Con la proclamación del jujeño Gerardo Morales como nuevo presidente de la UCR para los próximos dos años, el radicalismo reordenó provisoriamente las disputas que lo pusieron al borde de la fractura en un momento inesperado. La designación del nuevo elenco que conducirá al partido, a partir de un acuerdo de unidad que incluye al senador Martín Lousteau como vice tercero, también es el punto de partida para la carrera que comenzará con el objetivo de posicionarse en las presidenciales de 2023. Llegar a esa instancia no será fácil: primero deberán atravesar un 2022 donde la tensión será directamente proporcional a las necesidades políticas de cada uno de los contendientes.

El revés que este viernes sufrió el oficialismo en la Cámara de Diputados, durante la maratónica sesión que concluyó con el rechazo del Presupuesto 2022, significó una inflexión determinante.

La alianza opositora tiene 116 escaños y un bloque radical divido en dos partes. Pero aún así pudo aliarse con el lavagnismo, el cordobesismo, el socialismo santafesino y la ultraderecha de Javier Milei para reunir 131 y 132 voluntades en dos oportunidades.

Primero lo hizo para forzar el tratamiento de un proyecto, aprobado hace dos meses por el Senado, para cambiar el mínimo imponible de Bienes Personales. Con esa votación, el interbloque demostró, por primera vez desde que cambió la composición del cuerpo el 10 de diciembre, que puede tejer acuerdos y alcanzar los números suficientes para contar con quórum propio y arrinconar al oficialismo. El ejercicio se repitió doce horas después cuando se abroquelaron a las 10 de la mañana para votar en contra del texto, luego de un fallido intento de devolverlo a comisión para introducirle cambios y reanudar su tratamiento la semana próxima.

Todo ese despliegue en el recinto, que concluyó con una bancada opositora escandalizada, le permitió a JxC concentrar el fuego en antagonizar con el oficialismo y especialmente con el jefe del bloque, Máximo Kirchner. A la vez, fue un puente de oro para que el nivel de discrepancias que tienen adentro pasen a un segundo plano, aunque quedaron al desnudo en varios momentos. Después de la ofensiva para reformar Bienes Personales, el sector más duro del PRO, junto al exministro Ricardo López Murphy, de Republicanos Unidos, estaban dispuestos a voltear el presupuesto sin demoras. Por el contrario, los moderados del macrismo, el radicalismo y la Coalición Cívica, tenían muchas dudas sobre dar ese paso y reafirmaron sus posiciones cuando recibieron la noticia de que el presidente, Alberto Fernández, ofrecía una negociación y aceptaba mandarlo de vuelta a comisión. Ese estado asambleario retumbó en las reuniones que tuvo el interbloque en privado. Los cruces también cristalizaron nuevamente las desconfianzas internas. Lo mismo sucedió en el recinto, pero esas imágenes pasaron al olvido apenas se abrió la posibilidad de antagonizar abiertamente con Kirchner, aunque eso implicara quedar al borde de la sobreactuación. 

Esos movimientos reforzaron las negociaciones que se tejían en la UCR para sellar una fórmula de unidad entre Morales y Lousteau con dos misiones: bajar el tono de la disputa interna, que amenazaba con sanciones y una eventual fractura partidaria, y ponerle fecha a la reunificación del bloque en Diputados, que continúa balcanizado y sin una hoja de ruta que contente a Evolución Radical.

Más allá de los reclamos por más cargos en la estructura parlamentaria, el espacio que lidera Lousteau puso en tela de juicio (como nunca antes desde la derrota de Cambiemos en 2015) la forma que tendrá la alianza opositora de relacionarse con el Gobierno. Todo en un momento donde los operadores de la Rosada exploran todas las fisuras posibles.

Ese punto disparó sospechas que todavía no han cesado, pero explica por qué las negociaciones dentro de la UCR y en las entrañas del interbloque opositor resultaron tan complejas y espinosas. Esa foto incómoda comenzó a difuminarse cuando el duelo ciego con el Frente de Todos ganó centralidad y puso todo lo demás debajo de la alfombra.

La discusión presupuestaria no volverá a reanudarse hasta marzo y el oficialismo continuará la negociación con el FMI sin presupuesto.

Reordenará las partidas  vigentes y aguardará a facturarle el traspié a una oposición que comienza a tener los mismos comportamientos que tuvo el Grupo A, en 2010, cuando se quedó con la primera minoría y no le aprobó el Presupuesto 2011 a Cristina Fernández de Kirchner, en el estibo de su primer mandato presidencial.

La base de sustentación del oficialismo radica en el Ejecutivo y con ese poder puede disciplinar a todas sus tribus detrás de la conducción de Kirchner. El poder de JxC está asentado en el Congreso. En sus dos recintos, no sólo se cocina el perfil que tendrá el espacio opositor el año que viene, además, se prefigura cómo será la competencia interna que Morales inició este sábado, apenas asumió la presidencia del partido. El jujeño relanzó sus aspiraciones para disputar la candidatura presidencial de JxC en 2023, aunque sabe que dentro de su propio partido tiene otros contendientes que también buscarán un espacio, como Lousteau, que todavía no define si peleará por la presidencia o por la jefatura de Gobierno porteño.

También está el flamante diputado Facundo Manes, que recién comienza su carrera política, pero es considerado uno de los productos electorales más competitivos de la UCR para la nueva estrategia de disputar dentro de la coalición opositora todos los liderazgos y candidaturas al PRO.

En el partido amarillo se repite la misma dispersión de ambiciones. El expresidente Mauricio Macri se reunió este sábado con Morales para pedirle que cuide la unidad del espacio, pero al mismo tiempo mira de reojo los movimientos de la titular del PRO, Patricia Bullrich, que también trabaja en su precandidatura presidencial. Y que a principios de este mes visitó a Morales en Jujuy y habló de una fórmula presidencial conjunta.

Pato lo hizo para reafirmar que no ha resignado ese objetivo, aunque sabe que Macri tampoco lo ha hecho. Ambos tienen otro desafío: superar los planes del alcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta, que quedó empoderado luego de las elecciones del 14 de noviembre y trabaja abiertamente por su precandidatura presidencial. Morales lo acusó de ser el impulsor del cisma radical y aseguró que Lousteau y el diputado Emiliano Yacobitti son “empleados” del jefe porteño. Larreta  guardó silencio. En su entorno aseguran que no tomará el guante. No se meterá en la interna radical, aunque no le saca el ojo de encima. Su juego pasa por la Provincia de Buenos Aires, donde el flamante diputado Diego Santilli arma la mesa nacional del larretismo. Allí estarán el extitular de la Cámara Baja, Emilio Monzó, el exintendente de Vicente López y ministro larretista, Jorge Macri, y el jefe de la bancada macrista en Diputados, Cristian Ritondo. A ellos se sumará la exgobernadora y diputada María Eugenia Vidal. Ella tiene por objetivo evitar que su paso por Diputados la desdibuje y prepara una recorrida por distintos puntos del país para reafirmar sus ambiciones presidenciales. Al igual que los demás competidores silenciosos, insiste en que su futuro en 2023 dependerá de lo que haga en 2022.