Se presentó como un nacimiento, aunque las fotos reflejan un funeral. Quizá porque la movida, al fin y al cabo, persigue un poco de ambos: alumbrar el «futuro» del peronismo «enterrando» el pasado K. A la pretensión reeleccionista de Mauricio Macri, está claro, le gusta esto.

Bajo la batuta del senador Miguel Ángel Pichetto, un puñado de legisladores massistas, randazzistas y «federales» pusieron la cara en una cumbre armada por gobernadores que faltaron a su propia cita. 

El plan inicial era reunir a mandatarios reactivos a Cristina Fernández y presentarse como la «oposición racional». Pero a última hora los gobernadores le hicieron saber al salteño Juan Manuel Urtubey –impulsor del evento– que no irían a Gualeguaychú. La razón: nadie quiere quedar como el candidato puesto de una elección nacional que pronostican perder.

Así las cosas, la cumbre derivó en una cumbrecita de segundas líneas donde se ratificó que, luego de coquetear con la «unidad», la fragmentación opositora sigue vigente. Al menos, en el plano nacional. Porque la exhibición de Gualeguaychú contrasta con lo que ocurre en provincia de Buenos Aires, donde hace menos de un mes se conformó una conducción que reúne a todas las facciones.

El fenómeno se replica en varios municipios. Un ejemplo es, precisamente, Tigre: en la cuna de Sergio Massa, el intendente Julio Zamora logró unir los fragmentos en un único bloque de concejales. En esa bancada está incluso Malena Galmarini, esposa y lugarteniente de Massa. En el escenario federal, en cambio, el excandidato a presidente le trazó límites al sector que supo integrar. Nada nuevo: en su historia política, Massa viajó de la Ucedé al kirchnerismo, pasando por Cavallo y Duhalde, siempre en busca del mejor postor.

El club de gobernadores ve en la ambición de Massa a un candidato combustible: apuestan a quemarlo en 2019 y dejarlo fuera de carrera para 2023. Pero el que juega con fuego, claro, se puede quemar: ¿Y si Massa consiguiera entrar a un balotaje? Las encuestas, hoy por hoy, alientan esa posibilidad: a Macri le faltan entre 5 y 9 puntos para ganar en primera vuelta. ¿Habrá acaso gobernadores opo-oficialistas que trabajen para la reelección? Maledicencias que corrieron río abajo por el litoral, aunque la entente se muestra aceitada.

El jueves, por caso, el ministro de Finanzas Luis Caputo logró salir con aire de la interpelación parlamentaria gracias a la ayuda del team Pichetto. Antes del papelón –literal– que detonó la sesión, el ministro se garantizó sortear los interrogantes incómodos gracias a una trampa pergeñada por el oficialismo y sus aliados. La maniobra consistió en imponer que las preguntas se hicieran en bloque, de modo que Caputo pudiera elegir qué contestar y qué no. 

Custodiado por expertos, Caputo admitió ser prestanombre de personas que no identificó, justificó el uso de guaridas fiscales, fingió demencia sobre los negocios de sus ¿ex? empresas con la deuda pública y se fue a tiempo para el almuerzo luego de ordenarle al presidente de la bicameral que concluyera la sesión. «Levantala», le dijo al senador José Mayans (PJ-Formosa) apenas comenzó el griterío por el dichoso papelito. El legislador acató. 

Por lo que se vio en el senado, Caputo se convirtió en el primer beneficiario directo de la interna peronista entre los que plantean que «hay 2019» y quienes proponen tirar la toalla y aguardar hasta 2023. La histórica actitud sectaria del kirchnerismo, por cierto, contribuyó a la fractura expuesta ahora. En política, el rencor es un pésimo pero poderoso consejero. 

El macrismo, mientras tanto, prosigue con su programa de empobrecimiento general con beneficios para pocos, y se alista para competir en elecciones donde intentará reelegir en los tres principales distritos del país. También buscará plantar bandera en provincias que hoy son gobernadas por los mandatarios peronistas que juegan a la mancha venenosa con los K. 

En poco más de un año se sabrá si, como se cree, soldado que huye sirve para otra batalla. O sufre el escarnio del desertor.  «