Bailando al ritmo de la Sociedad Rural

Por: Ariel Pennisi

El mismo baile

“El mayor valor, por valor agregado de nuestras exportaciones, no solamente le va a dar competitividad al productor agropecuario, sino que además nos va a dar un primer sendero de reducción impositiva que nos va a permitir ir equilibrando y alivianando la carga” – Sergio Massa

“Nosotros vamos camino a pensar en una unificación cambiaria y en una eliminación total de las retenciones, lo cual implica que en el extremo eso implicaría para el sector triplicar los ingresos…” – Javier Milei

“El día uno, o sea el 10 de diciembre, vamos a sacar a cero los derechos a la exportación de la leche, de los quesos, del vino, del maní, de la lana, del arroz de Corrientes, del azúcar de Tucumán, de las maderas, de las papas de Blacarce, del algodón del Chaco y del resto de todos los productos regionales que hoy tienen retención… van a retención cero.” – Horacio Rodríguez Larreta

“Nosotros no los queremos a cambio de ganancias, queremos que no haya más retenciones en la Argentina. Es claro y es simple.” – Patricia Bullrich

En el millonario predio concedido a precio vil por un gobierno peronista, la patronal agraria insignia de la dictadura de la desaparición de personas, junto al resto de los actores pesados del agro, escucharon las promesas de los precandidaos a presidente con mayor intención de voto. La naturalización de semejante ridículo tiene dos caras: por derecha, significantes como “el campo” o frases como “el sector más dinámico de la economía argentina”; desde los mordiscos populares supuestamente representados por un peronismo decantado en algún frente, la naturalización vergonzante lleva la marca del posibilismo. El lugar común trotskista según el cual “son todos lo mismo”, en la Rural se cumplió con creses. Aquel Alfonsín que desde la proa de un barco a punto de hundirse elevaba la voz bajo la lluvia que caía de las nubes y la lluvia de silbidos de los patrones de campo, hasta parece de izquierda para este contexto. Entre aquel Alfonsín y un Gerardo Morales que reprime y persigue de manera fascista a una importante parte de los habitantes jujeños traicionados por sus representantes, hay una época de distancia. Alfonsín gritaba textualmente en agosto de 1988: “No creo realmente que sean productores agropecuarios los que tienen este comportamiento, son los que muertos de miedo se han quedado en silencio cuando han venido acá a hablar en representación de la dictadura, y son también los que se han equivocado y han aplaudido a quienes han venido a destruir la producción agraria argentina…”. Y se quedó corto, porque les hablaba a cómplices impunes de un genocidio, cuyo régimen de gobierno había finalizado hacía apenas cinco años.

Hay quienes consideran un lugar común, o una cantinela gastada referirse en estos términos a esos sectores; están los que muestran fastidio con esa manía de mirar hacia el pasado… Pero un momento como éste, en que una vez más la ostentación del poder de esos sectores se adueña de la escena política, ¿no amerita preguntarse de qué está hecho este presente? Las patronales agrarias, los sectores agroexportadores más poderosos mostraron en la última dictadura hasta dónde fueron capaces de llegar para defender sus intereses e incrementar sus privilegios. Es un dato objetivo, como lo es el hecho de que hoy no hay condiciones y queremos creer que “nunca más” para que la defensa de esos intereses encuentre en una dictadura genocida el clima adecuado para realizarse. Pero, ¿a nadie llama la atención que los candidatos de la democracia rindan pleitesía a esos mismos sectores con ideas muy parecidas a los de hace casi cincuenta años? ¿Referirse a las responsabilidades de esos sectores en dictadura (sin mencionar el rol distorsivo para nuestro mercado interno que tuvieron en los años posteriores) suena a viejo, pero insistir con el mismo sometimiento de quienes empeñan las penas y fatigas del cuerpo en la relación de fuerzas respecto de esos sectores no sería algo viejo, sino lo que la Argentina necesita para hacerse un futuro? Curioso razonamiento.

Nadie tiene la potestad de decidir cuándo algo deja de pasar. Por eso la historia es apasionante y la historiografía está hecha de discusiones entre diferentes criterios sobre continuidades y discontinuidades. Pero hay un índice bastante palpable y legítimo que es el cuerpo. El cuerpo de los que no dan más por jornadas laborales interminables que se corresponden con salarios excesivamente finitos; el cuerpo de la desnutrición infantil y los cuerpos castigados por condiciones habitacionales extremas; el cuerpo a cuerpo con la incertidumbre de quienes buscan ganarse el pan día a día o incluso tienen la osadía de arrebatar algún placer a las semanas sentenciadas… Los de los bolsillos llenos y las silobolsas colmadas de granos saben muy bien que se trata del cuerpo. Lo saben cuando escamotean la comida, lo saben cuando presionan sobre variables sensibles de la economía y lo saben cuando piden la represión que a menudo se les concede. Hambre, incertidumbre y palos. “Es claro y simple”, como reza la Bullrich de turno. Porque la oligarquía tampoco se ahorra sus propios apellidos.

¿Y por casa cómo andamos?

El peronismo pos dictadura es un peronismo vaciado de sus ambivalencias fundamentales, que, aparte de las artimañas fascistoides propias de la voluntad de poder, incluían la audacia política con base de sustentación popular. Ese peronismo pos dictadura hizo posible una reforma estructural del Estado mediante privatizaciones y deposición de funciones y obligaciones, pero no hizo posible una recuperación estructural cuando, 2001 mediante, los vientos soplaron en otra dirección. El Estado realmente existente y las instituciones tradicionales dejaron de ser un escenario de disputa por el reconocimiento del trabajo frente al capital y por la legitimación de derechos de minorías y personas o grupos sociales en condiciones apremiantes. Se trata de espacios cuya legitimidad quedó mortalmente cuestionada y cuya legalidad es tan débil que, angostada a la función de administrar lo posible, no cuenta con fuerza para modificar la realidad. La legalidad, en el sentido de lo que ordena una situación, pertenece a quienes se pavonearon en sus aposentos en La Rural, tanto como a los Techint (como si faltaran cómplices de la dictadura en la mesa) y a los desconocidos de siempre, yanquis, chinos o europeos.

Por eso, en los modos tradicionales en que se venía construyendo políticamente, en la gobernabilidad conservadora, no se expresa ninguna disputa real de legitimidad. Los candidatos siquiera se refirieron al salario –ni hablar de las economías populares, sociales y solidarias–; desde un Massa soportado en Cristinta Fernández y en La Cámpora, junto a los gobernadores y la burocracia sindical (en la CGT todavía es posible encontrar cómplices de la dictadura, cuando no de la “reforma estructural” menemista), hasta un Milei fogoneado por la carroña financiera, medios de comunicación y actores que apuestan a “cuanto peor mejor”; dejaron bien claro cuál es el destino inmediato del Estado y sus instituciones; administrar lo posible, es decir, lo que un grupo de sectores privilegiados decide que es posible. La derecha y el progresismo al unísono cantan un grito de corazón: “There is no alternative”. El consultor Álvarez Agis lo definió como un “populismo para ricos”…

En una entrevista que Bercovich y equipo le hicieron en la radio a “Carli” Bianco, jefe de asesores de Kicillof en el gobierno de la provincia de Buenos Aires, el funcionario reconoció que el acuerdo con el FMI no fue bueno y sostuvo que “debimos tener una posición más firme”, pero cuando le repreguntaron sobre esa firmeza o dureza necesaria, el funcionario respondió que se trataba de una cuestión de enunciados, que no hubieran cambiado el curso del acuerdo, pero simbólicamente hubiera estado bien. Es casi un canto a la impotencia, porque la propuesta que deja entrever no solo hubiera dejado las cosas igual de mal, sino que, para colmo, las hubiera encubierto ligeramente con un aire pendenciero como el que pide que lo agarren porque supuestamente no puede contener las ganas de pelear: “agarrame que lo mato”. ¿No confiesa de ese modo un modus operandi en la subjetividad kirchnerista? Concedamos al planteo de Bianco una posibilidad: si esto mismo lo hubieran planteado desde el kirchnerismo gobernante en su mejor momento, justo cuando se canceló la deuda con el FMI, en lugar del cántico “acá tenés los pibes para la liberación”, tal vez hubieran contribuido a otro tipo de disputa por el sentido de lo que pasaba. Ya que la millonada que pagamos de deuda durante los doce años de kirchnerismo, a costa de recursos y trabajo argentino (porque no la pagaron los responsables), no estuvo acompañada por una apuesta a deslegitimar el mecanismo de endeudamiento tal como se venía produciendo y se acrecentó durante la dictadura. Se llamó “desendeudamiento” al pago de deudas ilegítimas, en algunos casos con punitorios muy abultados, como la del Club de París o la del CIADI, y se festejó como hechos revolucionarios algunas reparaciones que eran imprescindibles, pero sólo un suelo para revertir realmente la situación. La derecha, en ese sentido, es más pilla y leyó bien cada vez que inflamó en negativo la autopercepción de los militantes como nueva “juventud maravillosa”: a una “liberación” que tuvo a los pibes en vilo, a una revolución que no fue, siguió una contrarrevolución de verdad, con la pérdida de veinte puntos de salario y la deuda más grosera que se conozca con el FMI; una deuda que permaneció tanto más legítima cuanto mejor pagada. Como lo escribimos en otra parte: una contrarrevolución por una revolución que no tuvimos.

Tal vez la única política que queda está por fuera de los andamiajes partidarios o frentistas, lejos de esos candidatos bufonescos, una política que germina en el rechazo visceral a la humillación –porque el acto en La Rural fue un acto de humillación–, en una bronca que hermana, un descontento que nada tiene que ver con el enojo individual y antipolítico –esa infancia mal procesada, añoranza del padre bueno que, casualmente, coincide con el padre castigador. Massa no es alguien para militar, porque nombra todo aquello contra lo que peleamos hace mucho. ¿Votar a Massa en un potencial balotaje con la derecha radicalizada que hay enfrente? Eso es, para muchos de nosotros, una evidencia. Por lo tanto, nada de política en ese punto. Lo alarmante es que, una vez más, como en aquel 2015 en que ya se notaba el flojo último gobierno de Cristina y el agotamiento de un espacio político que había conseguido mística y resultados, se insiste en la justificación, en el gastado argumento del “mal menor” y algunos todavía se animan a darnos lecciones de política y pragmatismo, sin mencionar a los canallas que pretenden la chancha y las veinte sin hacerse cargo de su rol en este desastre. Por eso la crítica al posibilismo llega tarde y, en ese sentido, es también posibilista y, por lo tanto, no crítica. Gane o pierda Massa frente ante una derecha desembozada, la derrota ya está entre nosotros, la derrota antes de la derrota es el ajuste que este gobierno desde un comienzo hizo pesar sobre los sectores populares, los hechos de represión que no explicó, el default que levantó en lugar de utilizarlo políticamente a favor de un pueblo que había impugnado al catastrófico gobierno de Macri en las urnas y las calles, el acuerdo nefasto que selló con el FMI.

Cuando, a mediados de 2015, organizamos junto a Claudio Lozano, con compañeras y compañeros de movimientos sindicales y sociales y distintos espacios de izquierda peronistas y no peronistas, un encuentro que titulamos “¿Qué nos pasó? De la irrupción de 2001 a la encerrona de 2015” sentimos la soledad de no aceptar el mal menor como lugar común de la política. Casi las mismas cosas que sottovoce algunos sostienen hoy sobre Massa, en ese momento se decían de Scioli (aunque con menos razones). Lo que, tal vez, cándidamente llamábamos “encerrona”, el consenso que del kirchnerismo al macrismo había sobre la necesidad de un ajuste, hoy vuelve como una pesadilla escondida bajo la alfombra, pero nos encuentra más lejos de aquella irrupción de 2001. No por una cuestión cronológica, sino porque la llama se apagó. Sí, 2001 murió. Los que entonces “militaron” a Scioli, hoy hacen lo propio con Massa, aunque, como es lógico, con menos ganas aún. El consuelo que ideó Cristina ofreciendo a Grabois la posibilidad de ser candidato sin listas propias de diputados y senadores, tampoco mueve el amperímetro de la discusión, permanece en el encierro de lo que se agota. Las “jugadas maestras” fallidas quedaron también atrás. Ya nadie puede hacerse el desentendido. Tal vez sea momento de abandonar la cosmovisión del mal menor, transitar el desierto de la antipolítica y acercarnos al fuego desconocido de una necesidad, inventar otra cosa, otra política.

* El autor es docente e investigador (UNPAZ, UNA), codirector de Red Editorial, integrante del Grupo de Estudios sobre Problemas Sociales y Filosóficos (IIGG-UBA), responsable Editor de Coyunturas, integrante del IPyPP, autor de Nuevas instituciones (del común), Papa Negra, Globalización. Sacralización del mercado, coautor de El anarca (filosofía y política en Max Stirner, coautor y compilador de Linchamientos. La policía que llevamos dentro, Renta Básica. Nuevos posibles del común, y Si quieren venir que vengan. Malvinas: genealogía, guerra, izquierdas.  

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