Hugo Moyano hizo campaña por Mauricio Macri.

 Cristina Fernández estimuló la candidatura de Macri porque supuso que era un candidato fácil de derrotar.

Sergio Massa contribuyó con el triunfo de Macri dividiendo el voto peronista.

La izquierda hizo su aporte llamando al voto en blanco.

Si la intención es echarse culpas, todos tienen con qué.

¿Podrá la dirigencia opositora esquivar la tentación de apuntarse con el dedo y fraguar una propuesta alternativa al Gobierno? Hoy la calle alumbró el camino.

Es voluntarista, sin embargo, suponer que la “unidad en la acción” de las organizaciones gremiales, sociales y políticas que organizaron la marcha tendrá pronto una expresión institucional. Existen reproches y antagonismos históricos, ideológicos, éticos y hasta estéticos que están lejos de ser saldados. El primer gran paso, sin embargo, ya ocurrió: dirigentes que se desconfían más de lo que se estiman comprendieron que la hora exige unir esfuerzos, aunque eso implique taparse la nariz.

«Hoy nace la resistencia a las políticas de este Gobierno» dijo en su discurso Sergio Palazzo, titular de La Bancaria y referente de la Corriente Federal. Sin dar precisiones institucionales, el dirigente tomó nota del cantito que se esparcía entre la muchedumbre: “Unidad de los trabajadores, y al que no le gusta, se jode”.

La consigna, por cierto, no es nueva. Pero se convirtió en el mantra que conjura las rispideces propias de los colectivos diversos. Esos roces, que en el llano se dan cuerpo a cuerpo, también ocurren entre los dirigentes que ahora tienen en sus manos el desafío de darle continuidad a una marcha que los Moyano iniciaron por interés personal. Pero que escaló hasta convertirse en la primera expresión masiva y concreta de rechazo multisectorial a las políticas económicas del gobierno.

“Hacemos trampa porque jugamos solos”, dicen que dijo Macri durante el retiro del gabinete en Chapadmalal. Sus exégetas arriesgaron que esas palabras eran una remake “moderna” de una frase antológica de Perón: “No es que seamos buenos, es que los otros son peores”. Exageraciones al margen, el presidente tiene algo de razón: sin resultados económicos tangibles, su gobierno logró superar airoso el desafío electoral de medio término y mantiene aceptables índices de apoyo porque enfrente nadie logró sintetizar el creciente descontento social.

No se trata, por cierto, de apurar tiempos institucionales, empujar rejuntes lábiles ni sacar dirigentes mesiánicos de la galera. Luego de una intensa década de liderazgos verticales, los sectores populares de América Latina empiezan a descubrir la potencia de las construcciones colectivas y plurales reunidas en pos de un objetivo común. La mejor expresión de eso es el movimiento #NiUnaMenos, que se inició como reacción ante los femicidios y terminó alumbrando una revolución gestada en asambleas, redes sociales y otros espacios signados por la diversidad.

Eso no significa, claro, que ya no se precisen los referentes. O que esos referentes no tengan obligaciones de líderes, como orientar tácticas y estrategias. Pero más temprano que tarde deberá perder peso la “dedocracia”, un modo de conducción política que propicia más errores que aciertos, como el kirchnerismo -y sus tres derrotas electorales al hilo- pueden dar fe.

En tiempos de comunicación transversal, ya no se trata sólo de oír a las bases, sino de darles la palabra y amplificar su voz. La autocrítica y el debate son indispensables para acertar con una correcta caracterización del Gobierno PRO. Sin eso, cualquier construcción alternativa tendrá la fragilidad de un castillo de naipes.

Es un error -y una tontería distractiva- sostener que Macri “es la dictadura”, del mismo modo que resulta incorrecto asociarlo con “los noventa”. Por políticas e idiosincrasia, el gobierno de Cambiemos constituye una restauración conservadora con ambiciones pre peronistas. Y aunque guste mirarse a sí mismo como una versión 2.0 de la generación del ‘80, se parece más a la entente aristocrática que gobernó en los años ‘30, la “década infame” signada por la toma de deuda externa, la persecución a los opositores, los negociados y la mano dura como forma de contención social.

Pocas veces un gobierno concentró tanto poder real. En torno de Macri hay patronales, financistas, medios de comunicación y hasta potencias extranjeras sosteniendo su gestión. Cuenta, además, con un persistente bombardeo judicial y mediático que mantiene abierta la grieta de odio y rencor que sostienen la fe en Macri de sectores populares que son víctimas del modelo. En la 9 de Julio, sin embargo, hubo una contundente muestra de que también se puede terminar con ese espejismo.