Suele decirse que, a veces, la realidad imita a la ficción. Aunque la frase esté trillada, no deja de ser verdadera. Las tramas ocultas del espionaje macrista que ahora comienzan a salir a la luz, de no ser por su carácter siniestro que dejó víctimas en el camino y que se realizó con plata de los argentinos, podrían asimilarse a las aventuras del Súper Agente 86 y la 99, o más bien, a Tiburón, Delfín y Mojarrita, tres agentes secretos que, cada uno a su manera, constituían una suerte de James Bond del subdesarrollo. La saga se inició en 1974, cuando el país comenzaba a transitar uno de sus momentos más aciagos.

Umberto Eco destaca en Construir al enemigo la importancia de tener siempre alguien a mano para echarle la culpa de fracasos y equivocaciones. Aunque la lectura no parece ser el fuerte de quienes gobernaron el país en los cuatro años previos a la asunción de Alberto Fernández, lo cierto es que de pronto pasamos de la frase “la patria es el otro” a “el enemigo es el otro”, cualquier otro, incluso el que se supone que está en el mismo bando (¿o banda?).

Aunque algunos medios se refieren al espionaje como un escándalo, nadie parece demasiado escandalizado. Nadie se asombra de que desde el gobierno se haya mandado a espiar a ajenos y propios porque si en algo fue eficiente el macrismo fue en lograr una vacuna contra el asombro. Fue así como durante cuatro años nos vacunaron a todos, incluso a aquellos que votaron a un presidente rubio y rico con el candor de quien cree que la blancura y la riqueza se contagian y que las identificaciones aspiracionales son un factor de ascenso social.

Sin embargo, cuando durante el kirchnerismo se implementó la tarjeta SUBE hubo quienes con mente conspirativa creyeron ver en ella una forma de espionaje de Estado y lo gritaron a los cuatro vientos, porque, ya se sabe, el mundo es de los suspicaces.

Es que los argentinos vivimos envenenados de suspicacia y por eso las películas de espías, tanto las extranjeras como las propias, tienen

aquí tanto éxito. En cada uno de nosotros hay un agente Tiburón, Delfín o Mojarrita capaz de sospechar una operación de control político en un boleto electrónico y de naturalizar la extracción de datos de las plataformas que utilizamos a diario.

De hecho, en Internet hay tutoriales para todo, que enseñan desde cómo modelar un osito en mazapán hasta como convertirse en un espía. Recientemente, se ordenó el retiro de algunos tutoriales que enseñaban a los hombres a espiar a sus parejas a través de efectivas maniobras con su celular. El espionaje, salvo excepciones personalizadas en algunas espías celebres, tiene un sesgo machista.

Y así como se les ofrecen a los chicos ametralladoras y otras armas de juguete para jugar a matar, también se les ofrecen didácticos tutoriales para construir artefactos y trucos para ver sin ser vistos, un deseo que alguna vez nos alcanzó a todos. ¿Quién no quiso ser invisible o mosquito para saber de qué hablaban los mayores o que cuchicheaban ciertas personas a nuestras espaldas?

Parecería que el deseo de espiar es una tendencia constitutiva de la especie humana que a veces puede convertirse en perversión y/o en actividad rentable. La información, se sabe, es poder.

Por algo tuvieron tanto éxito entre los años 50 y 70 los cursos de la Continental Schools que enseñaban a ser detective por correspondencia. ¿Qué es un detective sino un espía con delay que se pone a espiar siempre después del estropicio? El director de cine Juan José Campanella publicó en Twitter el 14 de febrero de 2019: “¡El curso de la Continental Schools! Yo lo hice. Aunque parezca innecesario decirlo, en mi caso no sirvió.”

No es posible saber si el curso era realmente malo o Campanella un alumno poco aplicado, pero resulta evidente que no supo sacarle provecho detectivesco a su capacidad para las filmaciones. Pero seguramente a alguien le resultó útil. Habría que preguntarle a Gustavo Arribas, según Macri “el más vivo, el más desconfiado, el más acostumbrado a toda esa cosa de las trampas” de todos sus amigos, si hizo el curso por correspondencia o lo suyo es puro talento natural. Un indicador de la utilidad de estos cursos es que hoy también se ofrecen capacitaciones virtuales en Internet. Una de las ofertas dice

“Curso a distancia (Online): Detective Privado e Investigación Policial. Si quieres ser Detective Privado o dedicarte al ámbito de la Investigación Policial, es preciso que conozcas las técnicas y los conocimientos que se requieren para realizar las tareas propias de estos profesionales, tales como el seguimiento, investigación criminal, interrogatorio, etc.” La promoción termina con una interpelación digna de la vieja Continental Schools: “¿Qué esperas para convertirte en el próximo Sherlock Holmes?”

Aunque suena ingenua, la frase no es gratuita, porque resulta imposible separar la actividad detectivesca y de espionaje de la literatura. Una prueba irrefutable es que el macrismo hizo suyo el famoso cuento de Charles Perrault, sobre todo el fragmento en que Caperucita Roja dice “qué orejas más grandes tienes, abuelita”, y el lobo disfrazado contesta: “para escucharte mejor”.

En lo que a espionaje se refiere, para la AFI de Macri no hubo misión imposible. A propósito, esta nota se autodestruirá en cinco segundos.