Son las 12.15 y en la esquina de Perón y Riobamba Mónica Revelli trata de organizar a sus compañeros. Sobre la vereda y a la sombra de un pequeño toldo se agolpan unos 20 jubilados con pequeños carteles escritos a mano. «Queremos que los fondos de la ANSES sean para los jubilados», dice uno. «Contra el vaciamiento de la ANSES», plantea otro. «Exigimos una vida digna», reclama un tercero. A dos metros de ellos, unas vallas negras de dos metros bloquean el paso hacia el Congreso de la Nación adonde en poco menos de dos horas comenzará a debatirse una posible reforma previsional que implicará un recorte en las jubilaciones.

«Nosotros hicimos los semaforazos. Estuvimos en 20 esquinas de Buenos Aires advirtiendo que esto iba a pasar y tenemos la tristeza de que no nos equivocamos», le cuenta Mónica a Tiempo advirtiendo que la jornada no deparará buenas noticias. «Esto va a tener un costo social tremendo, porque ya hay jubilados que no llegan a fin de mes. Porque no es solo esto: nos quitaron remedios, prestaciones, todas medidas que nos perjudican enormemente», añade antes de ponerse a caminar por Perón para rodear la seguridad y poder entrar en la plaza de los dos Congresos.

«Trabajé 45 años y aporté para que ahora me hagan este recorte. Con esta reforma me van a sacar más de 1500 pesos por mes», precisa a su lado Gloria, que recuerda 70 primaveras y aún le dura la angustia del jueves pasado, cuando no pudo entrar a la plaza con sus compañeros porque «nos mataban a gases». Eso no las amederentó: «Miedo no tengo porque eso es lo que ellos quieren. Pero sé que son los jóvenes los que tienen que luchar. Porque si nosotros estamos así, ellos van a estar peor».

A las 13 la plaza ya luce llena y las calles laterales desbordan. Las organizaciones políticas y sociales se acomodan detrás de las banderas y dentro de los cordones de seguridad que la mayoría armó para evitar infiltrados. Se sabe que cualquier hecho de violencia puede ser usado para desatar una represión y exponer a los miles de manifestantes que se acercaron hasta el Congreso para expresar su rechazo. Pero la concurrencia excede por mucho a la convocatoria de las organizaciones.

Virginia avanza a paso lento por Virrey Ceballos rumbo a la plaza. Lleva una cartulina blanca escrita con marcador negro: «Nosotros, los viejos, trabajamos por la patria. Tengo 80 años. No me vencerán. Macri, hacé como Hitler y matanos», pide el cartel que sostiene entre sus manos. Un joven traspirado le pasa por al lado y le da un beso: «Siga así, con aguante señora». Virginia sonríe. «Tengo problemas para respirar, por eso no puedo caminar ligero. Así que traje agua y limón por las dudas», explica con tranquilidad. «Desde los 7 años que vengo a las marchas. No tengo miedo. Estuve cuando fuimos a buscar a Perón, cuando murió Evita y también cuando murió Perón. Tengo dos hijos, uno es peronista y el otro de izquierda, pero todos estamos en contra de esta reforma», resume y dibuja una sonrisa para los fotógrafos ocasionales.

Todavía no son las dos de la tarde y la esquina de Virrey Ceballos e Hipólito Yrigoyen está tranquila. Aún no hay veredas rotas ni encapuchados. Tampoco se arman barricadas. Julio Cejas, de 77 años, se apoya con una mano en el bastón y sostiene un extenso cartel con la axila. Necesita esa mano para comer el helado que acaba de comprarle a un vendedor ambulante. Nació en capital y militó en la Juventud Peronista, pero desde hace unos años vive en Tierra del Fuego. «Mis hijos resisten allá y yo vine a pelear acá», cuenta mostrando la dirección que refleja su DNI. «A mi no me preocupa mi situación, pero tengo hermanos, cuñados, vecinos. Esta es una medida en contra del pueblo», agrega.

Las columnas siguen llegando empujando sus banderas y por las calles laterales se acercan grupos de jóvenes y adultos. A medida que se acercan las dos de la tarde el clima comienza a enrarecerse. Algunos preguntan por el quórum y otros por los estruendos. ¿Son petardos o balas de goma? En Alsina y Sáenz Peña, a una cuadra de la plaza, unas cinco personas se reúnen frente a la vidriera de un bar. Por la tele se ven imágenes que remiten al 2001. Encapuchados tirando piedras y policías reprimiendo. Es a 150 metros del bar, pero parece otro lugar.

Algunos manifestantes comienzan a irse, otros van hacia el Congreso con botellas de agua. En el medio de la plaza hay tranquilidad. La gente conversa y mira sus celulares. Hay cuarto intermedio. ¿Se levanta la sesión? «Hay quórum», confirma Graciela Cingolani. Ella tiene 63 y es jubilada docente como Susana Ferraro, que busca información en el whatsapp. La tercera del grupo es Nancy Portillo, que aunque no está en edad jubilatoria vino con sus compañeras para manifestar su rechazo.

«Vinimos el jueves y hoy. Nos tiraron tiros y tuvimos que refugiarnos en Alsina. Pero no tenemos temor, hay que estar. Vemos que la sociedad está empezando a tomar conciencia, pero evidentemente eso no llegó a los representantes aún. Esperemos que les llegue, porque las bases están acá», dice Susana.

Confusión y represión

Ya son las 15.00 y sobre Yrigoyen se ve un camión hidrante que tira agua a los manifestantes. Vuelan piedras. Vuelven gases. Sobre Rivadavia todos miran al otro lado de la plaza. El viento trae el gas y algunos manifestantes se retiran por Montevideo. Hacen unos metros y frenan. «El pueblo no se va, el pueblo no se va».

En los edificios los vecinos miran hacia la plaza y señalan. Algo pasa pero es imposible saber. Todos miran sus celulares, sacan fotos y preguntan. En eso pasa un patrullero con la sirena prendida y a toda velocidad. Lo acompañan tres motos que en el afán por hacerse lugar arremeten contra los manifestantes. Una de las motos arrastra una bandera del MST. Los que estaban sobre la calle corren a los costados. Los que estaban sobre la plaza les arrojan piedras. Estos últimos son jóvenes, no tienen la cara tapada y tras arrojar la piedra se miran con los de al lado. Sienten que cometieron una travesura peligrosa.

Son las 16.05. Cuando todo parece calmarse una canción crece como una ola desde desde las vallas frente a la puerta del Congreso. «Unidad de los trabajadores, y al que no le gusta se jode», dice el primer canto. «Qué boludo, qué boludo, la reforma se la meten en el culo», arremete un segundo canto masivo.

Algunos festejan, otros miran desconcertados. ¿Se levantó la sesión?  La gente mira sus celulares y se queja por la falta de señal. En el whatsapp no hay noticias. A unos metros uno habla por teléfono. Se arma un círculo en torno suyo. ¿Qué pasó?, le pregunta a alguien del otro lado de la línea. Luego se pone serio y baja el pulgar. «Sigue la sesión», explica.

Apenas pasan unos minutos y desde Rivadavia vuelven a verse piedras volando al otro lado de la plaza. Los gases se multiplican y los estampidos se hacen más fuertes. Las organizaciones comienzan a caminar hacia atrás y piden calma. Las banderas comienzan a enredarse y los estampidos suenan más cerca. Algunos tratan de correr pero se topan con los de al lado. Llega el humo de los gases y la gente empieza a gritar.

La policía avanza hacia los manifestantes que se aplastan contra los edificios. Algunos tropiezan y otros los pisan. Los ojos lloran y las gargantas arden. Desconocidos ofrecen limones y agua. Otros gritan que no se empujen. Alguien abre la puerta de un edificio y entran de 20. Desde adentro hacen fuerza para cerrar. Los que quedan afuera golpean la puerta y miran a la policía, que apunta de frente. Algunos eligen quedarse y otros corren hacia la 9 de julio. De nuevo el embudo, los gases, los estampidos, el llanto y las gargantas quemadas. El pánico se apodera por algunos minutos de la situación. Los más calmos piden tranquilidad y seguir caminando. Alguien saca una botella de jugo de limón y varios acercan la mano antes de frotárselo en la cara.

Al llegar a Mitre hay oxígeno. La gente se reúne y se pregunta cómo está. Comienzan a llamar por teléfono a los perdidos. Algunos se sientan en los cordones a llorar o escupir. Alguien pide una ambulancia y aparecen personas con chalecos con la cruz roja. ¿Qué pasó? ¿La sesión sigue? «Macri, basura, vos sos la dictadura», cantan con bronca y el grito resuena en Mitre y Montevideo.

Son las 16.27. Pasaron 20 minutos desde que la plaza colmada pensaba que habían levantado la sesión. Ahora el lugar está semivacío. A metros de Rivadavia y Rodriguez Peña arde una moto recostada sobre el pavimento. Algunos periodistas caminan entre piedras y no pueden evitar patear cartuchos vacíos, verdes y grises. Las bolas de goma que llevaban adentro probablemente se encuentren en el cuerpo de los manifestantes que desconcentran a metros de allí.

En eso pasan policías empujando a un joven. «Soy Matías Ponce de León», grita. Se ven a las motos avanzando con velocidad por las calles laterales de la plaza. En la esquina de Saénz Peña y Avenida de Mayo Laura Rodriguez llora desconsolada. Le cuesta hablar. «Se llevaron a mi viejo. Estábamos sentados en el cordón y cuando avanzó la represión se metió en la cafetería. Entraron y se lo llevaron», explica a Tiempo. Los policías no le quieren decir a qué comisaría. Su esperanza es la Correpi que le toma la denuncia y la tranquiliza.

Son las 17 y se siguen escuchando los disparos de balas de goma. María, Diana y Estela caminan por Montevideo hacia Corrientes y van escuchando la radio. Allí avisan a los de al lado que la sesión se está produciendo. «Vaciaron la plaza para sesionar. Ahora van votar la ley tranquilos», concluyen.