Investigador de la Universidad Nacional de Moreno y especialista en estudios sobre pobreza, Agustín Mario reflexiona sobre las causas, las consecuencias y las posibles soluciones de esta problemática. Señala, en un contexto de destrucción del empleo, la necesidad imperiosa de generar políticas de inclusión laboral, sobre todo para los estratos más vulnerables de la sociedad. «Es muy bajo el nivel de actividad entre las personas que no tienen el secundario completo. No es que no quieran trabajar, es que nadie los contrata. A ese sector hay que apuntar», afirma.

–¿Qué evaluación hacés de la gestión Cambiemos?

–Los números que dejan son dramáticos desde todo punto de vista. Estamos hablando de 16 millones de pobres y 3,5 millones de indigentes.

–¿Qué provocó este escenario?

–La pobreza se mide por ingresos, por lo cual es ineludible entender que los costos de los productos que componen las canastas subieron por encima de los ingresos. Muchas veces los análisis se quedan en eso y para mí es importante no sólo la conclusión de aumentar los ingresos, sino también resaltar que la pobreza es una condición del hogar, es la suma de todos los ingresos de los miembros del hogar, por lo cual hay que mirar cuáles son las fuentes de ingresos de los hogares. En la Argentina, la gran mayoría son ingresos laborales. Otros ingresos son jubilaciones, asignaciones, etc. Pero las causas hay que buscarlas en el mundo del trabajo. Ver qué pasó en ese sector.

–¿Y qué pasó?

–El esquema de protección social amplio que dejó el kirchnerismo funcionó para evitar un colapso social más dramático de lo que ya estamos viviendo. Pero en el mercado de trabajo, las políticas económicas de Cambiemos fueron destructivas. Bajó la calidad de los empleos, se derrumbó la remuneración en términos reales y se elevó la precarización. Ese es el factor principal para entender por qué subió la pobreza.

–¿Cuáles son las consecuencias que tienen estos números en la sociedad?

–Como sociedad deberíamos preocuparnos de que más de la tercera parte de las personas no pueda tener un nivel de vida que alcance el mínimo e indispensable para vivir dignamente. Hemos fracasado como sociedad. Y con la pobreza están asociados un montón de costos sociales que pasan por el hambre, la desnutrición, enfermedades no sólo físicas, y todo esto también tiene costos económicos.

–¿Cuáles son esos costos?

–Muchas veces se habla de costos económicos para estigmatizar a los planes sociales o ayudas gubernamentales. Pero generar pobreza conlleva también un costo económico. Esas personas que están desempleadas, subempleadas o con empleos precarios podrían aportar mucho a la producción de bienes y servicios. Es decir, estamos desperdiciando seis millones de personas, entre desocupados y subocupados, según los datos del Indec. Desaprovechamos lo que esas personas podrían aportar a la producción.

–Y, en paralelo, la industria está trabajando casi al 50% de su capacidad.

–Exacto. Y a esos seis millones se podría sumar mucha más gente que está inactiva, que no tiene ni busca trabajo, a la que tal vez, si se le ofreciera un trabajo en condiciones dignas, estaría encantada de trabajar.

–¿Coincidís con quienes plantean que esto fue parte de un plan y no mala praxis?

–El diagnóstico de Cambiemos fue tener un Estado más chico para que el país mejore. Lo hicieron y el resultado fue desastroso. La industria devastada. El desempleo por las nubes. Supongamos que no tuvieron mala fe, para no entrar en teorías conspirativas, sino que les salió mal. Pero más que solucionar los problemas, los agravaron.

–Se habla de una pobreza estructural, entre el 20 y el 25%, que hace muchos años no se logra romper. ¿Cómo ves esa situación?

–Yo lo asocio al mundo del trabajo. El gobierno kirchnerista, sobre todo en la segunda etapa de Cristina, hizo todo lo que debía hacer en términos de adultos mayores, niños y adolescentes. Con las moratorias jubilatorias, la AUH y otros programas, esos dos sectores quedaron cubiertos. Se podrán discutir los montos, pero quedaron cubiertos. Pero en el mundo del empleo, si bien se llegó a una tasa baja de desocupación en torno al 6%, hay mucha gente que está desempleada y oculta en la inactividad. La tasa de actividad, por nivel educativo, es bajísima entre quienes tienen secundario incompleto. Mi hipótesis es que ni buscan porque nadie los va a contratar. En Capital, para trabajar en un kiosco te piden el secundario. Hay grupos que se quedan afuera; ahí hay que apuntar para reinsertarlos.

–¿Y cómo se logra eso?

–Una política virtuosa fue el Plan Jefes, en 2002, que fue de emergencia y tenía sus problemas, pero presentó una buena alternativa. Después, se hizo algo parecido con Argentina Trabaja, pero abarcaba poca gente y daba lugar al clientelismo. Hace años trabajo en la elaboración de un programa de garantía de empleo, financiado por el Estado. Creo que el camino es ese. En definitiva, se trata de insertar a este grupo grande de personas que se quedan afuera. «