Escena. Una mañana otoñal del mes de agosto de 1969, mientras aun repercutían en el aire los clamores libertarios del Cordobazo, Arturo Jaurteche recorría la calle Esmeralda, enfundado en su sobretodo, con rumbo al bar habitual de la avenida Córdoba, donde solía encontrarse, alrededor de una mesa o bien acodado en el mostrador, con sus compañeros en la vida y las ideas.

Memoria. En ese trayecto, con un ejemplar del periódico de la CGT de los Argentinos –dirigido por Rodolfo Walsh y en cuya portada se convocaba a un paro obrero contra la dictadura económico-militar del general Onganía– iba repasando distintos momentos de la vida política en los que supo intervenir. Así, al paso de ese transitar urbano y con la íntima compañía de los recuerdos que resignifican su presente, se van sucediendo escenas que rememoran su incorporación a las filas del radicalismo yrigoyenista; la lucha callejera contra aquel general golpista, esbirro de los intereses petroleros; José F. Uriburu; la cruenta rebelión de “Paso de los libres” en 1933 que lo llevaría a la cárcel y donde conoció a algunos de los que serían – junto a Raúl Scalabrini Ortiz, Homero Manzi y Gabriel del Mazo– sus futuros compañeros en FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), agrupación que bajo la consigna “Somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre” luchó contra las prácticas de lo que caracterizaron como “Estatuto Legal del Coloniaje”.

Después, vendría su apoyo al movimiento de masas del 17 de octubre y, durante el primer gobierno peronista: el compromiso de asumir la presidencia del Banco de la Provincia de Buenos Aires, ámbito este desde el cual apoyó el programa económico de industrialización acelerada sostenido por Miguel Miranda. Luego, ante el golpe cívico-militar de 1955 y a raíz de las persecuciones padecidas: sobrevino el exilio en Montevideo, donde también debió vivir en la clandestinidad.

De vuelta en el país, hacia 1957, e instalado ya en su departamento de Esmeralda 886 (cercano a la emblemática esquina de la resistencia, de Esmeralda y Corrientes) pudo dar impulso a un nuevo “taller de forja” como “un individuo mojado después de la lluvia”, para ocuparse de continuar desarrollando sus ideas, expuestas en libros, conferencias y artículos periodísticos.

Batalla cultural, pedagogía colonialista e imperio. Jauretche puso sus mejores empeños en luchar, en el plano de la cultura, con la mirada puesta en contribuir a recuperar la conciencia de los oprimidos y, en este sentido, centró su batallar en torno a dos ejes: correr el velo de los programas económicos imperiales y desenmascarar a los profetas de la anticultura bárbara. En ese orden de ideas, asistimos tanto a su caracterización respecto de quienes identificaba como tilingos de la economía – devotos en ese entonces de la academia norteamericana en su versión alemana– como los esfuerzos por desenmascarar los efectos de las sucesivas políticas económicas del imperio – a tono con la matriz neoliberal del Plan Prebisch de1956 – que implican transferir una parte substancial de la riqueza del país al exterior, a la vez que generan una reducción del consumo interno, en función de elevar el costo de vida e incrementar la desocupación.

De esta manera, el autor del Manual de zonceras argentinas señaló no solamente aumentan nuestros saldos exportables, sino que los mismos serán más baratos, lo que será aprovechado por el consumidor extranjero. Así, la mayor parte de nuestra industria, que se sustentaba en el fuerte poder de compra de las masas populares, no tardará en entrar en liquidación, “y cuando las industrias se liquiden y comience la desocupación, entonces habrá muchos que no tendrán ni para pagarse esa comida. Será el momento de la crisis deliberada y conscientemente provocada.” Desde esta centralidad, propia de un pensar situado, encontramos sus reflexiones acerca de los integrantes de la Intelligentsia elitista vernácula, una suerte de exóticos desterrados de un mundo que no les pertenece, cultores de problemas extraños y que cuando intervienen en nuestras cuestiones lo hacen como extranjeros. Así, Jauretche reforzó sus posiciones en torno a la necesidad de retomar la batalla en el plano de la cultura a la vez de caracterizar a “la colonización pedagógica” en tanto puerta trasera, a través de la cual “conoceremos dinámicamente el aparato de la superestructura cultural del país”. En este sentido, planteó su tesis respecto a que la estructura material de un país dependiente se corresponde con una superestructura destinada a impedir el conocimiento de esa dependencia, para que el pensamiento de los nativos ignore la naturaleza del drama y no pueda arbitrar las soluciones que hacen a sus propios intereses.

Eudeba. En ese devenir cabe destacar su labor como Presidente de la Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA). Cargo al que accede en el año 1973 (Acta de Asamblea del 18/6/73) a instancias de su amigo y Director Ejecutivo de la editorial; Rogelio García Lupo. De esta manera, Don Arturo, junto al abogado Mario Hernández y un nutrido grupo de colaboradores, retoma la labor de Boris Spivacov y se entrega a la tarea de dar impulso al desarrollo de nuevas colecciones desde el despacho ubicado en el entrepiso del edificio de Rivadavia 1571, que ocupará hasta su muerte el 25 de mayo de 1974. Tiempo después, el 26 de febrero de 1977, una partida del ejército golpista secuestró del depósito de Eudeba esas colecciones y otros títulos “subversivos” (unos 60.000 ejemplares) que terminaron incinerados en las piras bárbaras y que, desde el retorno de la democracia, se han tratado de reeditar.

El día 13 de noviembre, en memoria del legado y el nacimiento de Arturo Martín Jaurteche (1901-1974) en la Ciudad de Lincoln, ha sido declarado por el Congreso de la Nación -durante el gobierno de Néstor Kirchner- Día del pensamiento nacional.