En la cabeza del veterano Joe Biden, el dirigente demócrata –porque así se llama a los seguidores del Partido Demócrata de Estados Unidos–, que este miércoles, y por cuatro años si dios quiere, será el presidente de la todavía mayor potencia mundial, América Latina es un vasto y generoso territorio. Y nada más. En él, con nombre y apellido, el futuro gobernante sólo reconoce la demoníaca existencia de Cuba, Venezuela y México. Y, además, el suelo en el que nacieron las legiones de inmigrantes que sirven para todo uso pero no son del agrado de los pálidos herederos de las 13 colonias fundacionales. Los antecedentes del hombre permiten suponer, afirmar, que a nadie debe ocurrírsele la inocentada de imaginar un trato de buen amigo.

En 52 de sus 78 años de vida, Biden ha cobrado un sueldo del Estado. Y en los últimos 44, transitando los pasillos del verdadero poder, se ha graduado como un fiel lugarteniente del establishment, 8 años como vicepresidente y 36 como legislador. En Washington, políticos y banqueros, empresarios y patrones varios saben muy bien de quién se trata. En el JP Morgan Chase o en la Locked Martin. Parece un blando pero es un duro, sólo que tiene más calidad que su antecesor, Donald Trump.

En una síntesis, una especie de ensayo del interrogatorio al que lo someterá el Senado para confirmarlo en el cargo, el colombiano Juan Sebastián González, futuro director para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional, dijo lo que Biden había hecho y lo que está dispuesto a hacer. A nivel global, recordó que siendo senador o vicepresidente de Barack Obama (2009-2017), Biden promovió la expansión de la OTAN hacia Europa del Este, la antigua zona de influencia de la disuelta Unión Soviética; impulsó la intervención militar de Estados Unidos en la guerra de Yugoslavia (fines del siglo pasado), la matanza de Libia (2010-2012) y la invasión a Afganistán e Irak (2002), al que propuso disolver, dividiéndolo en tres partes (una chiita, otra sunita y una tercera kurda).

A nivel regional su mayor performance fue la redacción del decreto con el que Obama dictó (marzo de 2015) las primeras sanciones contra Venezuela y declaró una cuasi delirante “emergencia nacional por la amenaza inusual y extraordinaria” causada por el gobierno constitucional de Nicolás Maduro a la seguridad interna y a la política exterior de Estados Unidos. Antes (diciembre de 2014) se había opuesto al tímido deshielo pactado por Obama y Raúl Castro para flexibilizar los vuelos entre los dos países y facilitar el envío de remesas de los cubanos de Miami a sus familiares en Cuba. Ahora, Biden fue más allá en cuanto a la amenaza venezolana, para señalar que “ya es hora de asumir responsabilidades”. Algo así como la amenaza de Trump cuando decía que “todas las opciones están sobre la mesa”.

En todo momento Biden y quienes serán sus asistentes han tratado de obviar toda referencia a Jair Bolsonaro, y González se limitó a lanzar una frase indescifrable: “Biden –dijo– tiene un entendimiento sofisticado de Brasil”. Sobre México, al que calificó como “un país de importancia estratégica muy alta para Estados Unidos”, hizo una referencia que cayó mal en el vecino del sur: “Trump le quitó miles de millones de dólares a nuestro ejército para construir un muro que no funcionó. Nosotros creemos que hay partes donde se necesita un muro”. Después prometió “trabajar activamente en temas migratorios” (México es el paso obligado para los centroamericanos que intentan entrar a Estados Unidos).

El nuevo presidente no fue muy preciso cuando habló de “los tres grandes enemigos de la libertad”, en referencia a Cuba–Venezuela–Nicaragua. Cuando los periodistas lo apuraron con preguntas más incisivas, el futuro director del área occidental del Consejo de Seguridad insistió en que Biden no es Trump. “Biden es alguien que conoce la región, que ha estado allí y que como presidente seguirá involucrado, porque entiende que promover una región segura, democrática y de clase media (¿?) está en el interés nacional de Estados Unidos. Biden conoce la región, viajó allí 14 o 16 veces”, selló su panegírico, haciendo recordar cuando a fines de 1974 le recriminaron a Gerald Ford que no sabía nada sobre Vietnam y él respondió: “¿A mi me dicen eso?, a mi que leí como cuatro o cinco libros sobre Vietnam”.

El Biden “bueno” prometió frenar la deportación de inmigrantes durante 100 días, 100 días nada más, otorgar una documentación temporal a un millón de hondureños y salvadoreños y concederles a los venezolanos un status especial, similar al dado a los cubanos de Miami, que hasta reciben una paga mensual. González fue el que llevó la voz, una vez más. “Con Biden, los embajadores estadounidenses, en especial en Centroamérica, van a abogar contra la corrupción y a favor de los derechos humanos”. Biden anunció un plan de 4000 millones de dólares “para mejorar la seguridad, promover la economía y para que la gente no deje sus países. Si los líderes de Centroamérica están listos para trabajar como en aquellos años, nosotros estaremos allí”. No precisó a qué años hacía referencia, porque la historia reciente de América Central es la de los “contra” de Nicaragua, las matanzas, los genocidas de todas partes y los escuadrones salvadoreños.

Malvinas

Para Argentina, el proclamado espíritu dialoguista de Joe Biden no cuaja. El país tiene, o debería tener bien presente que, más allá de un apasionado romance rojo sangre con las armas y las guerras, el sujeto que el miércoles asumirá la presidencia de Estados Unidos es un enemigo, y no por omisión sino por acción. En 1982, cuando cientos de jóvenes morían en las planicies de Malvinas, Biden fue concluyente en su apoyo a las tropas inglesas, “porque es claro que Inglaterra tiene razón y debería ser claro para todo el mundo cuál es nuestro amigo, con quién se identifica y a quién apoya Estados Unidos”.

En los últimos días el colombiano Juan Sebastián González, designado como director para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad, recordó la esquemática visión de su jefe, tan parecida a la de Mauricio Macri. Entonces sintetizó:

“Antes de los Kirchner –¿Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Eduardo Duhalde, las dictaduras?– la relación entre Estados Unidos y Argentina era otra. En la ONU Argentina era un país líder en derechos humanos, en temas de no proliferación. Creo que se nos ha olvidado un poco esa historia, tenemos que volver a recordar lo buenos amigos que éramos. Argentina era un país que casi nos asesoraba sobre cómo navegar entre las economías emergentes. Tenemos que reconocer que la relación se dañó con George Bush y Néstor Kirchner y no la hemos podido recomponer. Para mi, los Kirchner son responsables de todo esto.