“La grieta se comió cualquier reflexión sensata sobre la política sanitaria. La escuela se volvió una consigna que es difícil de entender. Creo que fue desastroso el funcionamiento de la presencialidad en estas condiciones, pero se impidió plantear alternativas porque todo fue en clave de todo o nada”, dice Daniel Feierstein. El investigador y sociólogo es uno de los analistas más lúcidos del escenario actual y esta semana presentó Pandemia. Un balance social y político de la crisis del COVID-19(Fondo de Cultura Económica), un libro que busca, entre otras cosas, indagar en los comportamientos sociales frente a la situación límite que produjo la irrupción del coronavirus.

“No hay posibilidad de cumplir con las medidas de distanciamiento sin una ayuda contundente del aparato federal”, advierte en diálogo con Tiempo a la vez que destaca: “La idea de que en las escuelas y los transportes no se producen contagios es insostenible. Una discusión legítima es debatir qué actividad uno decide restringir, pero no se puede negar la realidad de un modo tan flagrante. Sería absurdo pensar que en un lugar no se da lo que se produce en todo el resto de la sociedad”.

-Cuando comenzó la pandemia había cierta esperanza de que la sociedad evolucionara hacia comportamientos más solidarios y empáticos, ¿salimos mejores de la pandemia?

-No está terminada la situación, pero mi balance es muy negativo, salimos mucho peor. Abandonamos todo eso que había sido positivo de los primeros dos meses, como priorizar la vida de la población sobre la ganancia o pensar que iba a haber una respuesta solidaria y que iba a triunfar el principio precautorio. Nos olvidamos que a fines de abril estaba la situación controlada en todo el territorio nacional, salvo el AMBA, Chaco y Río Negro.

-¿Por qué se desmadró?

-Terminó en un desastre después de que el AMBA irradiara a todo el país: en octubre llegaron los muertos que no se habían producido en marzo y abril. Me parece que el balance fue pésimo porque quedó la idea de que la pandemia no se puede combatir, algo que es falso, como demostraron otras sociedades. Hay una sensación de bajar los brazos o aplicar medidas desesperadas cuando es muy tarde.

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¿Por qué en la Argentina no se llegó a conseguir una inmunidad del cagazo?

-Porque depende de las percepciones que tenemos de la realidad, no es un hecho natural. Nos asustamos cuando comprendemos lo que está ocurriendo y eso nos sirve para observarlo e incorporarlo. Lo que está pasando en muchos países es que se naturalizó el nivel de contagios, el nivel de muertes y el colapso del sistema de salud. Son mecanismos de defensa que sirven para adaptarnos a la realidad, pero también son muy dañinos porque nos impiden la sorpresa y el enojo que nos permitiría hacernos cargo de la gravedad situación y tratar de resolverla. El debate se trasladó a si va a colapsar o no el sistema de salud. Pero eso ya está suponiendo “que mueran los que tengan que morir”, algo que parecía inaceptable hace un año.

-En el libro rescata los conceptos de vergüenza y de culpa que, a priori, parecen negativos, pero que también podrían tener un rol importante para salir de la situación actual.

-Busco instalar algo que va mucho más allá de la pandemia. La nueva subjetividad, que podríamos denominar posmoderna, ha tendido a despreciar muchas de las tendencias humanas más interesantes como percibir que existe un otro y que podemos hacerle daño.  Flavio LoPresti sostiene que hay una vindicación de la culpa, de la asunción de la propia culpa, poder avergonzarnos por lo que hacemos, por lo que no somos capaces de hacer, por nuestra falta de cuidados, por nuestro egoísmo. Son conductas saludables que tienen poca prensa. Si no sentimos vergüenza por nada es muy difícil que podamos ser mejores. Si siempre buscamos poner la culpa y la responsabilidad en otro, afuera, si nos ubicamos en el lugar de víctimas, en el lugar de la queja y el reclamo; no hay margen para poder modificar nuestra práctica.

-¿Por qué es importante el rol de las representaciones sociales en la pandemia? ¿El Gobierno pudo comprender el fenómeno?

-Es crucial. Una pandemia es un hecho social porque depende de los comportamientos de las personas y esos comportamientos dependen de la representación que las personas se hacen de lo que está pasando. El nudo que termina definiendo cómo se desarrolla una pandemia está en cómo nos representamos lo que está ocurriendo. En este sentido, el gobierno no ha tenido mucha claridad sobre la relevancia de esas representaciones. Piensa que la realidad es más transparente de lo que es. No se asesora suficientemente en lógicas de comunicación y representación. La postura más negativa en relación a la pandemia, vinculada a algunos sectores de la oposición, ha tenido mucha más claridad y comunicó mucho mejor. El gobierno comunicó su postura de forma más errática.

-¿Cómo termina impactando en la población?

-Es muy grave que a un año después de la pandemia a la gente no le quede claro cuál es la gravedad de la situación ni por qué se toman las medidas que se toman, cuál es la lógica y el sentido. Queda la imagen de una situación de permanente arbitrariedad que produce mucho enojo. Pareciera que el presidente se levanta de una manera y dice una cosa y al otro día dice otra. Tenés un ministro de Educación que dice que no se producen contagios en las escuelas y a los dos días el presidente cierra la presencialidad escolar. En ese discurso tan contradictorio, tan de ida y vuelta, se produce confusión y no ayuda en la disputa por las representaciones.

-¿Cómo se explica que la oposición rechace aquí  las mismas medidas que aplican algunos países a los que cosidera ejemplos en el manejo de la pandemia?

-No hay un plan, hay un intento de impedir cualquier restricción al costo que sea. Muchas de las sociedades que reivindicábamos como respuestas ejemplares a la pandemia lograron dejarla atrás. Australia, Nueva Zelandia, Japón, Vietnam o Tailandia implementaron las medidas que tenían que implementar hasta que tuvieron la situación muy controlada y están en una situación muy cercana a la normalidad. Mientras que los otros ejemplos que se intentan imponer van cambiando porque van mostrando permanentemente su fracaso. 

-¿Cómo se llega al “restablecimiento imaginario” de la normalidad que describe en el libro?

-Juegan varias cuestiones, sobre todo la impaciencia. Queremos recuperar la normalidad más temprano de lo que se puede y nos quedamos sin el pan y sin la torta. Nosotros, por no ser capaces de lidiar con la situación, estamos con en una especie de Día de la marmota, donde todo es igual o peor que el día anterior. Hay un impacto muy fuerte de la negación que sigue siendo enorme en muchos sectores. No hay que pensar la negación como los negacionistas más extremos sino la negación de todos nosotros que pensamos que no nos va a tocar, que nos va a tocar el cuadro leve. Uno tiene una actitud de pensar que a uno no lo va a atravesar y esto juega de la mano de la impaciencia. Y lo otro es que se investigó poco de la epidemiología en la sociedad argentina para saber dónde se están produciendo los contagios y poder atacarlo más focalizadamente. «