La vibración del relator, la construcción de la pasión, del espectáculo del relato, es tan apasionante y tan dominante que es imposible compararlo con la visión cuando no se está delante del micrófono y detrás de la pelota. Nunca miro el fútbol como hincha: yo relato. Todo cambia en el momento en que se abre el micrófono para relatar. Es como enfrentar a un artista plástico con una tela vacía. Hay que hacer la obra ahí. Y el micrófono es el pincel.

Por eso, estar en un Campeonato del Mundo es lo más lindo que le puede pasar a un relator. Lo que significa entrar a un estadio mundialista, encontrar tu puesto de transmisión, sentarte en la inmensidad de la multitud. En un lugar que se ya se valora enormemente como turista, pero que se disfruta como protagonista. Es un regalo de la vida. 

En Rusia, estaré en mi 11° Mundial. Desde Argentina 1978 para acá, en todos, aunque sin relatar en Brasil 2014 como no lo haré en Rusia. Justamente allí, en las Copas, trabajé con muchos comentaristas valiosos. Destaco cuatro: Alejandro Apo es mi amigo y es la gran voz, un decir como nadie; Fernando Niembro sabe muchísimo de fútbol, ve el partido más allá y aunque nuestra relación ideológica no es buena, le tengo gran respeto profesional; Néstor Ibarra fue la elegancia personificada, un comentarista impresionante, igual que Julio Ricardo. Una marca indeleble en mi vida profesional. Cuando das el micrófono, lo que hacés es dar la pelota a un jugador que va a jugar fenómeno. Como me pasa ahora con Gustavo Campana, en La Mañana de la 750. 

Los once mundiales. El recuerdo del ’78 siempre produce una particular emoción. Venía de la frustración, la amargura juvenil de estar en una radio muy chica de Montevideo (CX 10 Radio Ariel, luego Continente), sin plata como para viajar a Alemania ’74. Llegó, entonces, Argentina ’78: un debut mundialista, la vivencia de una enorme pasión futbolera, aunque con el desconocimiento doloroso del trasfondo de las cosas que ocurrían. Fue muy conmocionante el relato de la final. Cuando la Selección se consagró, esa noche, nos vinimos festejando como tantos argentinos, desde el Monumental hasta el hotel Liberty, donde parábamos. Un episodio inolvidable.

España ’82 fue frustrante porque Uruguay volvió a estar ausente, Argentina concretó un papel pálido y Brasil no fue el campeón, una gran injusticia, ya que tenía un equipazo de los mejores de su historia, aunque la leyenda diga que fue el del ’70. A México ’86, en cambio, lo viví con la tensión de que Uruguay y Argentina harían una gran Copa y, efectivamente, se eliminaron entre sí. La diferencia fue Diego en el mejor momento de su vida futbolística, y marcando momentos épicos, inigualables, en lo que considero fue el último gran Mundial, el mejor jugado de todos los tiempos. Luego vino Italia ’90, frustrante por el juego observado y con un equipo que llegó a la final y que debió ganarla si no hubiera estado afuera Caniggia y no le hubieran cobrado un penal absurdo.

Fueron mis mejores mundiales. Ya en el ’82 me encontraba en la madurez de mi relato, con una gran audiencia a pesar de que Radio Argentina no era de las más grandes. El del ’86 y aun más en del ’90 resultan los episodios más felices de mi vida como relator, había dejado de fumar unos meses antes, estaba afiladísimo, pletórico, en el apogeo de la calidad del relato. Mi mejor trabajo periodístico. Además, lo que hicimos con ese equipo hoy es inalcanzable. Además, me importa mucho la característica del país. Importó estar en Italia, con mi familia, con mis amigos, con mi equipo de transmisión, en un país que amo, con la belleza de sus ciudades, culturalmente parte de mi vida, de lo que sé y también de mis ignorancias, por lo que desearía saber sobre la historia del arte y la literatura. Casi como en Francia ’98 o Alemania 2006.

Lo opuesto a EE UU ’94: no lo tuve en la piel. Sin clima, con ciudades a miles de kilómetros. Los americanos ni sabían que se jugaba una Copa del Mundo. Y el equipo sufrió del síndrome Maradona, en un episodio muy doloroso, que frustró al mejor plantel de todos los tiempos. Una pena: ni antes ni después se pudo reunir una cantidad semejante de tantos jugadores fabulosos. Encima, luego llegó Corea-Japón 2002: no había margen para trasmitirlo para Argentina y lo hice para Uruguay: nunca entendí por qué se estaba jugando una copa allí. 

En Alemania 2006 el trabajo se tornó más disfrutable. Y la Selección podría haber llegado más lejos, pero lo frustró el episodio Abbondanzieri.  El recuerdo de Sudáfrica 2010, mi último relato, es muy contradictorio. Por Diego, me dolió muchísimo que el equipo no caminara, pero como recompensa, Uruguay anduvo en un nivel extraordinario. 

En Brasil 2014 se dio otro episodio muy particular. De Zurda, el programa con Diego me salvó la vida. No haber relatado me dejó la sensación de derrota ante la mafia brutal de TyC-Clarín, que se las ingenió para dejarme afuera con la trampa de pedirnos una gigantesca cotización que la radio en donde estaba no podía afrontar. Luego les abrieron las puertas a todas las demás emisoras. 

En Rusia también acompañaremos a Diego Maradona en el ya clásico programa de Telesur. Sí, extraño y voy a extrañar el relato. A los partidos de Argentina y de Uruguay me dan ganas de relatarlos, de vivirlos de otra manera. Pero las cosas son así. Disfrutaremos de Diego y de Moscú y San Petersburgo con la familia. Hay que ser cuidadoso ante las frustraciones: no debe haber menos de 40 millones de personas que tienen ganas de estar en ese lugar y no lo están.

Estar allí significa estar cerca de un equipo que cuenta con la figura de Messi, en una plena madurez: por ello, Argentina está en condiciones de repetir una muy buena actuación, aunque a priori llegue en bajo nivel. Pero estas cosas se construyen y se acomodan sobre la marcha. Uruguay va con posibilidades también: tiene a su Messi que es Luis Suárez y un gran equipo atrás, con una cierta madurez a cuestas. Colombia también va a hacer su gran Mundial. Y Brasil siempre está: hay una gran representación latinoamericana.  «