Como lo demuestra su último libro, Mac y su contratiempo, el catalán Enrique Vila-Matas es a la vez siempre el mismo y, paradójicamente, siempre diferente. Desde que deslumbró también a los lectores argentinos con Bartleby y compañía, la renovación del escritor consiste en redoblar la apuesta y llevar su proyecto literario hasta sus últimas consecuencias. Es que, Vila-Matas padece, el mal de Montano que describió muy bien en el libro homónimo: está intoxicado de literatura y ésta es su único “referente”, por utilizar una palabra pasada de moda tanto en la lingüística como en la crítica literaria. 

En Bartleby y compañía, que alude desde el título a una obra literaria –Bartleby, el escribiente de Herman Melville- , habla de los escritores que en un momento dejaron de escribir, como Juan Rulfo, que justificaba su actitud diciendo que desde que se había muerto su tío Celerino que le contaba historias, se había quedado sin material literario. La gran audacia formal del texto consistía, entre otras cosas, en ser una serie de notas a pie de página de un libro o cuaderno inexistente o invisible para el lector. 

Ya entonces el humor era su marca distintiva. Si algo tiene Vila-Matas es que al hacer de la literatura su experiencia de vida y transformarla en la cantera de su propia escritura, al no separarla de los hechos cotidianos, la despoja de cualquier tipo de solemnidad. En Mac y su contratiempo repite el juego. Es imposible no recorrer sus páginas con una sonrisa que se transforma por momentos en carcajada. “Vila-Matas –dice nada menos que Eduardo Mendoza que de humor entiende mucho- es uno de los  escritores vivos más interesantes y quizás el más agudo. La estructura de Mac y su contratiempo es redonda, la trama es ingeniosa y está escrita con humor inteligente, algo que no se encuentra a menudo. La he disfrutado muchísimo.” 

E protagonista, Mac, impulsado por la pérdida de su trabajo y por su siempre postergado deseo de ser escritor, decide que ha llegado el momento de dejar de lado las dilaciones y ponerse a escribir. Pero –y aquí se expresa en el argumento una de las teorías literarias del autor- escribir es siempre reescribir. Si Pierre Mendard reescribió el Quijote, Mac decide mejorar el relato de juventud que su vecino, un reconocido escritor que reniega de él y que preferiría no haberlo escrito nunca. Esta vez, la novela no está en las notas a pie de página sino en el diario que Mac lleva acerca de su progresiva transformación en escritor a partir de un libro de otro. 

“Venimos al mundo a repetir lo que nos antecedieron también repitieron”, dice Mac en un determinado momento. La afirmación del protagonista es una expresión del credo teórico del autor: la originalidad literaria que tanto se persigue es un mito. La literatura se construye siempre con detritus de literatura, con textos anteriores, con voces de antepasados literarios que vuelven a mezclarse una y otra vez en la retorta alquímica de la escritura propia. El benigno mal de Montano es precisamente esa intoxicación incurable, esa contaminación absoluta que hace imposible que todo texto no sea sino reescritura o mejor, intento de reescritura. 

“Se puede imitar un voz –dice Mac refiriéndose a un ventrílocuo-, o repetir lo que dijo una voz, y evitar así su completa extinción, pero ya no será la voz ni dirá exactamente lo que dijo aquella voz. Las repeticiones, versiones, perversiones, interpretaciones de lo dicho por la voz que se extinguió irán componiendo ineludibles falsificaciones de lo dicho. Es con ellas con las que se ha construido la literatura, que para mí es una forma de mantener la llama de lo dicho de viva voz junto al fuego en la noche de los tiempos: una forma de convertir una imposibilidad de acceder a algo perdido en una posibilidad de al menos reconstruirlo, aun sabiendo que no existe, que sólo está a nuestra alcance una falsificación.” La afirmación es una declaración de principios literarios, un manifiesto. De esta manera, el escritor sería una suerte de ventrílocuo de voces extinguidas o de voces incluso vivas pero que no se pueden aprehender del todo, que no se pueden cazar con una red como si fueran mariposas. Un escritor, sería algo así como un ventrílocuo de ecos que intenta que no desaparezcan del todo.

 Además, parece decir Vila-Matas sin decirlo de manera explícita, cualquier especie textual puede aspirar al título de “literatura”. Para demostrarlo, introduce en Mac y su contratiempo, textos del oráculo de Peggy Day, un horóscopo que, como todos, dice generalidades incomprobables. ¿No sería lícito decir que el horóscopo y su fe en él que experimentan aun los que en nombre del racionalismo los denostan, son el relato o microrrelato que los adultos necesitamos que nos cuenten a diario para reducir imaginariamente la enorme imprevisisibilidad del azar, del mismo modo que en la infancia se necesita la repetición de un mismo cuento para reducir la angustia que produce la irrupción de lo inesperado?

 Vila Matas se levanta sobre una creencia sumamente arraigada que sostiene que un escritor verdadero es aquel que encuentra su propia voz, el que construye un mundo reconocible por sus lectores: «lo excepcional de encontrar una voz propia –afirma- acaba resultando un problema, pues contiene en sí misma el germen que tarde o temprano llevará al escritor a repetirse fatalmente».