Manipulación en la selección de los jueces, lejanía de las problemáticas sociales, discrecional interpretación de las leyes y (de)formación académica. La jornada sobre los desafíos de la Justicia para el tiempo que viene esbozó un diagnóstico que bien puede dividirse en esos cuatro ejes. Y, con abuso de la síntesis, podría resumirse en un tuit: el sistema de selección de magistrados garantiza la distancia palaciega con los sectores populares y fortalece una Justicia por y para las élites.

El Poder Judicial conspira contra el desarrollo institucional y democrático de la Argentina. La pésima imagen de la Justicia se relaciona con la noción del «todo vale» que se esparce en la sociedad, sobre todo en la cúspide de la pirámide social, donde el poder equivale a impunidad.

«Hacete amigo del juez (…) Nunca le llevés la contra / porque él manda la gavilla. Allí sentao en su silla», aconseja el Martín Fierro en el texto emblema de la literatura nacional. La cita indica que el problema es de larga data, pero el inicio de un nuevo ciclo político revitaliza la posibilidad de corregir la historia. No será, está claro, sencillo ni automático. De los tres poderes del Estado, el Judicial fue el que menos se «democratizó». La creación del Consejo de la Magistratura fue insuficiente para mejorar el sistema de selección de magistrados, que sigue en manos de la cúpula del poder formal y real. La confusión entre «imparcialidad y neutralidad» perjudica especialmente a los sectores vulnerables, del mismo modo que la ausencia de programas de extensión territorial impide el acceso de las mayorías populares al sistema de justicia.

Expositores y público coincidieron, sin embargo, en que la base del problema está en la formación. «Nuestras facultades de Derecho no tienen ventanas a la realidad, sino hologramas presentes en las aulas de personajes funestos para los cuales la función del jurista, del abogado y del juez no consiste en otra cosa que preservar el status quo», dijo desde el público el juez jubilado y docente Mario Elffman. El sistema de formación y selección –agregó– alimenta y premia a las élites, que están en capacidad de destinar más recursos a su carreras académicas.

Así las cosas, no parece casual que el edificio que alberga a la Corte Suprema se lo denomine «Palacio». Todo un símbolo de lo que, en palabras del filósofo Darío Sztajnszrajber, es preciso deconstruir. «