La noticia pasó casi desapercibida en la prensa nacional: durante la mañana del 31 de marzo, el reyezuelo de Jujuy, Gerardo Morales, le tomó juramento a su flamante ministro de Gobierno y Justicia, Normando Álvarez García, quien, desde comienzos de 2020, ya había encabezado la cartera de Trabajo.

Quiso el destino que ese mismo jueves declarara un tal Jorge Bernardo Salinas Berrios ante el Ministerio Público de Bolivia, en la ciudad de La Paz. El tipo, que lleva dos décadas trabajando en la embajada argentina, era su jefe de seguridad en el momento del golpe de Estado contra Evo Morales. Y como tal, resultó ser un testigo privilegiado de la llegada del avión Hércules enviado allí por el régimen macrista con un contingente de gendarmes, municiones en gran escala y otros elementos “disuasivos”, para apoyar esa ruptura del orden democrático. Lo cierto es que en su declaración no ahorró detalles al respecto.

Para entender cómo se enlaza un hecho con otro, es necesario un salto en el tiempo que nos lleve al 8 de julio del año pasado.

Durante el atardecer de aquel día, la temperatura rozaba los 24 grados en San Salvador de Jujuy. Morales arrojó el smartphone sobre el escritorio antes de dar unos pasos hacia el ventanal de su despacho, con vista a la Plaza Belgrano. Y maldijo por lo bajo.

Al cabo de unos segundos, regresó al escritorio. Y musitó:

–Por ahora no abrás la boca.

Álvarez García, asintió con un leve cabeceo, evitando mirar al jefe. 

Hasta diciembre de 2019, había sido el embajador argentino en Bolivia. Pero, un año y medio después, era el cófrade más insultado por quienes fueron las máximas figuras del Poder Ejecutivo anterior, comenzando por el propio Mauricio Macri, seguido por Patricia Bullrich, Oscar Aguad y el ex canciller Jorge Faurie.

Ocurre que los cuatro quedaron seriamente enredados en la comisión de un grave delito (“partícipes necesarios de sedición en otro país”) debido a un descuido suyo: haber olvidado en algún cajón de la sede diplomática que él encabezaba una carta (enviada por el comandante golpista de la Fuerza Aérea Boliviana, general Jorge Gonzalo Terceros Lara) que prueba la colaboración clandestina del gobierno de la alianza Cambiemos en la conjura golpista y el apoyo material a la dictadura de Jeanine Áñez. Concretamente, el uniformado agradece en esa misiva el abastecimiento de parafernalia represiva: cartuchos de escopeta, aerosoles y granadas con gases lacrimógenas, en cantidades como para sofocar la Revolución Francesa.

Tal vez, cinco días antes, el bueno de don Normando haya sentido un ramalazo de pesar al enterarse por TV de que el general Terceros Lara acababa de ser arrestado en la ciudad boliviana de Santa Cruz, al igual que el ex jefe de la Armada, almirante Gonzalo Jarjuri Rada.   

Lo cierto es que el derrumbe del gobierno de facto –exactamente al año del putsch– no fue benévolo con sus artífices. La señora Áñez fue detenida el 13 de marzo. En paralelo también eran arrestados algunos ministros de su gestión.

Pero en aquel lote no se encontraba el ex ministro de Gobierno, Arturo Murillo, quien fuera la figura más temida de la dictadura. El tipo fue visto por última vez al cruzar a hurtadillas la frontera brasileña, a la altura de Corumbá, con peluca, gafas espejadas y pasaporte falso. Huía así, el 11 de noviembre de 2020, de su destino carcelario en vista de la gran cantidad de crímenes que se le atribuyen.

Sin embargo, el mundo entero era un lugar inseguro para él. De modo que, ya en mayo, cayó en el estado norteamericano de Florida por un delito que allí no se perdona: lavado de dinero. Tales billetes habían sido fruto de sobornos exigidos por Murillo a una compañía estadounidense por la compra de… gases lacrimógenos.

Una paradoja que, seguramente, al ex embajador Álvarez García le haya llamado la atención.

–Por ahora no abrás la boca –repitió Morales en dicho atardecer, cuando esa famosa carta ya estaba en boca de todos. 

Tanto es así que Bullrich, Aguad y Faurie ya se expresaban al respecto. Las palabras de la ex ministra de seguridad fueron: “Yo no firmé nada; eso no pasó por mis manos”. Las del ex ministro de Defensa: “Esto es una canallada; nunca vi los documentos que ahora muestra el gobierno boliviano”. Y las del ex ministro de Relaciones Exteriores: “No puedo decir que hubo intercambio de materiales con Bolivia, porque no tengo idea; la Cancillería solo intervino de manera diplomática”.

En resumen, los tres coincidieron en manifestar su ajenidad al asunto, pero reconociendo tácitamente la existencia del envío.

Simultáneamente, a pesar de la directiva de Morales, el alto mando de Juntos por el Cambio (JxC) presionó a Álvarez García para que difundiera su versión de los hechos. Y él cumplió aquella orden con un texto escrito a las apuradas y divulgado por Facebook.

Allí negó enfáticamente haber recibido la epístola del general Terceros Lara. Una afirmación desmentida por el libro de la Embajada que consigna la recepción de correspondencia. Porque el ingreso de la misiva fue registrado el 14 de noviembre de 2019 con el número 184, además de detallar el remitente –“Fuerza Aérea Boliviana”– y su referencia –“agradecimiento por el material donado por Argentina”–. Lapidario.

El 15 de noviembre de 2019, toda Bolivia se sacudió al compás de una masacre; la de Sacaba, en El Alto, donde murieron 12 personas y 120 fueron heridas. El 19 se produjo otra carnicería, la de Senkata, en Cochabamba, con 11 muertos y 70 heridos. En ambos lados de la frontera se conjetura que tales hechos fueron consumados con los “insumos” traídos desde Argentina.

Ahora, la gran precisión con la cual el testigo Salinas Berrios describió la llegada a Bolivia de semejante material y su entrega a los golpistas opaca aún más la situación de los funcionarios macristas involucrados en el asunto. Y con el agravante de que sus dichos serán debidamente tomados en cuenta por el juez argentino Alejandro Catania. Éste, en la causa penal que instruye por aquel mismo hecho, tiene por imputados –además de ciertos ex cabecillas de la Gendarmería– a Macri, Bullrich, Aguad, Faurie y Álvarez García, bajo la carátula de “contrabando agravado”.

¡Pobre Normando! No empezó su nueva función de la mejor manera. «