Luego de la euforia generalizada que implicó toda la ceremonia de asunción del nuevo gobierno, en especial por la masiva movilización que tuvo su epicentro en Plaza de Mayo, hay un breve respiro para analizar los posibles impactos del mensaje a la Nación del presidente Alberto Fernández.

Los discursos de toma de posesión son trazos gruesos. Eso no quiere decir que no estén cargados de mensajes y lineamientos sobre el rumbo de las decisiones que se van a desplegar. Uno de los pasajes más nítidos en este sentido de las palabras de ayer fue la evocación de Fernández a la histórica frase “nunca más”, que mencionó Julio César Strassera, fiscal del Juicio a las Juntas, en su alegato final frente a los jueces, antes de que se dictara la sentencia que condenaría, entre otros, a reclusión perpetua al dictador genocida Jorge Rafael Videla.

El discurso institucional de un jefe de Estado, esta suerte de estado de la Nación que implica cada toma de posición y la apertura de sesiones ordinarias del Parlamento cada primero de marzo, suele tener un objetivo de gran amplitud. Intenta estar dirigido a quienes apoyan al oficialismo y a los que no. Dos especialistas en comunicación y opinión pública fueron consultados por Tiempo respecto de la intervención del nuevo mandatario ante los parlamentarios. Esto fue lo que dijeron.   

 “Me parece que toda la gestualidad, no sólo lo que dijo, también que haya ido de su casa al Congreso manejando su propio auto, marcó una impronta muy propia, una diferenciación importante del gobierno de Mauricio Macri y también del estilo del anterior ciclo kirchnerista”, dijo la socióloga y encuestadora Analía Del Franco. “El discurso tuvo el tono indicado para el momento. La diferencia con el ahora ex presidente Macri es en primer lugar las políticas que impulsará. Es una mirada claramente distinta del modelo de país. No fue un discurso fantaseoso. Hubo un reconocimiento explícito de las necesidades de la población y esto es algo de lo que Macri no se hacía cargo cuando hablaba”.

Del Franco remarcó, por otra parte, que el estilo más “consensual, dialoguista, mostró un modo propio, distinto al de Cristina (Fernández) que tiene un forma más visceral de expresarse.”.

A la hora de analizar el potencial efecto en los sectores de la sociedad que acompañaron otros candidatos, la consultora remarcó: “Su capacidad para atraer a votantes, por ejemplo, de Roberto Lavagna, estará condicionada por la acción sistemática del gobierno y que los sectores medios sientan mejoras, que hay un cierto control de la cuestión económica”.

Para graficar con números la situación del flamante mandatario con la opinión pública, Del Franco remarcó las cifras de su última encuesta, cerrada días atrás: “Alberto asume con 60% de imagen positiva y además hay expectativas favorables sobre la situación del país. Un 57% considera que mejorará el año que viene respecto del que se está terminando”.  

El también sociólogo Carlos De Angelis, coordinador del Observatorio de Opinión Pública de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, sostuvo: “Fue un discurso muy pensado. Leyó, fue muy preciso. Tenía que plantear un panorama realista. Si alguien se quedaba sólo con la parte de la herencia era muy duro. Pidió ayuda a todos los sectores, sin apelar a la unidad nacional sólo por emocionalidad, con esas ideas de tirar para el mismo lado, sino que fue un planteo concreto. Fue muy pragmático al decir que el cambio no iba a ser inmediato, que iba a costar y llevar tiempo”.

Respecto a su impacto en la población, De Angelis coincidió con su colega.  “Me parece que en este momento eso lo mejor para la opinión pública. La mayoría de la sociedad no quiere escuchar promesas mágicas. Eso fue algo que agotó al máximo el gobierno que terminó, con el segundo semestre, la lluvia de inversión, estar a la mitad del río. Además, el gesto del abrazo con Macri en la misa del 8 de diciembre también cae bien en la población. Alberto tiene un mensaje para los que a los que no lo votaron. Diría que con esas señales una porción muy importante de este sector está en la posición de darle un tiempo, a ver qué pasa, a ver qué hace, en esa línea”.

Todo ejecutivo que arranca tiene su “luna de miel”, por corta que pueda  ser. Lo inevitable es que gobernar implica decidir y, cómo dijo el propio presidente, la política es contradicción de intereses. Las tensiones son inevitables.