El proceso boliviano desde el golpe de estado hasta la victoria aplastante del MAS deja varias lecciones que es  importante resaltar en esta época marcada centralmente por la pandemia que estremece al mundo.

1) A solas consigo mismo Evo Morales seguramente reconoce que fue un error no someterse a los resultados del plebiscito que él convocó, en el que la mayoría se pronunció por la no reelección permanente. Ese error fue usado por Trump y Bolsonaro, a través de Luis Almagro y la OEA, para levantar después la mentira del fraude electoral de las elecciones del 2019. Y justificar un golpe de Estado neoliberal y neofascista que representó Añez. Evo ganó en 2019 con un 10% menos votación que lo obtenido por el electo presidente Luis Arce.

2) El MAS en Bolivia es una alianza de organizaciones sociales y políticas que tiene un fundador histórico, Evo, pero ha demostrado que es históricamente más que su fundador. Los sectores medios y populares apoyaban el exitoso manejo económico y social de los 14 años de Evo (éxito administrado por Arce). Sin embargo no querían un liderazgo político eternizado en el palacio presidencial.

3)La extrema derecha neoliberal no está capacitada para darle gobernabilidad, democracia y estabilidad a los pueblos. Sólo puede darles gobiernos al servicio de lo peor del capital nacional e internacional, insensibilidad social y represión a todos los derechos humanos: civiles, económicos, sociales y culturales. Por eso cuando están en el gobierno sólo instalan incertidumbre, debilitamiento del Estado en sus servicios sociales básicos e incremento de todas las desigualdades.

4) El presidente electo en Bolivia ha declarado que además de defender la economía mixta y los derechos sociales y culturales que el MAS, bajo la conducción de Evo, instauró en su ciclo de gobierno, otorgará un bono contra el hambre para paliar los efectos de la crisis del Covid. La sensibilidad social retorna al gobierno de Bolivia. Ese es el mensaje que anticipa el presidente Arce.

5)El desafío más importante será el arte de construir gobernabilidad democrática en medio de la peor crisis eco-social y sanitaria que vive Latinoamérica en 100 años. Ese reconocimiento de la necesidad de construir un centro progresista el movimiento político MAS lo inició con la selección de un binomio electoral que, étnica y profesionalmente, es un símbolo de unidad  para enfrentar la actual crisis.

Sólo una concepción de centro progresista, fundada en solidez de convicciones, flexibilidad de estrategias de gobierno, eficaz gestión de los servicios del Estado e imperio de la ética como divisa del Estado y la sociedad civil organizada, puede derrotar la alianza de fuerzas extranjeras y nacionales. Estas cuentan con expresiones mediáticas hegemónicas que estarán  acechando al futuro gobierno de Arce para desprestigiarlo y debilitarlo.

Ahora, Chile

Una semana después de los comicios bolivianos se celebrará en Chile un plebiscito respecto de la constitución que Pinochet dejó. Fue la funesta herencia para encorsetar a Chile con un modelo económico neoliberal basado en el crecimiento de la economía dinamizada por producción de bienes primarios exportables, cierta reducción de la pobreza, y la consagración de todas las desigualdades posibles. Esto, en una sociedad como la chilena, que desde el fin de la segunda Guerra Mundial hasta la dictadura pinochetista había tenido la búsqueda de la equidad como ideología compartida por la mayoría.

Hace un año la explosión social contra el mediáticamente santificado ejemplar “modelo chileno” ocurrió espontáneamente. Fue desde la sociedad civil con pobladores, mujeres, jóvenes y trabajadores como protagonistas. Inicialmente sin participación alguna de la sociedad política, que había bendecido por décadas el sacrosanto modelo del neoliberalismo y la desigualdad.

La sociedad civil sacudió a todo el establecimiento y obligó a la clase política a pensar otra vez que las sociedades son esencialmente dinámicas y requieren cambios por mutaciones generacionales y culturales.

Después de  muertos, heridos y presos, los partidos políticos y el derechista gobierno de Sebastián Piñera aceptaron institucionalizar la protesta social. Le dieron una salida plebiscitaria al ampliamente apoyado cambio en las instituciones jurídico-políticas consagradas en la Constitución.

En la historia de Chile ha habido tres constituciones, todas impuestas por los sectores dominantes después de grandes represiones a los sectores populares encabezadas por los militares.

Tomando en consideración esa historia penosa de Chile, los insurgentes del siglo 21 han obligado a que el plebiscito no se restrinja a votar la aprobación de sustituir la actual Constitución sino al método para redactar la nueva.

El 25 de octubre se enfrentan en las urnas dos opciones. Una: aprobar la nueva constitución redactada por una convención constituyente elegida para eso efecto. Dos: que la nueva constitución sea redactada por una asamblea mixta que incluirá parte de los actuales parlamentarios.

El presidente Piñera, que tiene pésimos índices de aceptación social, y su equipo preparan una acción mediática para presentar el plebiscito, cualquiera que sea el resultado, como una acción de su gobierno. Hasta el momento lo que indican sondeos y movilizaciones pre-plebiscito es que ganará la opción uno. Esto significará el inicio de una nueva era en la historia de chile.

 Salvador Allende, desde la Historia, será testigo del fin de la era de Pinochet y el neoliberalismo como doctrina  del Estado.