Pörtschach, una localidad austríaca de cuento que humedece sus costas en el lago Wörthersee. La exaltación del paraíso. Colgado de un barranco, a 700 metros de altura, un hotel sumergido en un bosque, con vista al azul rabioso que el cielo contagia a la sábana de agua, recibió a la Selección, incluido el mismísimo Diego Maradona. Fue en 1993. Llegamos desde Tel Aviv. Tras unas 70 horas en esa gloria, rumbeamos hacia Zagreb, capital de Croacia. El traslado fue en micro, atravesando el conflicto croata-bosnio, paisaje rural y cruentas huellas de los proyectiles. Arribamos a un alojamiento medieval en plena ciudad: el recuerdo recupera el exquisito aroma a madera inundando las amplias habitaciones.
Dos hoteles. En el primero, en épocas de comunicaciones por télex y pesados celulares ladrillos que estrellaban su tecnología contra la montaña, Diego tuvo una de sus crisis emocionales y escandalizó sin precedentes la paz infinita del lago austríaco. En el segundo refugio, un estruendo hizo saltar de la cama a todo el mundo esa mañana: no era una bomba como se temió sino un camión descargando ladrillos.

Una anécdota emblemática. Quien firma este relato acompañó la travesía en su función de cronista. Así conoció lugares impensados. Siempre en medio de tareas periodísticas, robándole minutos, admirando todo a las apuradas. Que no se entienda como una queja: en la vida se olvidará el día aquel, que correteando también a la Selección, por la mañana llegó al Muro de los Lamentos y por la noche se comió una pizza frente al Coliseo romano.