Sigue palpitándose el brillante Mundial que conquistó la Selección argentina y los paralelismos entre deporte y política están a flor de piel.

El Poder Judicial debería ser el árbitro del partido. En la teoría su objetivo es que se cumplan las reglas que fueron votadas democráticamente para garantizar una competencia limpia. La Justicia argentina es un árbitro que le cobra penales que no existieron al equipo amarillo y a los de celeste permite que los pateen en el piso y le anula los goles. El árbitro pierde entonces toda legitimidad. No puede ubicarse en el rol de quien está en la cancha para que se respeten las reglas del juego. Es parte de uno de los dos equipos hace varios años.

El lawfare argento, como ocurrió también en Brasil, es pornográfico, obsceno. No tiene el reflejo de guardar las apariencias. Lo ilustraron muy bien los chats de los turistas del Lago Escondido Gate. En los diálogos se ve la soberbia de quienes se creen capos di tutti capi, fanfarroneando las tropelías que planean, decidiendo quién va preso y quién no; cómo extorsionar periodistas; pavoneando su poder.

Cuando Claudio Bonadío ordenó allanar la casa de Cristina Fernández durante el gobierno de Mauricio Macri, luego de la autorización del Senado, rompió las paredes del que había sido el estudio del expresidente Néstor Kirchner. La excusa: el supuesto dinero guardado en las paredes que nunca apareció. El fiscal Guillermo Marijuan se fue con varias excavadoras a romper el suelo patagónico y encontrar el tesoro escondido de los K. Puestas en escena, guiones para Netflix.

La práctica continúa, por supuesto que en el amañado juicio Vialidad, pero también en debates  institucionales. La Corte Suprema aceptó que el interbloque de Juntos por el Cambio en Diputados tenga consejeros por el radicalismo y por el PRO, es decir, asumiéndolos como espacios políticos distintos. Y al mismo tiempo cuestionó  y aún no está claro qué decidirá sobre la misma situación respecto del peronismo en el Senado.

El Máximo Tribunal confirmó la condena de Milagro Sala sin revisar la causa. Ahora le dieron la razón a Horacio Rodríguez Larreta en la controversia por la coparticipación de la Ciudad, desconociendo una vez más al Congreso Nacional, el más democrático de todos los poderes. Es un árbitro que cobra siempre para el mismo lado.

El Poder Judicial se ha transformado en el cepo de la democracia. Hay democracia electoral, sí. Hay libertad de debate, por suerte todavía la hay. Pasada la elección, esa democracia se ve sojuzgada por la tiranía judicial. Un poder que viola de modo permanente la división de poderes y se erige con la suma del poder público.

Una hipótesis: un presidente votado por pueblo,  decide cerrar el Congreso Nacional. En ese caso la rebelión es un acto de defensa los principios de una república democrática. La Corte ultraja al Congreso de modo sistemático, no es sólo a la institución presidencial. Cualquier ley que se apruebe y afecte intereses de ciertas corporaciones es trabada por algún juez y, ahora, en el inicio del año electoral buscan la forma de engrosar las alforjas del potencial candidato presidencial de la oposición. No hay forma de defender la república democrática que no sea revelarse contra este poder. Es un equilibrio complejo porque hay que hacerlo dentro de la ley y de forma pacífica.

El Máximo Tribunal se volvió la garantía de que siempre ganen los mismos. Si triunfan limpiamente en las elecciones, bienvenido, y si pierden, ahí está el árbitro para cobrar todo a favor del mismo equipo.  «