Según él mismo cuenta, todo comenzó la noche de la derrota en las elecciones legislativas de 2017. Alberto Fernández había sido el jefe de campaña de Florencio Randazzo, que compitió contra Cristina Fernández por la banca en el Senado. “La falta de unidad del peronismo no le servía a nadie”, reconoció el actual precandidato presidencial en su cierre de campaña. A partir de esa solitaria noche, el precandidato comenzó a construir el puente que lo iba a acercar a CFK, su amiga -con la que se había peleado allá por el 2008- y que, a la vez, quizá de manera impensada en ese entonces, lo iba a llevar a protagonizar la pelea electoral más importante los últimos años, una disputa entre dos modelos bien diferenciados de país, y una apuesta a que las PASO muestren una chance cierta de ganar la elección en la contienda de octubre.

Alberto F. no era el único. Varios pensaban como él. Felipe Solá y Adolfo Rodríguez Sáa también llamaban a la unidad del peronismo, con la ex presidenta y el kirchnerismo adentro. Se enfrentaban a los que quisieron armar una fallida alternativa federal que excluyera a la ex mandataria y que se adjudicaban la adhesión de los gobernadores del PJ. El sábado 18 de mayo a la mañana fue la propia Cristina quien comunicó la decisión de conformación de la fórmula. Y llovieron los tuits de los gobernadores que se sumaron al espacio que todavía no tenía nombre.

El trabajo fue entonces terminar de convocar dirigentes, en especial a Sergio Massa, que jugó a dos puntas hasta el final cuando, ya pasada la oportunidad de pelear por la gobernación bonaerense, se conformó con la candidatura a primer diputado nacional, después de la insistente invitación de Alberto F a tomar el café de la unidad. CFK lo quería a Massa “en letras de molde” en la boleta bonaerense, táctica que funcionó y posicionó al peronismo por arriba de María Eugenia Vidal desde el comienzo de la campaña.

Alberto F. se puso el traje de candidato desde el primer día. No sólo no esquivó si no que buscó visitar lugares incómodos. Fue a medios oficialistas y caminó territorios hostiles, como Córdoba, única provincia que visitó tres veces. Sin embargo, el comienzo de la campaña tuvo momentos voluntarismo y desorganización discursiva. Axel Kicillof caminaba la provincia por su cuenta como lo venía haciendo desde hacía tres años. Massa -y su sofisticado equipo de comunicación- también recorría por la suya pueblos y ciudades. Los intendentes bonaerenses pedían dirección y en el resto del país, donde ya se había resuelto gran parte de las elecciones provinciales, los gobernadores electos y reelectos especulaban con el crecimiento del candidato y del espacio.

Fue necesario parar la pelota y reunirse. El 17 de julio Fernández convocó a sus oficinas a toda la dirigencia bonaerense para distribuir tareas. Allí se decidió que CFK haría campaña con su libro para contener y envalentonar a la tropa propia. Que Massa acompañaría al precandidato presidencial a provincias difíciles como Córdoba y Jujuy. Que Axel y Massa se mostrarían juntos en varios puntos de la provincia. Que Verónica Magario visitaría las intendencias amigas del conurbano. Que los intendentes -muchos de ellos garantizan altos porcentajes en sus territorios- también caminarían localidades vecinas en donde gobierna el PRO. Y que, sobre todo, Alberto no pararía -hasta la veda- de visitar, reunirse y hablar con todos, todas y todes sobre lo que no quería hablar el gobierno: la economía.

Se introdujo la dicotomía entre banqueros y trabajadores. Se puso en cuestión el sistema financiero económico del gobierno al meter la palabra “Leliq” en cada discurso y en cada reportaje. Se juntó con dirigentes, con sindicatos y sobre todo con empresarios pyme y no tan pyme a los que les prometió “volver a encender la economía”. Y sobre todo se juntó con gobernadores, con los que selló un pacto de militancia primero y compromiso después, para un gobernador peronista no hay nada mejor que un presidente peronista.

Con 60 años, abogado, profesor de derecho penal y civil, Alberto Fernández fue tesorero de la campaña de Eduardo Duhalde y jefe de la de Néstor Kirchner. Fundó el grupo Calafate con su actual compañera de boleta y abrevó en el peronismo porteño. Nunca se sacó el traje durante toda la campaña. No impostó un matrimonio para la foto, defendió a su hijo –el famoso transformista milenial Dyhzy- de críticas pacatas y no se exhibió con su novia, la periodista Fabiola Yáñez. El aspecto biopolítico del precandidato quedó cubierto con el inesperado protagonismo fue su perro, Dylan Fernández, quien le disputó el territorio emocional al PRO.

En las PASO de este domingo competirá por primera vez contra el intento reeleccionista de Mauricio Macri, representante, según las palabras del precandidato, de los bancos y “la timba financiera”.