-¿Cómo fue tu formación en la poesía?

-Muy anárquica. Desde chico sentí una gran atracción por las palabras, por el mero hecho físico de escribir. En mi casa no había muchos libros, de modo que accedí a lo que te enseñan en le primario y en el secundario. Hay que estar muy atento para que no te enseñen a odiarla y un día te preguntes «pero cómo me perdí esto». Había una colección dirigida por Boris Spivacow que se llamó Capítulo Argentino. El tomo 55 se llamaba Los Nuevos y para mí fue una revelación. Allí estaban los poetas Raúl Gustavo Aguirre, Juan Gelman, Alejandra Pizarnik, Franciso Madariaga, Mario Trejo, Alberto Vanasco, Eduardo Romano. Yo que venía con un cierto gusto por lo literario como te lo enseñan, es decir, como las Bellas Artes, que un poeta como Gelman dijera «aquella mujer se parecía a la palabra nunca» o que Pizarnik dijera «mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos» tenía más que ver con mi tribu, fue revelador, un golpe fuerte que me hizo descubrir que había un lenguaje que me rodeaba y que tenía que ver conmigo. Mi mapa de lecturas fue inverso. No estaban Salgari, Dostoievski, Quiroga Cortázar, sino primero Germán Rozenmacher y después Faulkner. Primero Onetti y después Faulkner. Primero los latinoamericanos y luego los europeos. «