Uno de los argumentos esgrimidos con pasión por la derecha conspirativa es que las fuerzas ocultas que pretenden someter a la humanidad (¿no lo hacían ya?) utilizan al “miedo” como arma de dominación. “El miedo paraliza”, dicen, “el miedo enferma”. Es el miedo que “te meten” a través de los medios de comunicación, de los políticos títeres del sistema, de los idiotas útiles que aceptan lo impuesto cual borregos caminando ciegamente al matadero; lo que hará que las sociedades admitan el control total de sus vidas por parte de un sistema totalitario orwelliano ejecutor de un plan de dominación global, aseguran. Quienes repiten este argumento, con el entusiasmo de quien exhibe una verdad revelada, afirman que una mayoría de pobres ilusos caen (caemos) en ese plan y se acogen al mencionado miedo. Sentenciar que el otro tiene miedo, como ocurre con otro tipo de caracterizaciones discriminatorias funciona también como un argumento identitario por oposición. El otro tiene miedo, yo no; soy demasiado inteligente y estoy lo suficientemente informado como para que no me puedan controlar. Soy libre.

La demonización del miedo, como reflejo emocional y psicológico, sirve a los argumentos conspirativos para, fundamentalmente, crear nuevos miedos –y fortificar viejos- que sean afines a los intereses del poder: entre ellos el miedo al fantasma de un Estado neocomunista y controlador, que no es otra cosa que la forma de sumar aliados conscientes o inconscientes (el famoso idiota útil) en la cruzada por el “Estado mínimo”, ese con incapacidad de meterse en los asuntos/negocios de los privados, ese que no cobra impuestos, ni regula condiciones laborales, comerciales, etcétera. En la metodología conspirativa, el elemento miedo se adapta a la coyuntura. Hoy sería el miedo al Covid el instrumento de control. Pero una sencilla búsqueda basta para comprobar que siempre se está hablando de supuestos miedos, conforme a la realidad de cada momento.

No se pretende negar aquí que el miedo y la angustia permanentes puedan ser factores coadyuvantes en un deterioro de la salud. Pero sí observar que el miedo, como respuesta de todo ser vivo conciente ante una circunstancia puntual, no es necesariamente malo. Al contrario. La etología, que es la ciencia que estudia la conducta de los animales, lo describe con claridad. El zoólogo austríaco Konrad Lorenz lo aborda en su libro Sobre la agresión: el pretendido mal con ejemplos concretos que refieren cómo en la vida cotidiana el miedo conduce a los animales a camuflarse, huir, evitar lugares en apariencia riesgosos, atacar súbitamente e incluso, no atacar. En todos los casos se trata de mecanismos que contribuyen instintivamente a la supervivencia y que finalmente garantizan la preservación de cada especie. El ser humano, como una especie más del vasto reino animal, no es ajeno a esos patrones conductuales. “La fidelidad del hombre a todas las usanzas tradicionales reside sencillamente en la costumbre y en el miedo animal a quebrantarla”, dice el naturalista. A la vez afirma que la ritualización de estímulos termina creando “un instinto nuevo y autónomo”. Se podría interpretar que la incorporación de un miedo “nuevo” ayudaría a construir nuevos instintos en pos de la conservación, una cultura instintiva que parte de “inocularse” de un miedo hasta entonces no tenido, algo parecido a la inmunización viral. En ese sentido, un miedo coyuntural podría funcionar en una sociedad no solo para preservarse en el futuro en cuestiones de salud, sino también de otro tipo de males, políticos, sociales, económicos.

En un reciente artículo en lateclaenerevista.com, el periodista Facundo Cardoso describe desde un aspecto filosófico cómo el miedo puede ser motor de transformaciones históricas. Pero también el co-conductor de Vayan a Laburar (AM750) recuerda aquella supuesta y “nociva” campaña del miedo atribuida al peronismo en las elecciones de 2015, que afirmaba que si ganaba Macri iban a aumentar el costo de vida y la pobreza, habría tarifazos y se harían arreglos ruinosos con el FMI… En fin.

Las fuerzas hegemónicas dominantes y sus agentes propagan sus teorías conspirativas bajo diversos disfraces y en los distintos soportes. Hoy el favorito es YouTube. Proliferan videos en canales que se van replicando contenidos unos a otros, en un modo de difusión que da la razón a aquel ensayo de Giovanni Sartori de fines de los 90 dedicado a la televisión, Homo Videns. Valiéndose de un público con poca vocación a verificar datos, se lanzan afirmaciones verosímiles y no siempre comprobables para demostrar hechos que son en todo o en parte, falsos. En la mayoría de las cuatro o cinco teorías conspirativas más difundidas se menciona el “miedo” como herramienta de control para instaurar males que hace décadas que se anuncian inminentes y parecen marchar junto al general Alais. Contradictoriamente, se acaba transmitiendo más miedo que el que se dice combatir: miedo a un orden de dominación, a una hecatombe económica, al 5G que fríe los sesos, a una vacuna obligatoria que traerá enfermedades y en el peor de los casos un microchip oculto que se instalará en el organismo para completar el plan de control.

Finalmente se observa además una selectividad que disocia miedos malos y buenos. Por ejemplo, los llamados libertarios hablan permanentemente de la catástrofe económica que está acechando a la vuelta de la esquina, pero parece que sembrar esos miedos no es tan dañino para la psiquis ni facilita la instauración de un “Nuevo Orden Mundial” que vendría a permitir que dominen las fuerzas hegemónicas que ya vienen dominando hace siglos.