Son los invisibles. Los caídos del sistema. Y cada vez son más. El gran problema para las personas en situación de calle no es únicamente la soledad y la falta de oportunidades, sino el paso del tiempo. Empiezan a ser vistos como una parte más del paisaje. En este 2018, cuando términos como «crisis», «ajuste», «desempleo» y «pobreza» se naturalizan, la cantidad de personas en situación de calle creció exponencialmente. En las grandes urbes se calcula un 30% más que en 2017, acaso más en Capital Federal. El gobierno porteño habla de 1091 personas, apenas 25 más que el año pasado. Las organizaciones que las asisten sostienen que superan las 7300. Afirman que hay escenas que no se veían desde el 2001, y que el tejido social volvió a destruirse. «Recomponerlo –coinciden– llevará años».

Horacio Ávila sufrió en carne propia la miseria planificada de los ’90, hasta la explosión de diciembre de 2001. Producto de la crisis, en 2003 encabezó la conformación, por primera vez en la Ciudad, de una organización integrada por personas en situación de calle: Proyecto 7, que hoy cuenta con 70 integrantes. No es casual el paralelismo de las fechas: «En los últimos años ves a la gente otra vez comiendo de la basura, o la recova de Paseo Colón llena, como no la veía desde 2001. Es terrible el aumento de gente que hay en la calle, este año todo se terminó de desmoronar. Calculamos que ya hay más de siete mil personas en la calle».

Al combo inflación-desempleo-tarifas se agregan desde la caída de las changas hasta el aumento de los alquileres. En villas y hoteles ya piden 9 mil pesos por mes, y los subsidios habitacionales no superan los 4000 pesos.

Claudia Enrich, de Ciudad Sin Techo, coincide: «Antes veías hombres solos, ahora ves familias, gente que nunca imaginó que iba a terminar en la calle, como Gabriela y Ariel. Él es contador y ella, abogada. La pelearon hasta que no pudieron más, y hoy se los está comiendo la salud mental. Están cayendo en una depresión terrible, desamparadísimos».

Ávila da cuenta de un nuevo fenómeno: la aparición de ranchadas en barrios periféricos, como Villa Urquiza, Saavedra o Devoto. Son los nuevos caídos. En parte llegan ahí por miedo a la violencia callejera del centro, a la represión (hace tres días la Ciudad echó a quienes estaban en la Plaza Flores), también por vergüenza a ser vistos. Pero tampoco ahí se aseguran estar tranquilos. Días atrás, vecinos de Villa Pueyrredón quemaron las pertenencias de quienes pernoctaban en el túnel de la calle Zamudio.

Mientras tanto, cada vez más bancos cierran sus cajeros de noche para que no puedan dormir los desamparados. Y ver la ropa colgada de rejas de plazas o en la copa de los árboles empieza a ser una postal corriente. Para peor, la crisis genera menos consumo, y produce menos basura. «Hoy ves a los cartoneros como se veían desde 2001, totalmente informales, con el carrito y la bolsita del chino buscando lo que sea, para sobrevivir. Son los desesperados para aunque sea comprar leche», cuenta Ávila, y se lamenta que «el tejido social volvió a romperse, como hace 20 años, y peor porque ahora tenés un país con el triple de deuda. Recomponerlo costará muchísimo tiempo».

El año pasado, el censo popular realizado por una treintena de organizaciones sociales relevó 4394 personas en situación de calle en la Ciudad, y 21.478 en riesgo habitacional. Si se sumaban los que figuraban en paradores, llegaban a 5872. Actualmente hay, como mínimo, 1500 más.

El relevamiento oficial de la Ciudad dice que no llegan en total a 1100. No incluye a quienes pernoctan en forma transitoria en la red de alojamiento nocturno. Hubo barrios que ese censo no abarcó y se realizó durante tres horas en un solo día. Estas irregularidades fueron llevadas a la Justicia. En junio, la jueza Elena Liberatori falló en primera instancia que el diagnóstico y relevamiento que hace el Ejecutivo porteño es negligente. Le ordenó volver a hacerlo, en conjunto con las organizaciones, para fijar políticas acordes. La Ciudad apeló y hoy el fallo no se encuentra firme.

«Los números de Ciudad no reflejan la realidad. Además no condicen con lo que ellos mismos presupuestan. Si hubiese sólo 1091 personas en situación de calle, ¿por qué ordenan comprar para esta campaña 12 mil frazadas?», se pregunta Laura Velasco (Libres del Sur), la querellante desde el Consejo Económico y Social, junto a la diputada nacional Victoria Donda, que motivó el dictamen judicial. En 2016 ambas presentaron un proyecto en el Congreso para llevar a nivel nacional la ley 3706 de la Ciudad. Pasó por la comisión de Derechos Humanos y la de Salud, pero en la de Presupuesto, manejada por el oficialismo, quedó frenada. Dos años después, al haber perdido estado parlamentario, volverán a presentarlo.

Según la norma porteña, no deberían existir los paradores sino centros de integración abiertos las 24 horas, atendidos por personal idóneo y capacitado, desde trabajadores sociales hasta psicólogos y médicos. En la práctica, en los paradores sólo se permite pernoctar, mezclando poblaciones y violencias, sin atender las problemáticas y con personal precarizado sin capacitar. Ingresan a las 19 y a las 7 de la mañana son desalojados porque se cierran las puertas. La mayoría elige dormir afuera. El Operativo Frío finaliza el 31 de agosto, sin importar si el clima recrudece más allá del calendario. Ciudad Sin Techo monta un comedor cada jueves en la Plaza Congreso. En 2015 llegaban menos de cien personas. «Hoy son casi 250. Y con sopa no te alcanza», enfatiza Enrich.

Pero la situación excede la Capital Federal. Sólo en el Gran Mendoza hay 350 personas sin techo, 20% más que el año pasado; en Córdoba informaron un 30% de aumento. En Rosario, ante la multiplicación de personas en situación de calle, las nueve agrupaciones que trabajan en la problemática crearon el «Colectivo de Organizaciones Situación de Calle Rosario». En un censo propio, organizado en noviembre de 2017, detectaron 389 personas sin techo. “La mayoría de las personas quieren un trabajo, no sólo un techo. Antes podían conseguir algún empleo precario y salir de la calle. Hoy eso se perdió. Encontramos muchas mujeres con chicos en la calle, que antes no se solía ver», expresó Gisela, referente del Movimiento de Acción Solidaria (MAS).
La provincia de Buenos Aires, como casi todos los distritos, no cuenta con cifras oficiales, a pesar de que una ley (la 13.956) exige un relevamiento preciso. En el partido de General Pueyrredón murieron de frío durante 2016 siete personas que vivían en la calle. El año pasado, otras tres. Y el número de población desprotegida aumenta, en una de las ciudades más afectadas por la crisis. «Nos vemos en la obligación de denunciar públicamente la situación social en Mar del Plata –posteó en sus redes Casa Pueblo, pidiendo donaciones–, y más concretamente en el aumento de personas en situación de calle, donde el 70% de esta población está en la calle desde hace menos de dos años».

La Fundación Sumando Voluntades, de La Plata, debió sumar una segunda casa albergue. Ambas, en el barrio norte platense, reúnen a 40 personas que van a dormir, bañarse, cocinarse, lavarse la ropa, y reciben distintos talleres, con atención psicológica incluida. «Creció un 25% la población en la calle. Se ve cada vez más gente mayor, a los que ya no les alcanza la jubilación, y la población joven, por la falta de empleo», dice Nancy Maldonado. Detrás del número frío hay personas: el jueves encontraron a un muchacho de 42 años que es carnicero. El supermercado cerró, vivió un tiempo con la indemnización y ya no le alcanzó para el alquiler. Nancy da el ejemplo de Juan, un hombre de 68 años al que encontraron en 2008 viviendo en la guardia del hospital San Martín: «Lo asistimos y logró reinsertarse laboralmente, fue hasta hace unos meses sereno de una facultad de La Plata, no le renovaron el contrato, y la semana pasada nos llamó diciendo que volvió a la calle». Mientras, la crisis produce un círculo vicioso que también afecta a la Fundación. Las panaderías les donan menos, ante la baja de producción por la merma en la venta. «En los últimos meses por las noches hacemos tortas fritas porque se redujo la entrega de pan». ¿Y el Estado? «Nunca nos dieron un peso. Ni siquiera conseguimos tarifa social, a pesar de que entregamos todos los papeles. Ahora nos llegaron 10 mil pesos de gas».

La Olla Popular de Haedo fue creada en agosto del año pasado por una multibarrial de vecinos. Se reúnen cada viernes en el andén sur de la estación de Haedo a proveer platos de comida. «Tuvimos que pedir ayuda en las redes porque estamos desbordados –relata Silvana Rocaro–. Arrancamos con diez personas que se acercaban y hoy llegamos a 50. Igual, no nos proponemos el asistencialismo puro; buscamos fortalecer los vínculos, porque además del hambre lo que ves es mucha soledad. ‘La gente ya ni me golpea, directamente no me ve’, nos dicen». «

La noche en el cajero y un hijo en camino

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(Foto: Diego Martínez)

Nadia tiene 19 años y hace dos que vive en la calle, desde que abandonó un hogar de Lomas de Zamora que administraba la Iglesia, por malas experiencias que tuvo allí y que no quiere detallar. «Hasta ahora tuve un ángel aparte, no me pasó nada grave, nadie intentó abusarme ni nada por el estilo. No puedo decir lo mismo del hogar». Prefiere la intemperie que volver a ese lugar. Antes, intentó dar con su papá en una villa de Wilde, pero no tuvo suerte. Su mamá le dijo que había muerto, pero mintió. Durmió en Palermo, en el Obelisco, en Plaza de Mayo. Está en pareja con un muchacho que también está en situación de calle. Suelen dormir en cajeros y, cuando se cansan de callejear, van a un hotel de Once donde se asean. Él está ansioso. Muestra con orgullo una camisa y un traje que lleva en la mochila. Piensa usarlos dentro de unas horas, en una entrevista para un trabajo de cadetería que le pasó un amigo. Ella, en cambio, sabe que durante un tiempo no buscará ni conseguirá nada estable: está embarazada de tres meses.

«Queremos que nos traten como personas»

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(Foto: Diego Martínez)

César nació en Rosario hace 33 años. A los 13 escapó de su casa y tiempo después llego a Buenos Aires. Delitos menores lo llevaron a Marcos Paz. En la calle había contraído HIV. En la cárcel, tuberculosis y una toxoplasmosis cerebral –fue mordido por ratas– que le dejó una renguera permanente y escasa movilidad en un brazo. Desde 1996 cobra un subsidio por discapacidad. Entre eso y lo que saca por changas diversas, como lavar vidrieras de negocios en Flores, sobrevive. Tiene una hija de 8 años y cría a otras dos nenas de su pareja, con quien vive en un hotel.

Desde hace cinco años, César forma parte de la organización Ciudad Sin Techo, donde da una mano a otras personas que pasan por la misma situación. «El jueves pasado, a eso de las 20, la Policía de la Ciudad y gente de Espacio Público fueron a levantar, sin avisar nada, a los chicos que duermen en la Plaza Flores. Los cagaron a palos y les sacaron todas sus cosas. Queremos que nos traten como personas», denuncia.

Bien lejos del parador

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(Foto: Diego Martínez)

Ricardo tiene 62 años, pelo largo y un look rockero que arrastra de cuando tocaba el bajo. Sus buenas épocas laborales se acabaron a fines de los ’80, cuando la imprenta en la que trabajaba quebró. Después se quebró él: «La culpa es mía de que esté así», se ataja, y dice que le pasó por perderse «en el alcohol y en la timba». Al tiempo perdió también el auto, después lo dejó la mujer, durmió en Constitución, en Once y ahora en Congreso. Afirma, con velado orgullo, que jamás pisó un parador. Y revela que, cuando el clima se pone hostil, un cajero automático o una obra en construcción son la mejor opción.