El relato de Gabriel Michi estremece. Hilvana, minucioso, cada instante del 25 de enero de 1997. Recuerda que su compañero, el fotógrafo José Luis Cabezas, con quien compartía la cobertura de verano en Pinamar para la revista Noticias, no aparecía a la hora fijada para retomar la rutina laboral. Se habían despedido horas antes, de madrugada, en la casa del empresario Oscar Andreani. Michi partió de la fiesta a las cuatro. Cabezas, media hora después. 

Pasaron 20 años. 

Gabriel desanda las horas dolorosas. La búsqueda inicial. Los indicios que insinuaban lo inimaginable. Su primer contacto con la Policía Bonaerense, la que horas antes liberó la zona.Repasa Gabriel. Su llegada a la cava del horror en General Madariaga. El Ford Fiesta que usaban ese verano, consumido por las llamas. El cuerpo de José Luis. Esposado. Fusilado por sicarios. Calcinado. 

De regreso a Pinamar en un patrullero, en shock, Michi no dudó: «Fue el hijo de puta de Yabrán». 

Alfredo Yabrán sería investigado como autor intelectual del crimen. El cerco que se fue cerrando hasta que se voló la cabeza en mayo del ’98 en su estancia San Ignacio en Entre Ríos. 

En un juicio histórico se condenó al jefe de seguridad de «Don Alfredo» Gregorio Ríos; a los malditos policías que brindaron la logística del asesinato Alberto «la Liebre» Gómez, Aníbal Luna y Sergio Cammarata (murió preso en 2015); a «Los Horneros», cuatro delincuentes que secuestraron al fotógrafo esa madrugada, Horacio Braga, José Luis Auge, Héctor Retana (muerto en prisión en 2001) y Sergio González (detenido nuevamente en 2015 por integrar una banda narco), y al oficial de la Bonaerense Gustavo Prellezo. Ya están todos en libertad. El 21 de diciembre salió el último: Prellezo, ya había gozado siete años de prisión domiciliaria. Se recibió de abogado tras las rejas. De escribano, en su casa. 

Recién ahora Michi pudo escribir la historia, que es la suya. Cabezas, un periodista, un crimen, un país es un libro periodístico monumental. Quinientas páginas que retratan los días de locura y muerte, las amenazas; esa tristeza que era bronca, que era miedo entre sus compañeros de redacción, las movilizaciones, la trama política, y la actualidad del clan Yabrán. Algo más. Brillan los hijos de José Luis en el libro. Agustina que en días cumplirá 26 años. Juan de 24. Y Candela de 20 años, que vive con su mamá Cristina en España. 

Gabriel posa con la remera que una excompañera de Noticias atesoró como blasón de memoria: tiene el rostro de Cabezas en un dibujo de Hermenegildo Sábat. Fue la que lucieron los trabajadores al mes del crimen en un acto en la puerta de la vieja sede de la revista ante más de 35 mil personas en Corrientes y Talcahuano. 

-¿Por qué escribiste el libro? 

-Fue un proceso muy largo. Su crimen atravesó mi vida. Ver el dolor de su familia durante estos años me hacía imposible sustraerme. Por otro lado, no quería que se sienta que había algún tipo de especulación, tiene que ser un ejercicio de memoria.Y finalmente, porque la familia de José Luis, en particular Gladys, su hermana, me decía que «nadie como vos puede contar esta historia porque nadie como vos conoce este sufrimiento». 

-¿Qué aporta tu investigación? 

-Redimensiona a José Luis. Él se convirtió en ícono colectivo por eso mi idea fue traerlo a la tierra, que se conozca quién era, sumar el testimonio de sus hijos que eran muy chiquitos cuando lo mataron. Si es difícil de explicar para nosotros, que fuimos sus compañeros, al ver su nombre en una calle, imaginate para sus hijos. Por otro lado, creo que el libro aporta una mirada sobre lo difícil que es hacer periodismo cuando el periodista -o el medio- es parte de una tragedia así. Los laburantes tuvimos un aprendizaje a fuerza. En democracia, la variable muerte no estaba contemplada en la rutina profesional. 

-¿Qué pasó con el emporio Yabrán? 

-Después de su muerte se recicló su grupo económico. Su viuda y los hijos viven en Uruguay. El grupo económico sigue operando muy fuerte allá y en el país. Cambiaron de rubros, pero mantienen empresas que Yabrán reconoció como propias: la inmobiliaria Aylmer, o Yabito que tiene 90 mil hectáreas de campo en Entre Ríos. También las empresas aéreas. Royal Air que antes era Lonolec; y otras de taxis aéreos como Milenium, que fueron contratada por el Estado como en el caso Antonini Wilson. Se dedican al desarrollo inmobiliario, al negocio financiero. Crearon un holding. Y más. Después de la muerte -estoy convencido de su suicidio- hay dos cuestiones que llaman la atención. Una operación inmobiliaria en Estados Unidos al año de su muerte. Alguien dijo ser Yabrán, presentó su pasaporte y vendió una propiedad. E investigué una transferencia millonaria poco después de su muerte de una cuenta en Luxemburgo cuyo propietario único era Yabrán hacia Kersarge Corporation International, una offshore en las Islas Caimán de donde, a la vez, se giró a cuentas del Banco Francés en Buenos Aires de los Yabrán. 

«El poder es impunidad», definió Yabrán en una de las pocos entrevistas que dio. A veces, incluso, la muerte no es el límite. <