Pocos días atrás, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich cambió su perfil en redes sociales. En su cuenta de Twitter, lo que era una interminable galería de operativos, detenciones, incautaciones, uniformes en acción,y lugares insólitos para esconder drogas, ahora es matizado por una sugerente novedad.

Ahora, las imágenes del «combate al delito» son opacadas por la sonrisa de Patricia. Nos sonríe desde su nuevo avatar con foto en primer plano, feliz y accesible, rodeada de fans que le sacan selfies, disfrutando del afecto de la gente.

¿Dónde quedó Bullrich, la ministra de sonrisa difícil y gesto adusto? La de la «mano dura», la de la convicción, el deber y la voluntad, la de la jerga fierrera, la que nos explicaba con entusiasmo qué son los «puntos calientes» o hot spots, el «policiamiento inteligente» o la «frontera seca». ¿Cuándo fue que aquella Bullrich cambió el uniforme camuflado por el tailleur?

Aquella Bullrich no sonreía. No sonrió cuando el presidente «casi la mata» por el papelón gubernamental de los tres prófugos de Vidal, escapados en ojotas. No sonrió cuando Elisa Carrió afirmó que «sectores de la fuerza le ponen droga para que ella la encuentre, pero el negocio sigue». Ni siquiera sonrió cuando estuvo dentro del selecto grupo de ministros que mantuvo su jerarquía, tras la reforma del Gabinete encarada por Macri en septiembre del año pasado.

Entonces, ¿por qué sonríe Patricia?

¿Sonríe porque coquetea con la vicepresidencia de la Nación, lo que la convertiría en la tercera mujer en ocupar ese cargo, detrás de María Estela Martínez de Perón y de Gabriela Michetti? Extraño lugar para una mujer de acción, que deberá contentarse con poner orden entre los díscolos senadores de la Nación. Pero extraordinaria posición para quien hace décadas viene construyendo una extensa y sinuosa carrera política en el PJ, Unión por Todos, la Alianza, la Coalición Cívica y, hoy, Cambiemos.

¿Sonríe porque, a pesar de todos los enemigos agazapados que ha construido el oficialismo, no se cumplió la «hipótesis diciembre» y la calma social sigue siendo uno de los datos de la escena argentina? ¿Sonríe porque el «club del helicóptero» debe seguir mascullando entre dientes?

¿Sonríe porque cuando la llaman la «Bolsonaro con pollera», puede darse el lujo de aclarar que ella ya venía «bolsonarizando» la Argentina desde antes?

Patricia sonríe porque, por el momento, ella es el ancho de bastos del presidente a la hora de mantener la adhesión de los propios. Pero también es el ancho de espadas para ganar a los «independientes». Porque ella sí le habla a ese tercio de votantes en disputa que decidirán la suerte de las elecciones de 2019. Y porque su imagen sonriente reconforta a una sociedad que, mientras percibe en la piel la inminencia del desastre económico, parece preferir temer u odiar al otro, antes que saber nada de él.

Patricia sonríe porque es el instrumento del «populismo punitivo» de Cambiemos. Un cóctel de medidas de alto impacto en la opinión pública, que prometen mejoras rápidas con recetas fáciles para satisfacer los deseos más primarios de nuestra sociedad. Estigmatización y criminalización de los extranjeros y de los menores, «doctrina Chocobar», judicialización de los manifestantes, reivindicación del derecho de los argentinos a portar armas, autorización de las pistolas Taser, y más. Cóctel del que el anuncio del presidente Macri sobre el DNU de Extinción de Dominio es el paso más reciente. El que las hace, las paga.

Sí, un Cambiemos populista que se apoya en una versión degradada del populismo que tanto denuncia. Nos promete castigar mucho, para satisfacer rápido lo más primario de nosotros. Aprovecha el miedo social derivado del empobrecimiento y la pérdida del futuro a los que Cambiemos mismo nos condujo.Nos clienteliza mediante el odio al otro, al diferente, al desconocido, para ganar las elecciones en 2019.

Populismo punitivo. Muchas voces autorizadas han advertido ya sobre la ineficacia y el peligro de las medidas que lo integran. Tanto nuestra propia experiencia histórica como la evidencia en otros países han demostrado que el punitivismo es ineficaz para resolver los problemas que dice resolver. Por el contrario, los empeora y crea problemas nuevos. Pero al gobierno no parece importarle.Porque el populismo punitivo probablemente no sirva para solucionar el problema de la inseguridad, pero sí satisface nuestro deseo de castigar y de mantener al otro bien lejos.

Patricia sonríe, finalmente, porque la fiesta punitiva que la tiene como protagonista es, por ahora, la única propuesta existente sobre cómo resolver los graves problemas de seguridad que sufrimos.

Mientras tanto, la mayoría de la oposición guarda silencio. Y ya sabemos que a la política, si no la hacés vos, te la hace otro. Cambiemos también lo sabe. «