No es fácil discernir a qué apunta Mauricio Macri. Nuestra breve historia de estabilidad de democrática indica que la mayoría de los expresidentes tuvieron el proyecto de volver a la Casa Rosada. La excepción a esta regla fue Cristina, a quien la derecha mediática se obsesionó por retratar como adicta al poder.

El expresidente Alfonsín tenía el proyecto de volver, aunque nunca lo plasmó en una candidatura. Su afán era mostrar que podía tener una gestión exitosa de la economía en un segundo gobierno. Menem, siguiendo su eslogan, lo hizo. Fue candidato en 2003. Se bajó del balotaje para no ser aplastado en las urnas por Néstor Kirchner. También para forzar a Néstor a asumir con el 22% y que tuviera una debilidad de origen. Zancadillas de compañeros peronistas. El expresidente Duhalde, luego de impulsar a Kirchner, tenía el proyecto de volver en 2007. Esa expectativa fue el motivo de su pelea –hoy ya saldada– con Kirchner y con CFK. Duhalde fue candidato en 2011. Sacó el 6% en la primera vuelta en la que Cristina ganó con el 54% y se retiró de las grandes ligas para hacer política desde su Movimiento Productivo.

Las señales de los últimos días indican que Macri sueña con volver. El silencio que ha guardado desde que terminó su mandato es el del animal herido que se lame las heridas en su refugio. Sus apariciones han sido en ámbitos de la derecha regional para mostrarse como el representante de esa expresión en la Argentina.

Su principal adversario interno es Horacio Rodríguez Larreta. Por eso no se entiende la falta de astucia política de algunos sectores del Frente de Todos que cuestionaron al presidente Alberto Fernández por haber dicho que el jefe porteño era “su amigo”. No se trata aquí de hacer una disquisición sobre la enorme cantidad de dirigentes políticos en todo el mundo que tuvieron una relación personal amistosa con sus adversarios. Se trata de analizarlo políticamente. El acercamiento del presidente a Larreta para enfrentar de modo conjunto la pandemia tiene un segundo efecto político: profundiza las tensiones dentro de Juntos por el Cambio, entre los que apuestan al núcleo duro y los que creen que con eso no alcanza. Y dividir al adversario agudizando sus contradicciones es un instrumento legítimo y central de la disputa política democrática. Por eso no se entiende el enojo de sectores del FdT.

Volviendo a Macri: el expresidente tiene una preocupación más inmediata que las próximas elecciones y es el avance de las causas en las que es investigado. Esto incluye el espionaje ilegal, el correo, peajes. Su aparición el pasado 9 de julio reivindicando la ruptura de la cuarentena y subiendo a su Twitter la imagen de la bandera nacional con la frase “Libres” no está separada de su preocupación. Su apuesta a la agitación social no es electoral. Macri estimula la ficción de que se vive en un país autoritario porque teme que algún juez ordene su detención o alguna otra medida.

Esa caracterización que hace Macri penetra en los sectores sociales que le adjudican al peronismo todos los males de la historia y están dispuestos a salir a la calle y golpear periodistas en patota. Y esa gente es la que el expresidente apuesta a movilizar si la Justicia avanza. Es la fantasía de provocar un 17 de Octubre de la derecha. «