El Indec publicará el próximo miércoles el dato de pobreza de los primeros seis meses de este año. Estará en torno del 37%, como adelanta el periodista Alfonso de Villalobos en esta misma edición de Tiempo.

El porcentaje es similar al de los últimos seis meses de 2021. Una lectura superficial diría que la pobreza «se estabilizó» en ese nivel. Pero la tendencia, eso que está por detrás de la fachada, indica otra cosa: mientras que en el segundo semestre del año pasado la pobreza venía en descenso, en esta oportunidad el sentido es exactamente el opuesto y después de julio ya orilla el 40%.

El oficialismo le debe una explicación a la población: ¿cómo es posible que con el nivel de desempleo más bajo de los últimos 30 años, la pobreza está en crecimiento?

Un punto de partida para analizar este asunto debería ubicarse en los desastres que generó el macrismo en los ingresos populares, con pérdida sustancial del poder adquisitivo de salarios, jubilaciones y prestaciones sociales ante la suba de precios. El gobierno del Frente de Todos aduce que la pandemia le impidió aplicar su política de justicia social. Sin embargo, el escenario de Covid-19 era una oportunidad para poner en práctica la política de mejora de ingresos que el gobierno pregonaba: ¿quién se iba a oponer a ello en medio de una pandemia?. Pero del Covid salimos peores, la distribución del ingreso fue regresiva, se incrementó la cantidad de pobres y aumentó la riqueza de los más ricos. Y la ayuda estatal soslayó que estaba dirigida a sostener el mismo orden de poder concentrado que existía previamente. No hubo intentos de modificarlo en función de los serios problemas populares.

La pospandemia no derivó en una mejora del poder adquisitivo y la calidad de vida de las mayorías. Al contrario, se acentuó la tendencia anterior, como lo indica el Indec en su informe sobre la generación de ingreso, que remarca que el tamaño de la porción del pastel que corresponde a los asalariados está estancada desde hace tres años en el mismo nivel, muy por debajo del 50%.

Esta es la tendencia dominante: políticas oficiales que favorecen la transferencia de riqueza que va de los que menos tienen a los que más poseen.

Eso es lo que explica que con un desempleo muy bajo exista, al mismo tiempo, un ejército de pobres. Se está cristalizando delante de nuestros ojos la pobreza masiva de los que trabajan en el sector privado registrado, algo que hasta poco tiempo atrás era poco probable o sólo afectaba a las categorías más bajas de los convenios laborales de gremios con escasa productividad.

La CGT también debería buscar una respuesta a este fenómeno social. Sus representados  se empobrecen ante la inflación del 100% de este año. Según un informe del Indec de esta semana, el ingreso promedio de los asalariados registrados era de apenas $ 89.630 en el segundo trimestre de este año, cuando el valor de la canasta de pobreza se ubicaba en junio pasado en $ 104.216. El salario promedio está cada vez más lejos de alcanzar a la canasta de pobreza.

Toda esta parafernalia de cifra y porcentajes solo tiene sentido para entender que a millones de argentinos no les alcanzan los ingresos para llegara fin de mes. Y que los ajustes que promete el gobierno, de la mano del acuerdo con el Fondo Monetario, solo pueden agravar la situación. El horno ya no está para bollos.   «