Situados en un contexto histórico en el que no se avizora un afuera que escape a las lógicas del neoliberalismo, reina la desesperanza colectiva y la apatía política. La consolidación de expresiones políticas que postulan el liberalismo económico articulado con los odios sociales, dan forma al posfascismo, la otra cara de la resignación a la posibilidad de construir o imaginar alternativas que mejoren la calidad de vida.

En nuestro país en particular el debate sobre cómo salir del shock económico sanitario se saldó en medio de una extorsión del poder financiero a aceptar el cogobierno del FMI o caer en el abismo de la desestabilización económica. Si bien en septiembre de 2015 Argentina lograba en la ONU una aprobación de principios de reestructuración de deudas soberanas donde se estableció, entre otros, el derecho de los Estados a elaborar su propia política económica y el principio de sostenibilidad de crecimiento con inclusión social, el miedo al caos y la incertidumbre coronaron la aceptación de un nuevo sometimiento a la programación neoliberal. Ello a pesar de que no parece haber más margen para empobrecer a la población.

La experiencia indica que el “cuanto peor mejor” como forma de acumulación política de la denominada izquierda, que puede mantener su pureza porque es simplemente testimonial, siempre termina siendo peor para los sectores populares y trabajadores. Del otro lado, el realismo político de los que efectivamente tienen que gobernar queda entrampado y arrinconado a aceptar el tutelaje, siendo las voces críticas tomadas como rupturistas desestabilizadoras.

A esto hay que añadir que, según encuestas, gran parte de la población desconoce el origen de la deuda, e incluso le atribuyen la responsabilidad al actual gobierno casi por igual que a la gestión de Mauricio Macri. Este dato revela de por sí la dificultad con la que se administra la comunicación, esto es, la batalla por el sentido donde se define la interpretación de los hechos. Pero más allá de la importancia que eso marca en la construcción de subjetividad, los temas que interesan a la sociedad son los más urgentes que hacen a la organización de la vida diaria como contar con ingresos que permitan una vida digna y una mínima proyección a futuro. La pandemia, la guerra y la crisis económica que conllevan son sin dudas acontecimientos imprevistos que provocan una desestabilización general y los Estados deben ponerse a la cabeza para atravesarlas con el menor costo posible.

Más allá de la grieta

Las sólidas conformaciones identitarias vinculadas a la grieta comienzan a diluirse mientras el sistema político e institucional no pueda resolver los problemas que afectan a la vida cotidiana. La denominada rosca política genera distancia y rechazo en la población frente a la cruda realidad que tiene que afrontar. Y en ese sentido puede empeorar el panorama cuando se apodera el sentimiento de desesperanza que es de por sí desmovilizador. Las frustraciones pueden también canalizarse en salidas políticas que ofrecen explicaciones fáciles y soluciones peligrosas en términos democráticos cuando algún sector social se convierte en chivo expiatorio.

En este marco es también cuando aparecen las soluciones milagrosas que prometen la salvación individual a los problemas urgentes. Se multiplican así las estafas financieras, el micro endeudamiento familiar e individual, la aparición de sectas religiosas, o como el caso de Generación Zoe que prometen todas las respuestas y contención espiritual. Puede parecer paradójico que cuando prima el nihilismo a nivel social se busque la salvación y la necesidad de creer en algo que es un autoengaño. Los espacios que no se ocupan no quedan vacíos y ante la erosión de instituciones tradicionales, la pérdida del trabajo asalariado formal como antiguo eje ordenador, otros actores irrumpen con otras miradas e intereses cuestionado incluso el rol integrador del Estado.

Tal vez desde el sentido común progre que encarna las batallas culturales por nuevos derechos se pierda de vista lo que sucede en la precariedad de las vidas de los que viven en la urgencia diaria. Si hoy el nihilismo y la falta de perspectivas a futuro afecta a todos los grupos sociales, la desesperanza es algo más propio de los que por más que se esfuercen no logran salir. Es fácil apuntar desde el saber académico que aquellos sectores son manipulados por los medios, que tienen una falsa conciencia o que son engañados, lo que es difícil es comprender por qué ciertos discursos los interpelan.

La sociedad actual no es la sociedad salarial con un orden en el que se podían encontrar recompensas y ascender socialmente mediante el trabajo y la educación, y en la que las ideologías de los partidos estaban fuertemente alineadas representando a sectores sociales. La cultura del capital financiero con su impronta de individualismo salvaje, del empresario de si mismo que incorpora el imperativo de la autoexplotación, no podría haberse encuadrado en la era del capitalismo de bienestar y la línea de producción fordista. Es, por el contrario, la cultura del capitalismo neoliberal con su fuerza de trabajo precarizada, atomizada, donde las desigualdades se multiplican y los odios sociales adquieren un carácter hacia si mismo y horizontal entre pares.  

Hacemos un esfuerzo teórico por entender las causas por las cuales los partidos de orientación ideológica de derecha o personajes directamente posfascistas pueden lograr inserción popular. No solamente se trata de la presencia y manipulación en los medios, sino que encarnan la representación de las emociones que sacuden a gran parte de la población que vive en esta cultura del presentismo, de un mundo frágil sin pasado ni futuro. Apelar a la memoria de los años dorados del peronismo y el kirchnerismo no tiene efectos prácticos porque la sociedad no es la misma. En este sentido la grieta como dispositivo que divide el arco político deja de tener efecto porque uno de los polos ya no está pudiendo interpelar los cambios sociales. La nueva derecha radical ofrece explicaciones del mundo simples y rápidas que interpretan las demandas instantáneas y por ello pueden canalizar el malestar.

Administración de las emociones

En estos posfacismos el libremercado es perfectamente compatible con propuestas reaccionarias, autoritarias y racistas. El desenmascaramiento termina siendo inútil, la sofisticación de los mecanismos de dominación transcurren a un nivel imperceptible, desde la manipulación inconsciente del cuerpo, “se absorben como el aire” diría Pierre Bourdieu. No importa la argumentación racional o si lo que se afirma es verdadero o falso, sino si es funcional respecto a la relación de dominación social de un modo no transparente, condición de la efectiva naturalización del orden: “una ideología triunfa cuando incluso los hechos que a primera vista la contradicen empiezan a funcionar como argumentaciones en su favor” (Zizek, 2008). El conocimiento práctico se adecúa al estado de cosas y acepta la reglas del juego, el cinismo es la característica de la actitud posmoderna. Es decir por más que haya cierta conciencia de los mecanismos de dominación, de los valores y creencias, el pragmatismo no obstante implica un ajuste a aquellos.

La nueva derecha radical cuenta con ventaja en el saber administrar las emociones y capitalizarlas políticamente. Pensemos por ejemplo en el performer Javier Milei, sus formas de actuar que no encajan con lo establecido y que se presentan como desbordes y “locuras” desde los sectores progresistas institucionalistas, puede no hacer más que reforzar la identificación. Como señala Zizek, la ideología derechista es experta en ofrecer a la debilidad, la falla o la culpa como un rasgo de identificación, se encuentra ello incluso en Hitler cuando la gente se identificaba con sus estallidos histéricos de rabia. Además la figura del villano siempre resulta popularmente atractiva porque lo que importa son las formas, y la postura de ir contra todo lo establecido, aun cuando no sea más que una farsa. Este discurso puede en determinadas situaciones capturar mejor la subjetividad, seducir más que otros discursos. La clave para encontrar una explicación a este fenómeno quizá este oculto en el goce inconsciente.

Lo que hace esta nueva derecha es captar los odios contra el que está al lado o inmediatamente más abajo en la estructura social, contra los  “mantenidos”, “planeros”, subsidiados, empleados públicos, inmigrantes, mujeres, minorías sociales o la categoría social que mejor le funcione en un determinado contexto. Más que de una derechización ideológica estamos ante el desmembramiento del tejido social, de la fragilidad y la precariedad de la existencia. La solidaridad compite con el sálvese quien pueda en la situación de desocupación, cuando los ingresos de las changas no alcanzan, cuando hay guerras de narcos en los barrios, amenazas de desalojo y hacinamiento habitacional, falta de servicios básicos, inseguridad y vecinos armados. Una violencia que estalla hacia adentro y la única presencia estatal es la mayoría de las veces la de las fuerzas de seguridad.

En este contexto cabe preguntarse si es factible la construcción de un nosotros político que articule las variadas demandas y que tenga capacidad para una acción común. Byung-Chul Han plantea que el capital en el neoliberalismo transformó la lucha de clases en una lucha interna consigo mismo, convirtió la subjetividad del trabajador en un empresario que se explota a si mismo en pos del rendimiento. Este sujeto aislado se hace responsable de su devenir individual y se avergüenza en el fracaso frente al imperativo del éxito y la felicidad. La política se atomiza en demandas aisladas transformadas en consumos identitarios individuales, sin posibilidad de poner en cuestión los fundamentos del orden que requieren para ello de una articulación colectiva. El antagonismo social no puede ser eliminado, incluso aumentan las fisuras en una sociedad cada vez más desigual, pero el problema es cómo se procesa la tensión, incorporándola al cuerpo individual.