Miedo. Fue lo primero que sintió Yanil Amaru cuando vio en los noticieros las placas de “urgente”, “último momento” rojo shocking sobre el aislamiento absoluto en la vecina Villa Azul. “Creo que en Itatí estamos más organizados. Fíjese que no hay chicos en las calles y la mayoría nos guardamos. Pero veo la tele y, no le voy a mentir, asusta que entre el virus al barrio, porque acá hay muchas necesidades”, dice mientras camina hasta su casa en “La Cava”, el sector más postergado de la barriada quilmeña, eternamente relegada.

Es ama de casa y vive hace 19 años en Itatí. Tiene dos criaturas. Ni un peso en el bolsillo. “Mi marido hace mantenimiento y no puede salir a trabajar. Sobrevivimos como podemos, gracias al comedor y la solidaridad de algún vecino”. En su casa, detalla Yanil, no hay cloacas y escasea el agua. La falta de asfalto es otro mal sempiterno. “Agradezco que la municipalidad se acerque para dar una mano, trayendo lavandina y agua. Pero no alcanza –se planta con la frente bien alta arriba del barbijo y levanta los dos bidones–. ¿Qué hago con cinco litros? Faltan los servicios básicos. Los queremos pagar”.

Según los guarismos del Censo en Barrios Populares de la Provincia de Buenos Aires, en Villa Itatí viven 15.142 personas, cinco veces más que en la limítrofe Villa Azul. “Se queda corto, somos muchísimos más: 10 mil familias, más de 40 mil personas. Por eso hay tanto temor al contagio. Además, el barrio tiene salidas por todos lados, no se podría cerrar”, explica Mercedes “Mechi” Ferreyra, militante a tiempo completo del ETIS (Equipo de Trabajo e Investigación Social), una de tantas organizaciones y movimientos sociales que dan una mano para capear la cuarentena en la villa de la zona sur.


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(Foto: Télam)

A las dos barriadas erigidas en la difusa frontera entre Quilmes y Avellaneda las separael Acceso Sudeste. Las hermanan la malaria económica, las necesidades insatisfechas, la desocupación: “Falta el acceso al agua potable, al gas natural, y hay hacinamiento. Las condiciones de habitabilidad no se cumplen en sectores históricos de Itatí. No hay trabajo. Así se hace muy difícil respetar la consigna básica de quedarse en casa”, asegura Mechi y patea los pasillos en las recorridas del operativo Detectar. Por fortuna, destaca, se cuentan once contagios, frente a los más de 200 en Azul: “Hablamos con las familias y por suerte no están con síntomas. Hay que llevar tranquilidad al vecino y seguir testeando a full. Esperemos que no se repita el drama que se vive acá cerquita”.

Itatí lleva la historia del barrio bordada en el nombre. Lo eligió su papá, José “Pepe” Tedeschi, cura villero asesinado en los ‘70 por la Triple A, tan sólo por dar pelea por la dignidad de los nadies en este pedazo olvidado del Conurbano. El nombre del comedor, centro educativo y cultural que comanda en el corazón de la barriada rinde homenaje a su mamá, Juanita Ríos, histórica militante comunista y referente social. Itatí cuenta que anda muy preocupada por la llegada de la peste: “Me pone mal que no se articule con las organizaciones, que tenemos mucha historia y hacemos el trabajo territorial. Que se entreguen bidones me parece peligroso. Los vecinos tienen que hacer una fila, que da la vuelta a la manzana, y eso tira por la borda todo el esfuerzo que hacemos para que se queden en sus casas. Así circula el virus”. Las canillas comunitarias heredadas de la gestión PRO en la Municipalidad de Quilmes es otro de los tópicos que la hacen levantar temperatura: “Son un parche, volvemos 40 años atrás y estamos en pleno siglo XXI”. Itatí tiene que seguir trabajando en el comedor. Hoy sirven polenta con tuco. Este mediodía, cuenta, se sumaron 20 bocas al listado de 700. Un 150% más que en marzo, cuando comenzó la cuarentena: “Somos conscientes de que el peligro del brote existe. No me parece mal el trabajo que se hizo en Villa Azul, pero no me gusta que la cierren militares o la policía, hay que articular con la comunidad”.


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En el cruce de las callecitas Chaco y Falucho hay una estatua de la patrona de la villa rezando. Los móviles de la tele que siguieron el operativo de testeo ya se fueron. “Ojalá vinieran más seguido. Acá el hambre no llegó con la cuarentena. Si no fuera por la solidaridad, la mitad del barrio no come”, confiesa Alicia Saavedra, mamá, abuela y dedicada cocinera en las ollas populares. Cuenta que tiene parientes en la cercada Villa Azul: “Ayer les dejé algo de morfi y mercadería en las vallas. Cuando hablo me dicen que andan bien, con un poco de miedo, ¿vio a los policías con esos trajes como de astronauta?”. Todos los miércoles y viernes, Alicia manguea en la carnicería, la verdulería, el almacén. Prende la olla y socializa un justo y necesario plato de comida. Guiso, arroz con lentejas, fideos y tuco aparte. Los sirve ahí mismo, bajo la estatua de la virgen. Con el rezo solo no alcanza.