Más allá de lo que ocurra hoy con el resultado de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Brasil, el candidato de ultraderecha Jair Bolsonaro ya ganó. Viene ganando desde que se refirió a una colega de la Cámara de Diputados como alguien que ni merecía ser violada. O desde que su voto cantado para derrocar a Dilma Rousseff se lo dedicó al militar torturador de la exmandataria. Bárbaras expresiones que apenas tuvieron una tibia condena en los medios.

Solidificó su victoria cuando fue asesinada la concejal Marielle Franco en las calles de Río de Janeiro, crimen que aún permanece impune al menos en cuanto a los mandantes. Era mulata, lesbiana y socialista, cualidades que Bolsonaro aborrece y que no se preocupa en ocultar.

Con el crecimiento de este hombre de las cavernas parece haber emergido una intolerancia en la sociedad brasileña que, aunque quizás se sospechaba, nunca había salido tan a la luz. Con su discurso de mano dura y su hipócrita posición antisistema (de alguien que fue diputado los últimos 29 años) logró un arrollador triunfo en primera vuelta.

Envalentonados, sus seguidores ejercieron innumerables actos de violencia contra opositores, gays y lesbianas en la campaña por el balotaje y empresarios amigos financiaron una portentosa campaña de «fake news» a través de WhatsApp, como comprobó el diario Folha de São Paulo.

El domingo pasado se publicó en estas páginas que la mitad de los brasileños cree que puede instalarse una nueva dictadura. Pero en el segundo plano de esa encuesta, se registraron respuestas mucho más inquietantes. Son aterradoras las cifras de los brasileños que tolerarían la tortura, los procedimientos policiales sin orden judicial, la censura en los medios, la proscripción de partidos políticos, intervenir sindicatos y prohibir las huelgas.

Esta semana, la policía violó la autonomía universitaria  y allanó 17 casas de estudio para retirar banderas y carteles contra el fascismo con el argumento de que violaban la veda electoral. También fueron prohibidos por la Justicia conferencias y seminarios que trataban sobre la democracia. En otras palabras, la Justicia asume que el rival del petista Fernando Haddad sostiene una ideología fascista.

El caso más grave se dio en la Universidad Estadual de Pará, en la Amazonía, donde policías armados ingresaron a una clase amenazando con detener a un profesor por estar dando una clase «con alto tenor ideológico». El docente, coordinador de la carrera de Ciencias Sociales, estaba hablando sobre las «fake news» y una de las alumnas, hija de policía, llamó al padre diciendo que se estaba haciendo campaña contra el excapitán del Ejército.  De ocurrir un milagro cívico y Haddad ganara hoy, se le haría muy difícil gobernar con estas nuevas demandas. Una sociedad fascista envalentonada es infinitamente peor que un presidente fascista. «