«Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones”. “Hay que cargar sobre el adversario los propios errores o defectos”.

Estos son dos de los once principios de propaganda política que elaboró Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de Adolf Hitler. Son los que están guiando la acción desplegada por el sector más radicalizado de la derecha argentina y por los medios de comunicación del establishment, que se han transformado en una expresión de extrema derecha.

La verborragia imparable de Patricia Bullrich, más allá de que pueda responder a cierto rasgo de personalidad, es una estrategia. Los medios concentrados actúan en la misma tesitura. Es lo que explica la aparente incoherencia del discurso. Durante todo el año pasado criticaron  las restricciones a la circulación. Pidieron “cuarentena inteligente”, consigna vacía que suena bien, y lo mismo están haciendo ahora.

La semana pasada, los editorialistas de estos medios comenzaron con una nueva narrativa. Culpar al gobierno por los casi 64 mil muertos que ha producido la pandemia. Empezaron las comparaciones necrológicas. Son dos dictaduras. Son 750 AMIAS y contando.

No van hasta el final con una posición. Si lo que se defendía era que cada uno se cuide como pueda y que “muera el que tenga que morir”, no se puede después empezar a buscar culpables por los fallecidos, como hicieron esta semana, señalando a Kicillof, Alberto y Cristina. Por supuesto que dejaron afuera a Rodríguez Larreta, que gobierna el distrito con más muertos por millón de habitantes.

La coherencia no importa. La verdad no importa. Decir hoy una cosa y mañana la contraria no importa. Es la consigna de Goebbels: “Desplegar tantas acusaciones que no haya tiempo de responder”. Primero fue por  restringir y sus consecuencias, luego por el costo de no hacerlo, luego que no hay vacunas, y más tarde decir que no sirven y llegan tarde. Después, cuestionar que no haya clases presenciales y, si se hubiera en todo el AMBA, criticar la suba de casos. Todo al mismo tiempo, a gran velocidad, cambiando a cada rato.

Se enloquece a un sector de la población. Lo hacen vivir odiando a su país, a su vecino, al docente que hace paro, al padre que cree que llevar a su hijo a la escuela es peligroso, al infectólogo que pide más controles. Odio a borbotones. Odio en el alma, el corazón, la piel.

Solo queda confiar en que el pueblo argentino, la mayoría, así como está desarrollando anticuerpos contra el Covid con la vacuna, los tenga contra la derecha autoritaria que ha despertado con la pandemia. Siempre estuvo ahí.