El último domingo 27 de octubre durante la celebración de las elecciones generales, en una escuela del municipio de Moreno en el Conurbano bonaerense, sucedió un hecho lamentable y triste.

Brian Gallo, un pibe que colabora en un comedor comunitario de su barrio fue a ejercer su responsabilidad ciudadana como autoridad de mesa durante los comicios.

Durante la jornada fue objeto de burlas y agravios, luego de que se viralizara en las redes sociales un meme en base a una foto que le sacaron a Brian. En la foto se lo veía a Brian durante el domingo de elecciones y una frase acompañaba: «Si votas en Moreno no lleves cosas de valor». Estigmatizado por su vestimenta, por ser morocho, por usar ropa deportiva y gorra, todas las características que el modelo normativo instalado en parte del sentido común identifica como “pibe chorro”.

Estigmatización inflamada por la mayoría de los medios de comunicación, y por el gobierno saliente, que construyó en los pibes de barrio un blanco móvil, un enemigo a violentar. Recordemos la represión de Gendarmería a los pibes y pibas de una murga en Bajo Flores en el primer año de mandato de Macri o las torturas propinadas por efectivos de la Prefectura a pibes de la villa 21-24 en Barracas.

Todos estos antecedentes pavimentaron el camino a la Doctrina Chocobar que inauguró la ministra de Seguridad Patricia Bullrich y exacerbó el presidente Macri recibiendo y enarbolando la figura del policía protagonista de otro lamentable caso de gatillo fácil.

Aquel hecho que sucedió el domingo, causó indignación en muchos y en muchas, pero no sorpresa.

Lo que sí causó sorpresa y admiración fue lo sucedido el jueves posterior cuando el flamante presidente electo Alberto Fernández recibió a Brian en sus oficinas y se puso su gorra posando para la foto, abrazandolo.

En esa acción hubo reparación, pero también hay algo más. Hay un gesto simbólico, tal vez el primero, tal vez el más fuerte del nuevo presidente. Un gesto que analizado en profundidad no solo es un freno desde su investidura a ese tipo de agravios y discriminaciones, que ya es mucho. Ahí hay algo más.

Es marcar una hoja de ruta de lo que hará y será el próximo gobierno y además un pasaje al acto de la consigna expresada en la campaña “neoliberalismo nunca más”. Porque el neoliberalismo no es solo un conjunto de medidas económicas, es una racionalidad instalada como un chip en nuestras mentes que promueve el odio, la competencia, el individualismo. Y para destacarse en esta jungla hay que inferiorizar a un otro.

El neoliberalismo construye una otredad entre los iguales para fomentar la desigualdad y la fragmentación y ahí la discriminación y el prejuicio son combustibles efectivos.

Alberto hizo más que reparar el daño producido, hizo algo más que visibilizar otra forma de ser y de gobernar. Tal vez produjo el primer hecho simbólico como presidente electo para empezar a desmontar en nuestro país esa racionalidad cruel e inhumana llamada neoliberalismo.