A la muerte se la enfrenta con pudor, con respeto. Detrás de un cuerpo que yace sin vida hay demasiado dolor como para montar una orgía de pura carroña por un par de puntitos de rating aturdidos por el minuto a minuto. ¿En qué se traduce? En arrojar a las audiencias aquello que -vaya uno a saber qué definición de cientista de set televisivo lo confirma- es precisamente lo que las audiencias desean digerir. Y de ser así, entonces, habrá que interpelar a las audiencias y despojarse de la demagogia caníbal porque hay responsabilidad al asumir el mandato -relativo, por cierto- que delega el público -el lector, el oyente, el espectador- en quien asumió el oficio de informar, y en ciertos casos, por default, de formar opinión.

Bajar un cambio ante la tragedia cotidiana, despojarse de toda violencia retórica que atraviesa, contamina, las conciencias reales con resultados que se reflejan demasiadas veces en actos de violencia ya no retórica. Léase: en muertes.

Entonces, evitar el show: que el médico Lino Villar Cataldo haya matado de cuatro balazos a Ricardo Krable, el joven que intentó robarle el auto en la puerta de su consultorio en Loma Hermosa, es una tragedia.

No debería ocurrir. Cómo no deben suceder, tampoco, las amenazas que los deudos del joven muerto lanzan desde las redes sociales contra Villar Cataldo; que por estas horas tras lograr su excarcelación enfrenta no sólo las cámaras de una repentina y opaca fama sino también una tambaleante situación judicial: la pericia balística que realizó la Policía Científica desmentiría su versión inicial de aquello que no debería haber ocurrido.

La figura del “justiciero”, que impone algo difuso que algunos llaman “justicia por mano propia” arrasa todo contrato social, desquicia los límites de la vida moderna, de la convivencia estructurante de una sociedad; es -reiteramos- un tragedia. Como lo es, obviamente, que un delincuente mate al robar. Eso no está ni en discusión. El problema es previo, profundo, humano, es social, quizá inherente a la condición humana. El mandamiento bíblico de “No matarás” fue ignorado ni bien Dios entregó a Moisés en el Monte Sinaí la tabla de piedra con el decálogo de las leyes sagradas. Nada nuevo.

El punto aquí y ahora es otro: se necesita prudencia.

En tiempos de esperpentos mediáticos que alzan, una y otra vez, la voz en favor de la cacería humana; en un contexto en el que se instala, por ejemplo, un estado de zozobra cuando cada amenaza seria o disparatada gana más rápido una desbordada amplificación en los medios que rigurosidad en la precisión de las pesquisas, quienes deben trasmitir calma a la sociedad prenden la mecha. Y esto no sólo nos cabe a la medios, sino, y por sobre todo, la mesura debe llegar desde las estructura más altas del Estado. No fue el caso de la Ministra de Seguridad Patricia Bullrich que opinó, como si ese fuese su rol actual, que si bien el caso Villar Cataldo está en la Justicia “Nosotros no queremos que las víctimas se transformen en victimarios; no hay que perder de vista que la víctima fue el médico, que es la persona que fue robada y atacada; no nos confundamos”. Exacto. A no confundirse. Prudencia.