El Frente de Todos se enfrenta a un examen sobre su capacidad de corregir y revertir. Antes de que Cristina anunciara la fórmula con la que el peronismo ganó en 2019, Alberto Fernández trabajaba junto a la expresidenta con la expectativa de ser su compañero de fórmula, pero al revés. Ser el vice.

Esa esquema reflotaba un modo de funcionamiento que el kirchnerismo había desplegado durante el primer gobierno de CFK, hasta el fallecimiento de Néstor Kirchner. Cristina ponía su energía en la gestión del gobierno y Néstor articulaba el peronismo: la relación con los sindicatos, los gobernadores, los intendentes.

Alberto fue el más sorprendido cuando la expresidenta propuso el audaz giro de invertir los roles en la dupla que se presentaría a elecciones. Y en la democracia el examen final de una decisión lo ponen las urnas: el éxito fue arrollador.

Como todas las decisiones, la formulación de 2019 traía consigo su reverso de la moneda. En su extraordinaria originalidad radicaba su fortaleza y al mismo tiempo, su debilidad. Era un misterio cómo haría la dupla para articularse para la gestión y, sobre todo, cómo se saldarían  los desacuerdos.

Esta semana ocurrió a la luz del sol. No es algo ajeno a la cultura política peronista. ¿Acaso Evita no organizó un acto con millones de personas para proponerse como vicepresidenta de Perón? 

Claro que al gobierno no le conviene estirar el conflicto público para recuperar votos. Quienes se alejaron no volverán de ese modo.

Al presidente le tocó uno de los momentos más difíciles desde el retorno de la democracia. La pandemia fue un meteorito que cayó y cambió el devenir de los acontecimientos humanos. Nadie puede negar que el gobierno, y el jefe de Estado personalmente, se desvivieron para garantizar que los hospitales pudieran atender a todos los que lo necesitaran y que las vacunas llegaran lo antes posible. 

La Historia muchas veces es injusta. El 63% de la población está vacunada con una dosis y a casi el 45% con ambas. Los casos de Covid-19 están en el nivel más bajo de los últimos 15 meses. Lo mismo ocurre con la ocupación en terapia intensiva. La vida vuelve a sus rutinas habituales. Estos resultados tienen que ver con la que fue la principal preocupación de Alberto Fernández desde que asumió. El exitismo electoral arrojó una bruma sobre este aspecto de la realidad. Es como si no existiera, como si hace solo cuatro meses, en el pico de la segunda ola, el temor a la muerte por el Covid-19 no hubiera habitado el alma de la población. El tiempo pondrá más equilibrio a la evaluación de estos dos años oscuros de la pandemia.              

¿Hubo un exceso de preocupación por el equilibrio fiscal este año? Es posible. Es un debate que recorría el interior del oficialismo antes de las elecciones. El resultado, el ausentismo en los barrios populares en los que el peronismo suele ganar cómodo, dieron la respuesta. Son votantes que en esta ocasión sintieron que votar al FdT o a Juntos por el Cambio era lo mismo porque su vida no cambió. No tiene sentido decirles que no vuelvan para atrás porque no lo hicieron. Se dispersaron entre el voto en blanco, la extrema derecha, la izquierda y el ausentismo.

En 2019, luego de perder las PASO, Macri retó a la población por “elegir mal”. Provocó una devaluación brutal para hacer sufrir a los votantes. Incluso con eso, ideó su gira por 30 ciudades para recrear una mística antiperonista y nuclear esa base social. Creció ocho puntos entre las Primarias y las generales. Si el gobierno de Alberto lograse algo similar, se pondría a tiro de ganar en noviembre. Hace falta recrear la audacia de la decisión del armado de la fórmula de 2019. La cuenta regresiva empezó el domingo pasado. Y el reloj sigue corriendo.   «