En una primera lectura, la milimétrica proyección que el macrismo ha venido haciendo en la construcción de su gestión pareció empantanarse por supuestas improvisaciones que lo llevaron a recular en ciertas ocasiones.

¿Es así?

No parece.

Más bien todo lo contrario: cuando sus medidas irrumpen como desmesuradas por la severidad del ajuste y la transferencia de recursos de los sectores populares a la cúspide de los sectores concentrados, el resultado hasta ahora demuestra que ha tenido precisión de relojería. Las audiencias públicas contra el tarifazo fueron un ejemplo: una puesta en escena tardía de un mecanismo institucional que deberían haber aplicado con antelación pero que cuando lo hicieron nada cambió sustancialmente en el objetivo inicial del gobierno. Más temprano que tarde, el tarifazo morderá los bolsillos ya no de un solo bocado sino de manera sostenida pero igualmente voraz.

El plan de reingeniería de la política argentina, que desde hace más de una década viene perfeccionando Duran Barba en su laboratorio, les está funcionando. El coro que afinó su desprecio antipolítico en los últimos años, con la orquesta de los medios concentrados marcando el ritmo, sedujo a las audiencias que hoy repiten su melodía como propia. Un estilo complejo pero extremadamente eficaz con el fin de reconvertir el paradigma de la hiperpolítica que impuso el kirchnerismo desde 2003 para resignificarlo en este supuesto estadio actual de la no política.

Pero lo concreto es que detrás de semejante ingeniería, el macrismo es una maquinaria política que supo usufructuar hasta cómo la oposición subestimó su estilo. Avanza. Reconfigura. Y ese trazado del “estamos mal pero vamos bien” volvió a calar, en cierta medida, ya no sólo por méritos comunicacionales de PRO, sino, por un lado, por la diáspora o el desbande inorgánico de sectores del kirchnerismo o de aquellos que adujeron serlo cuando el calor del poder los abrigaba; y por otro, por aquellos que –pejotistas tradicionales– no dudan en arrojar a la hoguera a quienes adularon hasta ayer nomás, con la ilusión de que una alternativa de poder en un plazo relativo vuelva a cobijarlos. El pretexto es el de siempre: el PJ es así. Algunos miran (vuelven a mirar) hacia Tigre porque intuyen que en torno a Sergio Massa, hace tiempo, se viene diagramando una alternativa de gobernabilidad con alguna sensibilidad un poquito más Nac & Pop en su ADN por si a los egresados del Newman no les termina de dar la talla más allá de 2019; alternativa para nada desdeñada por sectores corporativos.

Ante esa desorientación opositora, Macri teje. Y, digamos, por caso, no lo hace sólo a través de Facebook, Twitter o Instragram, o timbreando en casas de vecinos atentos. Quien cree eso no termina de ver la película completa.

La demolición no sólo simbólica del kirchnerismo, la persecución judicial contra la ex presidenta, la desarticulación de políticas estructurales del proceso político anterior, es una parte de la estrategia de Cambiemos; con la anuencia, claro, de los impresentables que manotearon de las arcas públicas para enriquecimiento personal. Canallas útiles.

En ese caldo de demonización K, blindaje M, reingeniería represiva del Estado, sumado a un desatado endeudamiento externo –por dar trazos gruesos del presente– el macrismo arma el tablero de cara al estratégico 2017 donde se definirán mucho más que las elecciones de medio término. Un ajedrez con dos damas en juego y otra jaqueada. La vice Gabriela Michetti debe dar explicaciones del dinero que le robaron de su habitación y de los vericuetos de su Fundación Suma. Otro es el caso de la primera dama Juliana Awada que desplegará su figura más allá del actual segundo plano protocolar, para caminar los arrabales de la política. Un terreno que aprendió a desandar cada vez con más soltura la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal, que combina gestión con campaña permanente. Esta semana Vidal volvió a ser amenazada en un episodio gravísimo que conjugó el mensaje directo a la gobernadora y el incendio de una fiscalía en el municipio de San Martín. Una acción intimidante que debe ser investigada y aclarada. La historia no tan lejana, por ejemplo, recuerda que la sociedad vive acechada cuando las corrientes submarinas de la Policía Bonaerense se descontrolan.

Las últimas semanas confirman que detrás del gobierno de los CEO hay operadores políticos que saben jugar en las grandes ligas.

El triunvirato de la CGT ladró un poquito antes de ir pero se fue de su encuentro con funcionarios oficiales con la suspensión de un paro nunca anunciado, el acuerdo de un bono y no mucho más. Una encrucijada cegetista que para varios sectores sindicales –no sólo de los más combativos– se pareció a la ingesta de un par de aspirinas ante un cuadro clínico que requiere otro tipo de tratamiento.

Cambiemos avanza.

El gobierno diagrama en el Presupuesto 2017 las prioridades del país que anhela. Pero se guardó en la manga aquello que evitó discutir con los legisladores.

Cambiemos hace política.

Después de aquel vodevil estival sobre si Francisco quiere o no al presidente, con conjeturas diversas sobre qué pasó en la visita de febrero pasado en que lo recibió sólo 22 minutos, con parquedad, ayer Macri logró la foto deseada con el Pontífice y su familia. Seguramente han transcurrido meses de negociaciones diplomáticas; intensas, cargadas de gestos e intermediarios.

Así las cosas.

De qué se habla hoy, por ejemplo, luego de que la canciller Susana Malcorra expresó su “desazón” ante los ejercicios militares de los ingleses en Malvinas luego del coqueteo amoroso en la ONU con la premier británica Theresa May (¿qué esperaban de Londres?); u horas después trascendió que el 65 por ciento de los argentinos bajó su nivel de consumo en el último año –como informó Tiempoar.com.ar–; o en pleno alerta por el primer caso de dengue autóctono detectado en La Matanza; se habla de la postal vaticana. La cuestión nacional parece subsumida a la postal de Francisco y la familia Macri.

Otro estiletazo comunicacional. Con Antonia, la bella hija presidencial (literalmente) en el centro de la escena, una niña que humaniza con su ternura cualquier oprobio protocolar. Entonces: luego del beso de Mauricio y Juliana en la sede las Naciones Unidas, llegó la versión infantil: la entrevista de la pequeña Antonia al Papa:

–¿Dormís con esta misma ropa?

–No, duermo en pijama.

–¿Qué comés?

–La misma comida que vos.

Real política. De laboratorio.

Otros, en tanto, duermen el sueño de su internismo. Ausentes hasta que aclare; pero siempre exigiendo una autocrítica. Del otro. Obvio. «