Corría el 16 de julio cuando una llamada telefónica de su abogado lo puso al tanto de una mala noticia: un fiscal acababa de imputarlo por “contrabando agravado”, a raíz del envío a Bolivia de parafernalia represiva para apoyar el golpe contra Evo Morales y la dictadura de Jeanine Áñez. En ese instante, el ex cabecilla de la Gendarmería, comandante general (retirado) Gerardo Otero, maldijo por lo bajo.

Quizás entonces su mente lo llevara a los días iniciales del gobierno de la alianza Cambiemos. Era un momento especial para él, puesto que la prensa ya lo mencionaba como el próximo jefe de la fuerza: solo faltaba fijar la fecha de su asunción. Y esperaba afanosamente que la nueva ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, se expidiera con prontitud al respecto.

Claro que en el medio hubo una circunstancia no deseada. Porque “La Piba” –tal como sus colaboradores llamaban a esa mujer ya sexagenaria–, no había iniciado su gestión del mejor modo. El motivo: 43 gendarmes muertos al desbarrancarse en Salta el micro que los llevaba hacia la capital de Jujuy para sofocar un acampe de la organización barrial Tupac Amaru. Así concluyó lo que debió ser el bautismo de fuego del régimen macrista. Bullrich no tenía ni 72 horas en el cargo.

Al respecto, hay una escena que merece ser evocada.

El 15 de diciembre de 2015 se realizó en el Fórum –el moderno Centro de Exposiciones de Santiago del Estero– el velorio de los uniformados. La afluencia de público era extraordinaria. Al costado del salón, el jefe saliente de la fuerza, Omar Kannemann, tomaba café en compañía de Otero. De pronto, dos empleados ingresaron una inmensa corona floral en cuya faja de tela resaltaba el nombre de Bullrich.

Eso bastó para que Kannemann le soplara a Otero:

–Tenga mucho cuidado con ella.

Otero, sorprendido, quiso saber la razón. La respuesta fue: «Porque esa mujer es yeta».

Desde entonces había transcurrido más de un lustro. Ahora, el escándalo por el envío clandestino del cotillón bélico al país del altiplano crecía con el correr de los días como una bola de nieve.

De hecho, el 21 de julio hubo un movimiento inusual en el búnker de la actual presidenta del PRO, sobre la Avenida de Mayo.

Desde muy temprano ella estuvo allí reunida con el ex canciller Jorge Faurie, el ex ministro de Defensa, Oscar Aguad, y el doctor Pablo Lanusse, en representación de su cliente, Mauricio Macri. Tal cónclave –revelado tres días después por el diario La Nación– había sido convocado con una urgencia casi desesperada por la anfitriona, tras haber trascendido el nombre del gendarme que coordinó la entrega del material bélico a los golpistas bolivianos. Era el comandante Adolf Héctor Caliba, nada menos que un ladero de Otero.

En el diario de los Mitre fue plasmada la contrariedad de los asistentes frente a la ausencia de este, con las siguientes palabras: “Bullrich les dijo a los demás que ella no había podido todavía hablar con el ex jefe de aquella fuerza, quien fue una pieza clave durante su paso por Seguridad. Que ni siquiera había podido dar con él. Y que creía que él estaba varado porque había viajado para vacunarse”. 

Desde entonces han transcurrido casi tres semanas, y Otero continúa sin dar ninguna señal de vida.

Caliba fue finalmente imputado en la causa. También se encuentran en esa situación el ex director de Logística de esa fuerza, Rubén Yavorski, y el ex director de Operaciones, Carlos Miguel Recalde, además de Otero.

Lo cierto es que los días de amor entre los “centinelas de la patria” y la actual presidenta del PRO parecen haber quedado atrás.

Los gendarmes involucrados en el “contrabando agravado” temen que la estrategia procesal de Bullrich consista en descargar el peso de la culpa sobre ellos. En tanto, la pesadilla de esa mujer es que a sus antiguos subordinados se les ocurra invocar la figura de la “obediencia debida”, algo nada beneficioso para los imputados civiles.

Justamente bajo estas tensas circunstancias, la ex ministra supo celebrar el cuarto aniversario del asesinato de Santiago Maldonado con un impúdico video grabado en el lugar del crimen. Hay quienes interpretan esa iniciativa como un mensaje para Otero. Simples conjeturas al calor de las internas. «