Puerto Argentino

El termómetro subacuático indica ocho grados. No es la primera vez que la piel de Sergio Corani sufre las gélidas punzadas del clima en las Islas Malvinas. Aquí las bajas temperaturas penetran los poros y estrujan los nervios hasta entumecer los músculos. Soñó con este momento por años. Sonríe.

Este veterano acaba de completar una carrera histórica, el ‘Desafío Atlántico Sur’, una competencia de natación celebrada por primera vez el 15 de marzo de 2017. El evento recibió el apoyo de la Fundación No Me Olvides, encargada de recolectar información para completar el banco de ADN para identificar a los 123 soldados NN enterrados en el cementerio Darwin, caídos durante la guerra entre Gran Bretaña y Argentina en 1982.

La identificación de los ‘soldados argentinos solo conocidos por Dios’ ha sido una reivindicación histórica de los excombatientes. Varias campañas lanzadas desde Argentina reclamaban poder avanzar en este punto, hasta que en 2016 Buenos Aires y Londres llegaron a un acuerdo para que la Cruz Roja Internacional intervenga para individualizar a los 123 NN. Los forenses comenzarán a trabajar en el Cementerio de Darwin en el próximo invierno austral.

«Malvinas es parte mía, la parte que me hizo sentir a los 19 años que estaba haciendo algo para mi país, entregando todo lo que podía de mí, todo. Hoy vine a nadar porque no quiero que este lugar sea solo un sitio donde peleé. Quiero que vengan más personas. Tenemos total libertad para hacerlo», dijo a Sputnik al terminar la carrera Sergio Corani, un jubilado de 54 años, que participó del conflicto armado como soldado de artillería antiaérea en la pista del aeropuerto de la isla.

Para adaptar su cuerpo a competencias de aguas frías entrenó durante dos años en invierno en las costas de la ciudad donde vive, Mar del Plata. En condiciones normales, se calcula que con el agua a temperaturas menores a 15ºC, una persona puede sobrevivir entre una hora y seis, pero si está nadando el tiempo disminuye porque el cuerpo pierde calor. A 5 grados, el tiempo disminuye a unos 15 minutos. Hoy Sergio nadó durante 26 minutos. Su piel está curtida, en sus células está grabada la memoria de 1.776 horas de combate en el inverno malvinense donde estuvo expuesta a la lluvia, el viento, el sol, las heladas y la indiferencia.

En esta clase de competencias los primeros cinco minutos son cruciales. Es durante ese lapso cuando el nadador se ve más tentado a desertar. El cuerpo se contrae, cuesta coordinar los movimientos y la respiración. Hace falta desarrollar un alto poder de concentración para continuar. Abandonar está al alcance de la mano.

«Los nadadores del frío resistimos. Una vez sumergido voy trazando objetivos a corto plazo. Visualizo la primera boya, cuando la paso siento gratificación. Continúo hacia la segunda y así hasta terminar. Hay que luchar con las cosas que nos incomodan. Las pequeñas satisfacciones son las que nos permiten seguir», asegura Sergio, quien afirma que para la competencia de hoy se mentalizó al máximo. Acomodó a la perfección su traje de neopreno, las botas, los guantes, las antiparras y su gorra. «Traté de sentirme libre en el agua, que no hubiera nada que entorpeciera mi acción».

Durante el nado en aguas gélidas la carne duele, quema. A través de los sentidos la mente busca depositar la tensión lejos de los nervios congelados para poder avanzar. En el caso de Sergio, su vista captó el perfil del terreno sobre el agua. «Al girar mi cabeza para respirar volví a ver esas montañas. Fue como viajar en el tiempo. Recordé mi último día de guerra, el día en que me obligaron a renunciar. No me quería ir, a los 19 estaba convencido que poder hacer mucho más por mi país. Estaba equivocado. Si hay algo que no me va a ocurrir es sentirme vencido otra vez», dice.

Para este hombre lo más difícil de Malvinas empezó al regresar al continente. «Para la sociedad habíamos perdido valor. Molestó nuestro regreso. Hubo silencio. La gente estaba dolida, prefirieron olvidarnos. Me cerraron muchas puertas en la cara. Al partir nos habían prometido trabajo. Nos mintieron», señala.

Tras muchos años de angustia y rencor volvió a las islas en 2001, tenía 38. Aquella visita fue muy distinta a la actual, regresaba cargado de veneno. «Me esforzaba por no olvidarme de las cosas que había vivido en este lugar, no le daba oportunidad a cerrar la etapa», explica, pero cuando visitó el cementerio Darwin algo cambió. «Volví a ver a mis compañeros, ellos tenían la misma edad que cuando los dejé. Me di cuenta que tenía que estar agradecido. Era necesario soltar, dedicarme a disfrutar, vivir y trabajar para que nunca los olviden», afirma.

A Sergio no le interesó saber la posición que obtuvo en la competencia en la que participó. Su objetivo estaba cumplido: nadar para poder ayudar a devolver la identidad a sus 123 compañeros que al día de hoy siguen sin ser reconocidos.

«El agua fría no es un obstáculo. Tenía que nadar. Hay cosas peores en la vida. Malvinas es un ejemplo de eso», dice Sergio, quien poco antes de volver por tercera vez a este sitio se tatuó los nombres de sus hijos en la parte interior de sus muñecas y la silueta de las islas a las que espera poder traerlos algún día.