Falta una semana para las elecciones. Mientras el país real hace planes para llegar con su sueldo a fin de mes, el país político especula sobre los resultados finales –todavía inciertos– aunque las encuestas ya hicieron rodar la noticia deseada por los dueños del poder y del dinero para el lunes 23. Hay euforia entre la masa de gerentes del poder financiero y de los grupos empresarios. Se pudo ver en el Coloquio de IDEA. Descorchan por anticipado, ya hablan de un 40% para Cambiemos, sueñan con la derrota final de Cristina Kirchner. Como confesó Pablo Gerchunoff, el historiador económico del macrismo en una entrevista con el diario madrileño El País, vivimos en la antesala de un hecho inédito posible: el modelo económico que soñaron en distintas etapas José Alfredo Martínez de Hoz y Domingo Cavallo, puede llegar a consolidarse a través del voto democrático, en una suerte de tercera ola «modernizadora y gradualista» sin necesidad del genocidio de toda una generación, como ocurrió en la dictadura, ni del engaño político prolongado, como pasó con el menemismo.

Siete días nos separan de la verdad de las urnas. Una semana, apenas, nos distancia de saber qué será del futuro de millones de argentinos, decidido también por millones de argentinos. El impresionante aparato propagandístico del gobierno (que cuenta con todos los medios públicos y el 90% de los medios privados) ayudó a crear un escenario de disputa que altera los patrones habituales de decisión para las elecciones de medio término. No pareciera estar juzgándose, entonces, el programa de gobierno o sus efectos concretos sobre las condiciones de vida de los ciudadanos, sino la supervivencia de Cristina Kirchner en la arena pública. La última ganadora de las PASO en Buenos Aires, provincia que aporta cuatro de cada diez votos nacionales, es presentada obsesivamente como alma mendicante con fecha de vencimiento por casi todo el sistema político y mediático. La sensación es que todos los dirigentes y comunicadores son raramente opositores a ella. Menos, claro, los millones de bonaerenses que la votaron en agosto pasado y no se sienten a gusto con las reformas que plantea el macrismo.

Esto que parece una debilidad, en realidad, podría ser la fortaleza de la candidata. Sola, desafiada por extraños y algunos propios, con todo absolutamente en contra, asediada las 24 horas, los siete días de la semana, Cristina Kirchner evidencia la dramática situación que atraviesa, no el espacio que lidera, sino la sociedad argentina en su conjunto por estas horas. La ausencia de representación de los afectados por el modelo oficial es ostensible. El desequilibrio de poder es alarmante. El paisaje de sumisión dirigencial es patético. ¿Quién, sino Cristina Kirchner, es la opositora con chance de armar bancadas gravitantes en el Congreso que se enfrenten a las reformas que tanto entusiasman a Gerchunoff? La respuesta, obvia, también explica la ferocidad de la campaña de deslegitimación mediática y la persecución judicial aplicadas sobre su figura.

Los argentinos pronto van a estar votando en un contexto llamativamente inusual. La principal candidata antimacrista tiene prohibida la salida del país, judicialmente intervenidos sus bienes y acosados penalmente sus hijos. No se trata de alguien marginal: ocupó todos los cargos legislativos, a nivel provincial y nacional, fue dos veces presidenta y, como candidata en las primarias, sacó más votos que Cambiemos. Sin embargo, tanto el oficialismo como el peronismo dócil al neoliberalismo, hablan de ella en pasado, con niveles de destrato que no aplican, ni nunca aplicaron, por trazar una analogía caprichosa, a los autores penalmente responsables de delitos de lesa humanidad. ¿Por qué? ¿A qué se debe tanta saña, tanta preocupación? ¿A lo que hizo como gobernante o a lo que puede llegar a hacer como opositora?

Por momentos, la impresión es que Cristina Kirchner, todavía, ocupa la Casa Rosada y decide sobre el precio de las tarifas de los servicios públicos, si se paga o no a los fondos buitre o si se pueden comprar o no dólares libremente. Hace casi dos años que gobierna Macri y que las decisiones las toma él y su equipo, nadie más. Tiempo en el que favoreció como nunca a los sectores del privilegio, endeudó al país a un ritmo vertiginoso y deterioró la calidad de vida de las mayorías sociales, sin otra propuesta que la sinceridad de un ajuste brutal basado en una «pesada herencia» imaginaria que, a fuerza de ser repetida, corporiza como verdad cuando no lo es: después de una bestial devaluación y de una inflación galopante  que podó el poder adquisitivo de los asalariados, Argentina vuelve a crecer a la misma tasa que lo hacía en 2015, pero ahora con más pobres, más déficit de balanza comercial, menos consumo interno y con deuda a pagar durante los próximos 100 años. ¿Cuál fue el negocio? ¿Qué es lo que festejan en la televisión? ¿Por qué Cristina Kirchner sería más peligrosa que lo que pasa actualmente?

El problema es mayor cuando se advierte que el presidente de «la transparencia» y «el republicanismo» viola la ley impositiva –a través de un DNU insostenible– para blanquear sumas siderales de parientes y amigos que evadieron al fisco durante décadas, se autocondona deudas exorbitantes como la del Correo, pretende desalojar nada menos que a la procuradora, llama «lacras» a los periodistas que lo desnudan, «mafiosos» a los que se le oponen y mantiene el Parlamento prácticamente cerrado: nunca se sancionaron menos leyes, desde 1983, que durante estos dos años de administración macrista.

En siete días deciden los argentinos. El selecto grupo dueño del poder y del dinero ya decidió. Esos que aplauden a Marcos Peña cuando explica que los animalitos de los billetes expresan la vida contra los próceres que vendrían a representar la muerte. Los que lloran cuando habla María Eugenia Vidal, como si se tratara de la Pasionaria del Capital Concentrado. Los que dividieron al peronismo al punto de convertir a una parte en socios de los que vienen a sepultar al peronismo y sus conquistas. Todos esos están festejando por anticipado.

Habrá que ver qué deciden los invisibles. Habrá que ver si le dan la razón a Gerchunoff o, al filo de la Historia, apuestan a rebelarse para complicarles la digestión a los que ya están preparándose un banquete, que tiene por plato principal sus propios derechos, sus propias esperanzas. «