Hay algo que a la derecha no le está funcionando en América del Sur. El diseño de utilizar los escándalos de corrupción para perseguir y proscribir a referentes de los procesos progresistas (nacional-populares) de la primera década de este siglo parece haber encontrado un límite. Esto no quiere decir que no haya casos que merezcan investigarse y castigarse. Pero el operativo goebbeliano de saturación mediática, más las violaciones a las garantías constitucionales, han dejado demasiado en evidencia el objetivo político de las mani pulites sudamericanas.

Un dato relevante del agotamiento del esquema es el sostenido crecimiento de Inácio Lula da Silva en las encuestas: 40% de intención de voto, a dos meses de las elecciones en Brasil. Es algo que supuestamente debía haber frenado la «indignación» por la supuesta corrupción sistémica del lulismo.

En la Argentina esto se plasma en la evolución del  impacto de los principales dirigentes luego del Gloriagate.  La polarización preexistente al escándalo no se ha modificado un ápice, a pesar de la oleada de arrepentidos.

Dos encuestas que circularon esta semana dan cuenta de esta realidad política. Una  de alcance nacional es de la consultora Ricardo Rouvier. Muestra que la imagen positiva de Cristina Fernández se mantiene en torno del 40%. Son los mismos valores en los que circula desde principios de este año. La percepción negativa también se mantiene. Está por encima de los 52 puntos, donde según esta medición se ubica hace varios meses.

No es igual la situación del presidente Mauricio Macri. El sondeo lo muestra con 35 puntos de positiva y casi 60 de negativa, mientras a principios de año sus valores eran más parecidos a los que mantiene CFK.

«Hay sectores polarizados de la sociedad que no modifican su postura y sus preferencias electorales por este escándalo», remarcó el sociólogo Carlos De Angelis al analizar la situación. «De todos modos, me parece que hay que prestarle mucha atención al segmento intermedio, que representa al menos el 30% del electorado, y que es el que define las elecciones. En esa franja hay una gran indiferencia respecto del Gloriagate. Están hartos de todo. Su preocupación es cómo llegar a fin de mes y pagar las tarifas. Me refiero a sectores de clase media». «Es gente con una indiferencia enojada –agregó el sociólogo–. Están muy concentrados en el día a día y los cuadernos no les interesan».

El analista lanzó las incógnitas clave respecto de este sector de la sociedad. «¿Alguien cree que cuando estén frente a la urna van a votar a Macri? Mi opinión es que no porque la están pasando muy mal. ¿Pueden votar a CFK para castigar al presidente? No lo sé. En este momento no les gusta ningún dirigente».

Otra encuesta que circuló fue de la consultora Analogías. La medición se centró sólo en la provincia de Buenos Aires, bastión del cristinismo. Allí la expresidenta divide prácticamente en mitades iguales las percepciones negativas y positivas, mientras que a Macri le va peor. Tiene 60 puntos de negativa y 39 de positiva.

«En la posición sobre los cuadernos juegan posturas  de la sociedad sobre temas más de fondo», sostuvo Pablo Cano, analista de Analogías. «Tenés un sector que cree en la presencia del Estado y otro que piensa que tiene que haber menos Estado. Es una posición que se traduce en creencias como que hay gente que cobra la jubilación sin haber aportado. Macri homogeneiza a ese segmento, que es el mismo en el que el escándalo de los cuadernos prendió con fuerza».

«De todos modos –aclaró Cano–, el gran divisor de aguas es la situación económica. Cambiemos ha perdido mucha adhesión. No es tanto que Cristina haya crecido. La expresidenta mantiene bastante firme su intención de voto en territorio bonaerense. Pero al disminuir el caudal del oficialismo comienza a aparecer en primer lugar». Para el analista, el Gloriagate «no ha logrado fortalecer a Macri». «Lo que sí le ha permitido es abroquelar a su núcleo duro». «