Cristina Fernández ratificó esta semana que es el centro de gravitación de la política Argentina. Lejos de ser la «pobre vieja enferma y sola peleando contra el olvido» que auguró el animador Jorge Lanata, la expresidenta reunió a una multitud de dirigentes y militantes en la presentación de Sinceramente, el bestseller con el que inició el camino de regreso al poder.

Eso es lo que creen y esperan, al menos, los cientos de miles que siguieron su discurso en las redes sociales y la tevé. Había para elegir: como en sus tiempos de presidenta, pero sin que medie orden legal, sus palabras se transmitieron por cadena audiovisual.

Cristina desplegó un discurso que sorprendió por su contenido, tono y duración. En poco más de media hora, la expresidenta lanzó mensajes en dos planos: unos dirigidos al poder económico, otros a la sociedad en general, pero con acento en los sectores medios.

A los empresarios les dedicó una conciliadora interpelación: «Con el ‘populismo’ crece la economía y les va mejor» dijo, palabras más o menos, sin bajar banderas pero apelando al pragmatismo empresario. A los sectores medios que la rechazan «por sus formas» les concedió un discurso breve, de tono medido y expresiones moderadas. Pronto –quizá el 20 de junio, en el estadio de Racing– se sabrá si fue una impostura contranatura o una expresión de «maduración», como explican los allegados de la expresidenta que gustan comparar su eventual regreso con el del «tercer Perón».

La propia CFK alentó esa comparación con la convocatoria a un «contrato social», que rememora el «pacto social» que alumbró José Ber Gelbard, ministro de Héctor Cámpora y empresario de formación comunista que lideró a empresarios pymes que entonces conformaban una «burguesía nacional».

El tono, la puesta y el mensaje correspondió a una candidata que CFK todavía no es. Pero la senadora usó su dedo de batuta cuando la multitud le cantó «Sinceramente/Cristina presidente». En 40 días se resolverá el misterio de su postulación –el manejo del suspenso es una herramienta vital de la táctica K–, pero la ratificación de su liderazgo acelera definiciones entre los dueños del dinero y el poder permanente, cuyos dominios se extienden hasta los tribunales.

Esta semana, por caso, María Eugenia Capuchetti asumió en el Juzgado Federal 5. Su historia es un caso clásico de Comodoro Py: sexta en los exámenes, escaló a la terna luego de las entrevistas personales con los consejeros de la magistratura, donde domina el macrismo. Así se puso a tiro del dedazo presidencial, que obtuvo, bendecida por el operador oficialista estrella en el rubro: Daniel Angelici.

Compinche de Martín Ocampo –exministro porteño y compadre de Angelici–, Capuchetti se sumó el martes a la vasta escudería tribunalicia ligada al presidente de Boca y, sobre todo, a su mentor, Enrique Nosiglia, un operador del sistema de poder y negocios que lleva cuatro décadas maniobrando en el subsuelo de la patria.

Nosiglia, que también apadrina a Martín Lousteau, será una voz clave en la convención radical del próximo 27 de mayo, donde la UCR formalizará su pedido de «ampliar la oferta electoral del PRO». O sea: bajar a Macri de la reelección y activar el Plan V (de Vidal) o Plan L (por Lousteau y/o Lavagna).

El Plan C (de Cobertura y Control de los tribunales) ya está activo y reforzado, como se pudo apreciar el martes en la concurrida jura de Capuchetti.

Total normalidad. «